domingo, 10 de octubre de 2010

QUICO SABATERy la memoria de la guerrilla anti-franquista

Cada cinco de enero, dentro de un homenaje al maquis, un nutrido grupo de Anarquistas y no anarquistas, se reúne en el cementerio de Sant Celoni para recordar a Quico Sabaté, muerto en combate hace 48 años. Manuel Tabernas: El militante anarquista conocido con el nombre de Quico Sabaté demostró siempre tener un espíritu libre y activo. Antes de los 17 años ya estaba afiliado a la CNT y había fundado el grupo de acción anarquista Los Novatos, formado por sus hermanos y unos amigos, como continuación del grupo Los Solidarios. Durante la guerra luchó en el frente de Aragón con la Columna de los Aguiluchos de la FAI. Pasó a Francia tras acabar la guerra y estuvo en un campo de internamiento, y a principios de los años 40 se instaló cerca de la frontera y estudió posibles rutas de entrada al Estado español a través de los montes. En 1944 hizo su primera incursión compaginando su trabajo de fontanero en Francia con su actividad anti-franquista en España, robando a acaudalados empresarios y bancos, trasladando propaganda, publicando boletines y reorganizando los sindicatos de la CNT en el interior, así como con sabotajes y actividades de guerrilla urbana en Barcelona, donde colaboró con otros grupos guerrilleros libertarios (los de Massana, Caraquemada y el de Facerías).



A finales de diciembre de 1959, Quico Sabater con cuatro guerrilleros más inicia el que sería su último viaje. A pesar de que se sabía del intercambio de información entre las policías española y francesa. El Quico atravesó la frontera por Costoja. La guardia civil estaba apostada por todos los pasos fronterizos en grupos de tres. Había tropas de refresco apostadas en Albanya. Mientras numerosas patrullas recorrían continuamente la zona. Desde 1945 a 1960 los grupos de acción de Quico Sabater intervinieron en numerosos hechos. Transporte de armas de lado a lado del Pirineo, atentados politicos, atracos, y otros actos de propaganda anti-franquista. En estas actividades Quico vería como caerían 15 de sus hombres. A lo largo de 16 años Francisco Sabater Llopart, fue el enemigo número 1 del régimen franquista.



El febrero del 46 Quico pasó la frontera con un importante cargamento de armas entre sus hombres figuraban Ramón Vila Capdevila “Caracremada”. En Banyolas lugar donde había depositado el armamento, en Ramón Vila mató a un guardia civil para salvar la vida de Sabater, el cual pudo escapar disfrazado de pagés (campesino catalán) encima de un carro, mientras tanto Banyolas era registrada minuciosamente por la Benemérita (Guardia Civil). Dos meses después Quico y sus hombres colocaron bombas en los consulados de Brasil y Perú mientras el grupo de Facerias lo hacía en el consulado de Bolivia como protesta afirmativa de estos países a la entrada de España a la ONU. Al cabo de un mes, en junio de 1949 Quico Sabater fue encarcelado en Montpelier después de ser juzgado por tenencia ilícita de armas y de explosivos. Cuando llevaba cuatro meses de cárcel moría en Barcelona su hermano José víctima de un enfrentamiento con la policía, aún desde la prisión francesa Quico se enteró del fusilamiento de su hermano pequeño Manuel en el campo de la Bota después de un juicio fugaz. En cuatro meses la policía franquista incapaz de cazar a Sabater había eliminado dos de sus hermanos, al cabo de trece meses de condena, Quico sale en libertad, en julio de 1950. A principios de 1955 Francisco Sabater creó los grupos anarcosindicalistas que tenían como portavoz la publicación "El Combate" distribuida por las barriadas obreras barcelonesas y por los pueblos y ciudades de Cataluña. El mismo año 1955 en septiembre, con motivo de la visita de Franco a Barcelona, Quico subió a un Taxi y se identificó como policía que quería distribuir propaganda franquista y en una especie de mortero construido por el mismo disparó proyectiles llenos de propaganda sembrando las calles de Barcelona con octavillas de colores en Catalán y Castellano. En los últimos tiempos de su actividad guerrillera mantuvo fuertes discrepancias con los cargos de la CNT-AIT en Toulouse. A finales de 1959 realizó su última incursión al interior.



Los atracos a Bancos fueron los hechos más espectaculares realizados con el fin de recaudar fondos para ayudar a los presos, a sus familias necesitadas y a sus compañeros, el más importante fue el del Banco de Vizcaya de donde conseguiría llevarse 700.000 pesetas. En una oficina del Banco Central cerca del Borne (abastecimiento Barcelona) llegaron Sabater y un compañero en un Taxi alquilado como siempre, mientras Quico a punta de metralleta mantenía a raya a clientes, guardias y empleados, el otro llenaba un cesto cómo para ir al mercado, al salir Sabater dejó un objeto inofensivo delante de la puerta con una mecha encendida mientras aconsejaba a los de dentro (del Banco) que se tumbasen en el suelo, se fueron con el taxista que en ningún momento sospechó nada, ya que les esperaba con el coche en la esquina.



También en Barcelona se llevó cerca de un millón de pesetas de la Empresa Cubiertas y Tejados desde la calle todo el mundo se lo miraba sonriendo a través de las grandes vidrieras, creyendo que allí dentro se estaba filmando una película de gansters.



En estos últimos años Sabater se había presentado en lugares frecuentados por obreros como Bares y comedores de las fábricas donde pronunciaba pequeños mítines anti-franquistas. El año 1956 y 1957, fue detenido nuevamente en Francia y encarcelado por los motivos de siempre, tenencia ilícita de armas, explosivos y también contrabando por el solo hecho de tener un aparato transmisor: La policía española conectada estrechamente con la francesa influyó decisivamente en estas detenciones. A finales de diciembre y inicios de enero del 57 serían detenidos 47 compañeros de la C.N.T. en diversos lugares de Cataluña acusados de colaborar con Quico Sabater, como tanto otras veces acorralado y perseguido, Quico consiguió escaparse de Barcelona vestido de pagés (campesino catalan), llegó en tren a Hostalrich y continuó a pie hasta Francia, allí aún le esperaban 8 meses de prisión en Montpelier seguido de un confinamiento de 5 años en Dijon. En diciembre de 1959 a las puertas de un nuevo juicio por tenencia ilícita de armas, decidió la huída hacia adelante, y emprendió la que sería su última incursión contra el franquismo, le acompañaban Antoni Miracle Guitart, de 29 años, Francisco Conesa Alcaraz de 39, Roger Madrigal Torras, de 27 y Martín Ruiz Montoya de 20 años. Es el 3 de enero de 1960, en el "Mas Clarà" cerca de Gerona, Quico Sabaté se encuentra herido rodeado de numerosos efectivos de la guardia civil, el rodeo y el tiroteo se prolongará todo el día hasta la noche.



Quico Sabater herido en la pierna, en las nalgas y en el cuello recorre siempre de noche unos 25 kilómetros hasta llegar de madrugada a la estación de Fornells, a punta de pistola sube a la locomotora del Tren correo y obliga a los dos maquinistas a que no se detengan hasta llegar a Barcelona, pero en Massanet Massanas es preciso cambiar la locomotora de Vapor por una de eléctrica, Quico cambia de Máquina, y los maquinistas aprovechan para alertar a la guardia civil, a dos minutos de Sant Celoni con la pierna ya cangrenada Quico salta del tren con la intención de recibir asistencia médica.



En todas las poblaciones a lo largo de la línea férrea hasta llegar a Barcelona la Guardia civil espera a Sabaté, Quico sin fuerzas pide la dirección del médico a un pagés (campesino catalan) pero se equivoca y llama a la casa de Francisco Berenguer delante de la del doctor Barrios, Berenguer al ver el mal aspecto de quien llama tan temprano a la puerta y observando que lleva una metralleta escondida, se pone nervioso y se abalanza sobre Quico con el fin de quitarle el arma, mientras tanto Martínez Collado sargento de la guardia civil, los somatenista Abel Rocha falangista notorio y Pepito Sebina ex-legionario ya han localizado al fugitivo, largamente esperado.



En un pacto de sangre mantenido aún hoy, en un pacto de silencio mantenido por los tres hombres el somatenista descargó su metralleta en la cabeza del Quico después de muerto, desfigurándolo hasta el punto de que ni su hermana pudo identificarlo.



Últimamente se está recuperando la memoria de los guerrilleros anti-franquistas. Se publican libros, se les hacen homenajes y se les empieza a sacar del ostracismo que el régimen franquista les impuso. Ya no son "bandoleros" aunque, en muchos casos, no se ha modificado esta calificación en sus fichas policiales y muchos más han muerto sin reconocimiento. La mayoría de ellos protestan porque la Ley de Memoria les iguala a cualquier combatiente fascista. Ellos y ellas tienen claro que no son iguales. Y que el tiempo no ha pasado tampoco igual: han sido muchos los años en el exilio o en un doloroso silencio. Aún hoy el Ayuntamiento de Berga, alegando que "aún quedaban muchas heridas abiertas", se negó a poner una placa conmemorativa al maquis local Massana.



Equipararles a Robin Hood es trivializarlo todo aún más. No sólo robaban bancos o asaltaban empresarios, y desde luego no lo hacían en beneficio propio. Repartían propaganda y daban mítines en fábricas y comedores de obreros. Sabían perfectamente dónde se movían y qué querían. Creían posible volver a ese "corto verano de la anarquía" que durante un breve tiempo se consiguió instaurar en la península. Las tierras, los servicios, los medios de producción estuvieron colectivizados. Y funcionaron. En muchos lugares se abolió el dinero y se instauró el apoyo mutuo. Y funcionó. Eso asustó mucho a los militares, industriales y terratenientes. Era la prueba viviente de que sobraban, de que no eran necesarios. De ese pánico cerval, ese odio y esa rabia en la represión. Habían de fusilar, asesinar y extirpar todo lo vivo y floreciente. Había que reprimir y destruir hasta el recuerdo. Por ese "corto verano" lucharon gentes como Sabaté y siguieron luchando hasta el final. Ésa era su motivación. Y mientras estuvieron en lucha lo que cada acción armada le recordaba al régimen era que la posibilidad seguía viva o, al menos, que había existido ese mundo; que no había sido un espejismo. Y por eso fueron perseguidas, acosadas y exterminadas las guerrillas anti-franquistas urbanas o rurales. Lo cierto es que los maquis buscaban la espectacularidad de sus acciones porque querían dejar claro su oposición armada al régimen. Y es cierto que, en el contexto en que se producía, era fácil que se convirtiera en mito y alimentase la prensa y las novelas sensacionalistas de la época. Pero quedarnos sólo con esto es simplificarlo todo demasiado y hurtar la ideología. Sobre todo, considerar a la gente como mera consumidora de emociones fuertes y, en general, fácilmente impresionable. La gente no consideraba héroes o mitos a Sabaté y a Caraquemada o Massana porque fueran intrépidos salteadores de caminos. Los frutos de estos atracos iban a apoyar a los compañeros y compañeras presas. Aunque la policía los desarticulaba se configuraban sindicatos y la propaganda que se distribuía se leía.



Los guerrilleros no tenían líderes y su organización era la de grupos de afinidad no autoritarios. Y, necesariamente, había enlaces y contactos, cuyo trabajo era, a veces, mucho más peligroso porque no llevaban armas para defenderse. Sin esa base, sin esos apoyos, las guerrillas no pueden existir.



Existe una placa en el lugar donde este guerrillero fue asesinado a manos de estos asesinos, Abel Rocha, falangista notorio y Pepito Sebina ex-legionario los cuales pertenecían al somaten.

PROGRESO FERNANDE, UN MIEMBRO FUNDADOR DE LA F.A.I.

Federación Anarquista Ibérica FAI








Antonio Fernández Bailén, nombre que más tarde cambió por el de Progreso, nació a finales del pasado siglo. Desde muy joven fue un activo militante, y tuvo que exiliarse a Francia para eludir el servicio militar. Su actitud antimilitarista fue permanente a lo largo de toda su vida, incluso en los momentos más difíciles. Su avidez por la lectura también fue muy temprana. Siempre pendiente de que salieran los fascículos por entrega, cada semana Progreso estaba impaciente por conseguir el número correspondiente, que entonces costaba unos céntimos o unos reales. Bibliófilo, amante de la lectura, consideraba la sabiduría y el conocimiento como indispensables para la emancipación humana.







Uno de los fundadores de la FAI, durante una entrevista que le hicimos a finales de julio del 94, nos manifestó que la primera reunión que se celebró para su creación no se llevó a cabo (como han escrito numerosos historiadores, incluidos algunos de nuestros medios, como Gómez Casas) en la playa valenciana del Cabañal, sino en las afueras de Patraix, barrio de la capital levantiva, lugar donde había un manicomio. En la casa de la compañera Aurora López, en un amplio corral, tuvo lugar el encuentro. Acudieron delegaciones de todos los rincones de la Península, y las que no pudieron asistir enviaron su adhesión. La segunda reunión se celebró en la aldea del Saler, a orillas del Mediterráneo. Pocos años después, ya establecida la II República, una serie de compañeros fueron deportados; Progreso, al Sahara. Durante la Guerra, habiendo regresado de la deportación, se dedicó a la enseñanza, una enseñanza anticlasista.



Poco antes de cargar en la furgoneta las veintidós cajas con los libros, estuvimos conversando con Libertad y Armonía, que nos comentaron algunas anécdotas de la vida de su padre durante el franquismo. Como teníamos curiosidad por saber si habían tenido algún problema por el nombre que les habían puesto, nos comentaron que sí. Cuando Progreso tuvo que solicitar una partida de nacimiento de Armonía, el funcionario de turno, propio de la época, se negó a extender el certificado de un nombre que no existía en el santoral. Los lógicos y buenos razonamientos de una persona culta como Progreso, anarquista y ateo, no pudieron prosperar ante la sinrazón del funcionario, que seguía empeñado en extender el dichoso certificado a nombre de Montserrat, nombre del santoral del día en el que nació Armonía. Aunque aquel día se vino sin la partida de nacimiento, posteriores intervenciones jurídicas (Progreso era un hombre obstinado en conseguir lo que deseaba si él lo consideraba justo), alcanzaron lo razonable: la partida de nacimiento a nombre de Armonía.



Entre los numerosos libros que nos han entregado es difícil de resaltar alguno, todos son joyas, pero especialmente podríamos citar el que fuera traducido y prologado por Anselmo Lorenzo, y publicado a principios de siglo en Valencia por la editorial Sempere, Historia de la ideas morales. Las grandes épocas hasta el siglo XIX, de Paúl Guille. Es un manifiesto deseo de la FAL que estén todas las obras escritas y traducidas por el compañero Anselmo Lorenzo en nuestra biblioteca, y poco a poco lo vamos consiguiendo. Progreso, además de amar la lectura, amaba tanto los libros que con grandes esfuerzos fue, a lo largo de toda su vida, encuadernando los libros que no tenían buena cubierta. Su deseo era que perduraran en el tiempo para que siguieran siendo semillas de libertad. Cada libro invita a la reflexión para conocer esta sociedad y para poder caminar hacia un mundo más justo, solidario, sabio y libre. No puede haber emancipación sin sabiduría. En la Fundación serán de utilidad para seguir el deseo de Progreso; no producir seres "clonados", como puede venir haciendo la televisión, sino personas que piensen. La lectura es un camino de libertad.



Hace unos años, cuando aún contábamos con pocos documentos, era una gran ilusión para nosotros el ir a recoger las bibliotecas y hemerotecas que nos ofrecían los compañeros e ir llenando las salas habilitadas para este fin. Ahora, cuando nos llaman, la ilusión permanece pero surgen más inquietudes, preocupaciones e inconvenientes, que las propias de los inicios. La Fundación ha crecido y empezamos a tener problemas de espacio. La conservación del documento, sobre todo la que está en soporte de papel o celuloide, es muy delicada: la luz, el calor y la humedad son tan enemigos del papel como el anarquismo del Estado. La posible salida, que era ampliar y acondicionar adecuadamente otros espacios en el edificio de Villaverde, que es donde está ubicada la Fundación, se va a demorar. Una serie de grietas en la estructura nos impiden, con la celeridad y economía que deseamos, el habilitar un espacio adecuado para la acogida de estos tan queridos documentos históricos del anarquismo; textos para no olvidar, por mucho que la historia oficial se empeñe en hacerlo. La otra posibilidad, la de trasladarnos a un edificio más céntrico y adecuado de la ciudad, tampoco, al menos de momento, ha prosperado.



Aún con todos estos inconvenientes, el ánimo de los compañeros es el de seguir adelante y que la Fundación sea el centro que todos deseamos.







Muchas gracias a Armonía y Libertad por haber hecho realidad la voluntad de su padre. Por nuestra parte sólo queda que el sueño de Progreso se haga realidad: que estas semillas de libertad sigan germinando en nuevos lectores.

BUENAVENTURA DURRUTI. UN MILITANTE CONFEDERAL.C.N.T.-F,A,I,

El 14 de julio de 1896 nacía en León Buenaventura Durruti, segundo de los ocho hijos de Santiago Durruti y Anastasia Domínguez. De los ocho hermanos —Santiago, Buenaventura, Vicente, Plateo, Benedicto, Pedro, Manuel y Rosa— sólo tres sobrevivieron al finalizar la guerra. En 1932, durante una huelga, moría en León uno de los hermanos de Durruti, junto a un anarquista llamado José María Pérez. Otro murió durante los sucesos de Asturias de 1934. En 1936, comenzada la guerra, Manuel Durruti se afiliaba a Falange Española, en León, y poco después moría fusilado por los mismos falangistas al haberse negado a probar su lealtad hacia la organización. Pedro, antiguo afiliado a Falange, fue fusilado en zona republicana.




BUENAVENTURA Durruti asistió, durante su infancia, a la escuela leonesa de Ricardo Fanjul. Parece ser que no pasó, como estudiante, de la mediocridad. Poco más tarde, y a pesar de cierta oposición por parte de su familia, abandonaba la escuela y aprendía el oficio de mecánico. Su maestro en esta tarea fue Melchor Martínez, que tenía en León una gran reputación como revolucionario. (Llamaba la atención por leer «El Socialista» en público). De hecho, fue el primer mentor ideológico que Durruti tuvo. «Voy a hacer de tu hijo un buen mecánico, pero también un buen socialista», decía Melchor Martínez al padre de Durruti.



En 1912 Durruti, influenciado por su padre de ideas socialistas y por M. Martínez, se afiliaba a la «Unión de Metalúrgicos»; sin embargo, pronto comprendió que el socialismo moderado de la UGT. Unión General de Trabajadores no era lo que más le atraía. Una vez abandonado el trabajo en el taller de Melchor Martínez, Durruti trabajó como montador de lavaderos de carbón. Iba a ser Mata-llana, a 30 Km. de León, el escenario de la primera dificultad que Durruti tendría con las autoridades. Se encontraba allí con motivo de la instalación de uno de estos lavaderos y no tardó en verse involucrado en un conflicto provocado por los mineros, que exigían la destitución de uno de los ingenieros cuya actitud era claramente contraria a sus intereses. Los mineros, con el apoyo de Durruti y los demás mecánicos, consiguieron que el ingeniero fuera despedido; sin embargo, al llegar Durruti a León se encontró con la noticia, nada agradable, de que la Guardia Civil se había interesado por él.



Poco después, 1914, su padre le consigue un nuevo trabajo en la Compañía de Ferrocarriles del Norte, como mecánico ajustador, empresa en la que el padre de Durruti trabajó hasta caer enfermo. Allí se encontraba Durruti cuando, en 1917, estalló la gran huelga revolucionaria, promovida por la UGT y secundada por la CNT Confederación Nacional del Trabajo—. Buenaventura desplegó durante la huelga una gran actividad, contribuyendo a la quema de locomotoras y al levantamiento del tendido de las vías, lo que significó su expulsión de la UGT y, obviamente, el despido de la compañía. Con su amigo «El Toto» se dirigió en primer lugar hacia Gijón, donde contactó con la CNT, y, posteriormente huyó a Francia, ya que además de ser buscado por saboteador, también lo era por desertor.



El 1 de enero de 1919 Durruti cruzó la frontera, clandestinamente, y se dirigió a Asturias, donde debería realizar una misión encomendada por la CNT. Una vez cumplida la misión, parece ser que estuvo en La Robla, a 25 Km. de León, implicado en un grave conflicto laboral, dirigiéndose poco después a Valladolid, donde permaneció unos tres meses. Más tarde, y cuando se encaminaba hacia Galicia, con el fin de participar en diversas acciones, fue detenido por la Guardia Civil y enviado a La Coruña. Allí le identificaron como desertor y le trasladaron a San Sebastián, siendo sometido a Consejo de Guerra y encarcelado. Sin embargo, permaneció muy poco tiempo en la cárcel, ya que, con la ayuda de varios compañeros, logró evadirse y huyó a Francia (julio de 1919) después de haber pasado algún tiempo escondido en los montes.



En 1920 regresó a España, por San Sebastián, y se dirigió a Barcelona. Antes de emprender la marcha hacia la ciudad catalana, rechazó un trabajo en una fábrica de Rentería, que Manuel Buenacasa y otros compañeros le habían buscado, así como un puesto en el Comité de Metalúrgicos de la CNT en el país vasco: «En mi opinión los cargos importan poco decía Durruti. Lo importante para mí es la base, a fin de poder obligar a los de arriba, desde ella, a que respeten sus compromisos, impidiéndoles así, en la medida de lo posible, que se burocraticen». A su paso por Euskadi, Durruti conoció a otros anarquistas significados: Suberviola, Del Campo, Albaldetrechu y Ruiz, con los que creó el grupo llamado «Los Justicieros», cuyo terreno de acción era, simultáneamente, Aragón y Guipúzcoa. Durruti y el resto de «Los Justicieros» decidieron actuar rápidamente, y su primer objetivo era Alfonso XIII. El monarca español debía de asistir a la inauguración del Gran Kursaal de San Sebastián. La pretensión de los anarquistas era acabar con la vida del rey valiéndose de explosivos, pero sus intenciones se vieron frustradas ante el masivo despliegue policial que se llevó a cabo en el País Vasco para lograr la captura de Durruti, Suberviola y Del Campo, que habían sido denunciados.



En febrero de 1921, Durruti se encontraba en Andalucía en cumplimiento de una nueva misión, cuyo fin era ampliar las bases del anarquismo en esta región. El 9 de marzo, en compañía de Juliana López que era el otro emisario en tierras andaluzas, regresó a Madrid y fue apresado por la Policía. Ese día todo individuó sospechoso era detenido en la capital. El día anterior, Eduardo Dato había sido muerto a balazos por tres desconocidos. No obstante, Durruti, haciendo uso de una falsa personalidad, logró engañar a la Policía y salió libre, continuando su viaje de vuelta a Barcelona.



El grupo de «Los Justicieros», que más tarde cambió su nombre por el de «Crisol», siguió en su línea de utilización de la violencia como respuesta a la violencia desatada por la patronal. A finales de 1922, se constituía el grupo «Los Solidarios», cuyo fin primordial era la lucha contra las bandas armadas que subvencionaban los empresarios. Los choques entre estos grupos llegaron a adquirir un carácter de verdadera guerra civil. «Los Solidarios» contaban con varios colaboradores y gente de confianza cuya ayuda era solicitada según la naturaleza del asunto que les ocupara. Los principales componentes del grupo eran: Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso, Juan García Oliver, Eusebio Brau, Aurelio Fernández, Miguel García Vivancos, Alfonso Miguel, Ricardo Sanz, Gregorio Suberviola, Rafael Torres Escartín, Juliana López, Ramona Berni y Antonio «El Toto».



Uno de los primeros condenados a muerte, por el grupo, fue el cardenal-arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevilla y Romero (n. 1843). Sobre la ejecución de Soldevilla, es muy interesante el fragmento de la novela de Pío Baroja «El Cabo de las Tormentas».



«El cardenal-arzobispo de Zaragoza era un reaccionario de influencia. La ejercía no sólo en su sede sino en Barcelona y recomendaba a las autoridades de allí medidas fuertes y duras contra los obreros y los agitadores. Los anarquistas sabían que el arzobispo conferenciaba en Reus con los jefes de la Patronal de Barcelona y daba consejos para atacar a la organización sindicalista obrera. La banda marchó a Zaragoza; se entendieron los directores con una vieja anarquista catalana que vivía allí hacía algún tiempo, la ciudadana Teresa, y entre todos prepararon una emboscada y mataron al arzobispo una tarde que iba a una posesión suya llamada «El Terminillo». El arzobispo fue muerto en el auto cuando entraba en su finca, donde había establecido una escuela dirigida por monjas. Los anarquistas le hicieron veinte disparos. El arzobispo cayó muerto y quedaron heridos sus familiares y el chofer.» (1).



El 1 de septiembre se llevaba a cabo una nueva y espectacular acción de «Los Solidarios»: el Banco de España de Gijón era objeto de un atraco a mano armada, llevándose los asaltantes un botín de unas 675.000 pesetas. La ejecución del asalto no fue fácil. Durruti, después de mantener un violento tiroteo con la Guardia Civil, logró huir subiendo al tejado de una casa y abandonando la ciudad al amparo de la noche. «La banda de Durruti» comenzaba a ocupar los titulares de la Prensa burguesa. Días más tarde el mismo Durruti, ayudado por varios compañeros, conseguía liberar a Francisco Ascaso, que se encontraba en prisión.



Amigos, Durruti y Ascaso, deciden emprender la marcha hacia Francia. Una vez en París, toman contacto con otros anarquistas allí establecidos, y juntos dan origen a la «Editorial Anarquista Internacional». La creación de esta editorial tenía como fin propagar por todo el mundo las obras ideológicas y de lucha del movimiento libertario. En París tuvieron conocimiento de la muerte de varios de sus compañeros — Del Campo abatido a balazos por la Policía en Barcelona y de la detención de otros Suberviola y Aurelio Fernández.



A finales del año 1924, Durruti y Ascaso embarcaban con rumbo a Latinoamérica. Fue Cuba el punto inicial de su periplo por estas tierras y allí encontraron trabajo como cortadores de caña. Pronto comenzaron su labor en favor de los trabajadores de aquel país, y el punto álgido de sus acciones fue la ejecución de un empresario que mantenía a sus obreros en un lastimoso estado de esclavitud medieval. La activa búsqueda de los dos anarquistas por la Policía les convenció de la necesidad de abandonar la isla, y se dirigieron a México. Allí se encontraron con Jover y Vivancos, y juntos continuaron su peregrinar por Uruguay, Chile, Perú y Argentina bajo la denominación de «Los Errantes».



Waldo Bayer, autor de un libro sobre el anarquista Severino Giovani fusilado en Argentina el 1 de febrero de 1932, narra alguna de las actividades de Durruti y sus compañeros a su paso por el continente americano:



«Si bien ya ha habido antecedentes en nuestro país, de esta clase de anarquismo expropiador, su verdadero auge se debe a la acción emprendida por los anarquistas españoles Francisco Ascaso y Buenaventura Durruti; dos figuras verdaderamente legendarias que, necesitados de seis millones de pesetas exigidas por un juez español para liberar a ciento veintiséis de sus compañeros, inician una serie de asaltos a casas bancarias que comienza en España, con el Banco de Cataluña, sigue en México y luego por los países del Pacífico, asientan sus bases en Chile, donde obtuvieron un buen botín, llegan a la Argentina, donde asaltan el Banco de San Martín, cruzan el Río de la Plata, llegan a Montevideo donde realizan otros asaltos con éxito y luego regresan a Europa en un increíble periplo de coraje a toda prueba y desenfado. Esa gente sabía resolver las situaciones más difíciles con absoluta tranquilidad y sangre fría» (2).



Durruti, Ascaso y Jover, buscados por casi todas las policías de Sudamérica, decidieron regresar a Europa. Para ello embarcaron en un trasatlántico que se dirigía a Inglaterra. Sin embargo, al tener que efectuar el barco una parada de emergencia en Canarias, los tres amigos se creyeron descubiertos y a punto de ser entregados a las autoridades españolas. Afortunadamente para ellos, no había motivo de alarma y, unas semanas después, el barco reemprendió su marcha hasta Inglaterra. Cruzaron el Canal de la Mancha y, poco antes del primero de mayo, se encontraban en París. Allí, Durruti trabajó durante algún tiempo en el sector metalúrgico y conoció a otros anarquistas de gran prestigio: Sebastián Faure, Louis Lecoin, Voline, Pedro Archinof y Néstor Mackno, su alma gemela.



El 14 de julio de 1924 era el día señalado para que Alfonso XIII, acompañado del dictador Primo de Rivera, llegara a París, invitado por el Gobierno francés con motivo de la Fiesta nacional. Enterados de la visita, «Los Solidarios» dedicaron mes y medio a preparar un plan para acabar con la vida del monarca español. Para ello se pertrecharon de gran cantidad de munición, tres fusiles y un automóvil. El atentado se llevaría a cabo en la estación anterior a París, donde el tren en el que viajaba la comitiva real efectuaría una breve parada. El vagón que ocupaban el rey y sus acompañantes sería ametrallado y huirían en el automóvil. Sin embargo, la Policía francesa fue puesta en antecedentes y el plan de los anarquistas quedó frustrado. El 25 de junio, en un modesto hotel parisiense de la calle Legéndre, Durruti, Ascaso y Jover eran detenidos y posteriormente encarcelados. El 2 de julio aparecía la noticia de su detención en la Prensa. Las demandas de extradición por parte de diversos Gobiernos, entre ellos, el de España, no se hicieron esperar. El porvenir de los libertarios españoles se enturbiaba.



Faure y Lecoin promovieron una gran campaña en favor de los detenidos para que no fuesen entregados a ninguno de los Gobiernos peticionarios de la extradición. Los anarquistas españoles fueron juzgados la defensa corrió a cargo de Lecoin y definitivamente indultados en julio de 1927. No obstante, no se les permitía la residencia en territorio francés. La misma Policía francesa les introdujo clandestinamente en Bélgica. Poco después, era la Policía belga quien utilizaba el mismo método con respecto a Francia. Nuevamente descubiertos en este país, Bélgica les admitió, si bien para permanecer allí tuvieron que adoptar una personalidad falsa previo acuerdo con la Policía belga! A propósito de está extraña situación, Ascaso comentaba: «Es lo más curioso que me ha ocurrido nunca. La legalidad sirviéndose de la ilegalidad». Durante este período -1927, exactamente era creada, en Valencia, la FAI —Federación Anarquista Ibérica—, cuyo primer secretario fue el portugués Germinal da Sousa. Su finalidad era activar el movimiento libertario y acercar la CNT hacia el ideal puramente anarquista, en oposición al colaboracionismo y moderación que pregonaban algunos de sus miembros, Pestaña, Peiró, Juan López, etc., lo que posteriormente originó una división entre ambas tendencias. Para pertenecer a la FAI era condición indispensable ser afiliado a la CNT. No nos vamos a ocupar aquí de la estructura y funcionamiento de la FAI, pero sí diremos que con su creación el anarquismo de acción iba a adquirir una nueva dimensión.



El 14 de abril de 1931 era proclamada la Segunda República Española. El 15 regresaba a España Buenaventura Durruti. Este hombre, junto con Ascaso, Oliver, Federica Montseny, Jover y demás partidarios del anarquismo práctico, iban a ser quienes dominarían la nueva organización anarquista.



El 1. ° de mayo la FAI lanzó su primer aviso serio a la República. En el Palacio de Bellas Artes de Barcelona se celebró un gran mitin, en el que se elaboró una lista de reivindicaciones obreras: disolución de la Guardia Civil, expropiación de las pertenencias a órdenes religiosas, desaparición de los monopolios, reparto de los cotos de caza... (3). Allí, Durruti se dirigió al auditorio: «Si fuéramos republicanos, afirmaríamos que el Gobierno provisional se va a mostrar incapaz de asegurarnos el triunfo de aquello que el pueblo le ha proporcionado. Pero como somos auténticos trabajadores, decimos que, siguiendo por ese camino, es muy posible que el país se encuentre cualquier día de estos al borde de la guerra civil. La República apenas sí nos interesa; la aceptamos como punto de partida de un proceso de democratización social...». Una vez finalizado el mitin, se organizó una gran manifestación en cuya cabeza marchaban los inevitables Durruti, Ascaso y Oliver. La Guardia Civil, puesta sobre aviso, hizo frente a la pacífica manifestación. Los resultados del enfrentamiento fueron: dos muertos y varios heridos por los guardias, y un muerto y quince heridos por parte de los cenetistas y un pelotón de soldados de infantería que, mandados por el capitán Miranda, se prestó a defender a los trabajadores del ataque de que habían sido objeto.



La intranquilidad de la clase obrera se hace palpable en todas partes. Los conflictos y las huelgas se suceden por todo el país: Sabadell, Lérida, Gijón, etc. En Madrid, Sevilla y Málaga, los conventos comienzan a arder. Mientras todo esto sucedía, Emilianne Morin, la compañera de Durruti, daba a luz a la hija de ambos: Colette. Casi al mismo tiempo, moría en León el padre de Durruti. Con tal motivo, éste se dirigió a su ciudad natal para asistir al entierro que fue, a la vez que el adiós definitivo a un hombre honrado, un gran homenaje a la presencia de un gran revolucionario. Durruti fue invitado por los sindicatos de la CNT leonesa a un mitin que se celebraría unos días después. Aceptó la invitación el anarquista leonés y, como consecuencia, las autoridades intentaron detenerle. Sin embargo, la amenaza de Durruti les hizo desistir de su propósito: «Detenedme y quizá mañana León y toda y su provincia se vean envueltas en una gran huelga general».



El día señalado para la celebración del mitin, la plaza de toros se encontraba repleta de trabajadores. La reunión estaba presidida por Tejerina, secretario local de la CNT. Allí, Durruti se dirigió a sus paisanos y les habló durante largo tiempo sobre el momento prerrevolucionario que se estaba viviendo en España. Efectivamente, Durruti no se equivocaba. El 18 de enero de 1932 se iba a reducir un gran acontecimiento en la historia del movimiento libertario. El escenario fue la cuenca minera del Alto Llobregat. Ese día se proclamaba allí el comunismo libertario. Figols fue el primer pueblo en lanzarse a la aventura revolucionaria. Tras Figols, Manresa, Berga y varios pueblos más. Inmediatamente, el Gobierno hizo uso de la Ley de Defensa de la República. La rápida intervención del Ejército y la posterior represión fueron las medidas tomadas. Los responsables serían detenidos, pero la represión no sólo se localizó en esta comarca sino que se extendió por toda España. «Durruti dijo a los mineros que la democracia burguesa había fracasado; que era necesario realizar la revolución; que la emancipación total de la clase trabajadora solamente podía conseguirse mediante la expropiación de la riqueza que detentaba la burguesía y suprimiendo el Estado. Aconsejó a los mineros de Figols que se preparasen para la lucha final, y les enseñó la manera de fabricar bombas con botes de hojalata y dinamita» (4).



En la mañana del día 21, Durruti y los hermanos Ascaso eran detenidos. Al amanecer del 10 de febrero, un destartalado y viejo trasatlántico salía del puerto de Barcelona llevando a bordo 125 detenidos como consecuencia de los sucesos del Alto Llobregat. Su destino era Guinea. Sin embargo, el Gobernador de Villa-Cisneros se negó a admitir en su jurisdicción a Buenaventura Durruti, al que consideraba asesino de su padre, Fernando González Regueral, ex-gobernador de Bilbao, cuya ejecución había tenido lugar varios años antes en León. Durruti no había tenido nada que ver en la ejecución material del acto, ya que los autores de este atentado fueron Suberviola y «El Toto». El hecho, en definitiva, fue que Durruti y algunos compañeros detenidos fueron trasladados a Fuerteventura (5).



Una vez que Ascaso y Durruti recobraron la libertad —fueron los últimos en abandonar el destierro junto con Cano Ruiz—, sus esfuerzos se encaminaron hacia la preparación de la sublevación que tendría lugar en enero del 33. Durruti, Ascaso y García Oliver eran los encargados de coordinar el alzamiento en Barcelona. El fracaso de esta sublevación es conocido; sin embargo, los anarquistas lucharon a fondo en diversos puntos del país. En Andalucía, la represión llevada a cabo fue de dimensiones trágicas. Suficientemente conocido es el episodio protagonizado por el mismísimo Azaña: « ¡Ni heridos, ni prisioneros! ¡Tirar al vientre! ».



Poco después, Durruti hacía un análisis sobre el fracaso de la insurrección: «Es cierto que las condiciones no estaban maduras. Si hubiera sido así no estarían muchos de nosotros en prisión. Pero también es cierto que estamos atravesando un período prerrevolucionario y que no podemos permitir a la burguesía que domine la situación haciéndose fuerte en el poder del Estado. Es bajo esta perspectiva como debe interpretarse la tentativa revolucionaria del 8 de enero, puesto que jamás ha pasado por nuestra cabeza la idea de que el éxito de la Revolución consiste en la toma del poder por una minoría que después impondrá su dictadura al pueblo. Nuestra conciencia revolucionaria es opuesta a esta táctica. Nosotros queremos una revolución por y para el pueblo. Fuera de esta concepción no hay revolución posible. Por todo ello, lo que nadie podrá discutirnos es que nuestra intentona no haya cumplido con el objetivo de constituirse en un ataque pensado y dirigido contra el mismo corazón del sistema capitalista y estatal, herido de muerte tras el levantamiento de los mineros del Alto Llobregat».



En abril, Durruti y Ascaso eran detenidos, después de haber asistido a una reunión, cuando se dirigían a sus casas. El jefe de la Policía de Barcelona, Miguel Badía, y el consejero de Orden Público, el fascista José Dencás, hicieron declaraciones en el sentido de que, con la detención de Ascaso y Durruti, «la FAI había quedado completamente desarticulada». Los dos amigos estuvieron en la cárcel de Barcelona hasta julio, en que fueron trasladados al penal de Santa María (Cádiz). Ascaso permaneció allí hasta octubre y Durruti fue liberado unos días antes, después de haber sido juzgado como «vagabundo», una de tantas fórmulas jurídicas que los Gobiernos idean como justificación de sus arbitrarias detenciones. « ¡Aplicarme a mí la ley de vagabundos! ¡A mí, que me he pasado la vida trabajando! —decía Durruti encolerizado—. Acepto que se me acuse de disparar contra la fuerza pública, o de tratar de transformar esta sociedad que desapruebo y execro, pero... ¡acusarme de vagabundo!... ¡No hay ningún juez que tenga el derecho de juzgar al obrero Durruti como a un vagabundo! ¡Decídselo así a vuestros superiores!».



En noviembre del 33 las derechas ganan las elecciones, pasando a gobernar Lerroux y sus radicales que serían posteriormente apoyados por el reaccionario Gil-Robles y su organización de Derechas Autónomas. Una de las primeras medidas del nuevo Gobierno fue declarar el Estado de Emergencia por temor a que los trabajadores se levantaran contra el derechismo gubernamental. En efecto, el 8 de diciembre, varios puntos de la península se encontraban en huelga general: Barcelona, Valencia, Granada, Córdoba, Badajoz, Huesca... En las demás capitales reinaba una gran confusión. Aragón era el principal centro de la insurrección. En Barbastro, Calanda, Alcampiel, Valderrobles, Alcoriza y otros pueblos hubo numerosos enfrentamientos con las fuerzas gubernamentales. En casi todos ellos se llegó a proclamar el comunismo libertario. Como consecuencia de la represión llevada a cabo, hubo más de ochenta muertos y las cárceles se vieron de nuevo repletas. Allí fueron a parar Durruti, Cipriano Mera e Isaac Puente, componentes del Comité Nacional Revolucionario cuya misión era coordinar el alzamiento.



La mayoría de los detenidos fueron, sin embargo, liberados muy pronto merced a la imaginación de Durruti, que arguyó un audaz plan que sus compañeros no detenidos se encargaron de llevar a la práctica. «La Voz de Aragón» daba así la noticia: «Ayer tuvo lugar un suceso de una audacia increíble. Un grupo de siete individuos, armados con pistolas, penetraron en las dependencias del Tribunal de Urgencia de Zaragoza, donde se instruye la causa por los recientes acontecimientos revolucionarios: los asaltantes sorprendieron a los jueces y sus secretarios cuando se encontraban más atareados, obligándoles a permanecer inmóviles, tras lo cual se apoderaron de la totalidad del sumario concerniente al movimiento de diciembre último. Después de esto, los siete hombres desaparecieron a toda prisa» (6).



Los nuevos interrogatorios sólo pudieron probar la «culpabilidad» de los responsables más significados, entre ellos los tres componentes del Comité Revolucionario. Durruti, Mera y Puente fueron conducidos al penal de Burgos, donde permanecieron hasta recobrar la libertad en el mes de mayo.



Por lo que a la política del gobierno se refiere, parece que la crisis estaba cerca. Los reaccionarios se estaban aproximando de un modo alarmante a las esferas del poder. «La Solidaridad» así lo hacía notar: «Nuestra consigna suprema es: «Frente a todo intento fascista; frente a no importa qué tipo de dictadura; frente a toda revolución política, la revolución social de los trabajadores ibéricos. Frente a toda transmisión de poderes, la consigna revolucionaria de los trabajadores: destrucción del Estado, negándoles la obediencia que lo sostiene. Ocupación de las fábricas, de los talleres, de todos los lugares de trabajo. Socialización de las tierras, incautación de los municipios por las fuerzas populares. Proclamación de la comuna libre». ¡Obreros! ; Trabajadores todos de España, militéis donde sea, os adjetivéis comunistas, socialistas, sindicalistas o anarquistas!... ¡Por la Revolución, por la Libertad, por la Justicia, por la Anarquía!...» (7).



Mientras, en Barcelona continúa la huelga de tranvías. En Madrid, el ramo de la construcción acuerda el paro. En Tarragona, Valls, Manresa, etcétera, las huelgas se intensifican. En Zaragoza, abril comienza con el preludio de una gran huelga general que habría de durar treinta y seis días. Hubo despidos, detenciones...; sin embargo, los trabajadores no desanimaron. Fue en Zaragoza donde se iba a manifestar de un modo grandioso esa solidaridad que los militantes libertarios pregonaban. Una gran caravana de camiones fue organizada para recoger a los hijos de los huelguistas y llevarlos a las casas de las familias obreras que, por toda España —principalmente Cataluña—, se habían ofrecido para acoger a los niños zaragozanos mientras la huelga durase. Allí, en el centro vital de la operación, se encontraba una vez más Buenaventura Durruti, a cuyo esfuerzo se debió en gran parte que un puñado de hombres, los desheredados, dieran una de las más grandes e impresionantes demostraciones de solidaridad humana.



El «bienio negro», 1934-1936, siguió transcurriendo entre huelgas, detenciones arbitrarias, tiroteos, asesinatos de obreros... Triste balance provocado por la ascensión al poder de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), comandada por aquél al que la gran mayoría del país veía como el más fidedigno representante del advenimiento del fascismo: Gil-Robles. No andaban, en absoluto, desencaminados quienes así pensaban. La revolución asturiana del 34 y su posterior represión es un ejemplo fiel, a la vez que estremecedor, de lo que los Gobiernos pueden hacer con unos hombres indefensos y desesperados que se habían lanzado a la lucha, sin importarles lo más mínimo lo único que todavía les quedaba por perder: la vida. Eran el ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, y el general Franco quienes dirigían, desde Madrid, las operaciones militares que aplastaron el movimiento insurreccional asturiano. Por estas fechas, 5 de octubre, Durruti es encarcelado de nuevo. Mientras el proceso de desintegración del régimen del «bienio negro» se acelera hasta alcanzar su punto culminante el 9 de diciembre de 1935. Lerroux se ve obligado a abandonar el cargo y es sustituido por Portela Valladares, nombrado por el presidente Alcalá Zamora. De esta forma quedaron frustradas las esperanzas de Gil-Robles, que soñaba con el poder absoluto. Portela disolvió el Parlamento y se fijaron elecciones para el 16 de febrero. Durante los dos primeros meses de 1936, se suceden los mítines organizados por la CNT v la FAI en contra del fascismo y abogando por la unidad revolucionaria. Ante la proximidad de las elecciones, los libertarios más prestigiosos ya no pregonaban el absentismo dando total libertad a la afiliación, ya que de no ser así, se corría el riesgo de que las derechas volvieran a ganar en los comicios y eso era un riesgo demasiado peligroso. Fue por esta decisión y por el apoyo de los Anarquistas lo que permitió ganar las elecciones.



Triunfante en las elecciones el Frente Popular, las reformas se van haciendo necesarias. Así lo hace ver Durruti el 4 de marzo, en el transcurso de un mitin celebrado en el Price de Barcelona. Aludiendo a la restauración de la Generalidad y de Companys, Durruti decía: «No venimos aquí a celebrar festejos por la llegada de unos señores. Venimos a decir a los hombres de izquierda que fuimos nosotros los que determinarnos su triunfo, y que somos nosotros los que mantenemos los conflictos que deben ser solucionados inmediatamente. Nuestra generosidad determinará la reconquista del 14 de abril» (8).



En mayo, del 1 al 12, se celebraba en Zaragoza el IV Congreso de la CNT, que se auguraba como de gran importancia. El primer hecho que sorprendió fue el elevado número de asistentes: 649 delegados en representación de 982 sindicatos y 550.595 afiliados. (Por aquellas fechas, el contingente de trabajadores encuadrados en la CNT se aproximaba al millón y medio.) En este Congreso se convocó a los sindicatos disidentes los treintistas que se mostraron dispuestos a su reintegración en el seno de Confederación. El triunfo de la FAI era inapelable. Durante las sesiones del Congreso, se pasó revista a los problemas más acuciantes de la clase trabajadora y se teorizó sobre su solución inmediata: paro forzoso, disminución de horas en la jornada laboral sin que el sueldo disminuyera, reforma agraria, oposición al lock-out patronal, retiro, etc. También se trató la situación político-militar del país, se clarificaron los conceptos sobre el comunismo libertario y se planteó la cuestión de la alianza revolucionaria.



El día de la clausura se celebró en la plaza de toros de Zaragoza un espectacular mitin, al que acudieron varios miles de trabajadores procedentes de toda España. La ciudad estaba prácticamente «tomada» por los anarco-sindicalistas. El éxito del Congreso al que Durruti asistió como representante del Sindicato Único Fabril y Textil de Barcelona quizá fuera una de las causas primordiales que aceleró, si no contribuyó de manera decisiva, los sucesos venideros. El 18 de julio de 1936 se iniciaba la sublevación militar. Muchos de los más prestigiosos hombres de izquierda fueron casi sorprendidos. Las dudas y la falta de decisión de las primeras horas constituyeron una de las razones fundamentales de la derrota republicana. No era éste el caso de CNT-FAI. Los militantes barceloneses ya trataban, días antes, de conseguir armas con el fin de impedir que los militares de Barcelona se alzaran. La negativa de Companys a armar al pueblo exasperó los ánimos de los anarquistas. Ellos fueron los primeros en lanzarse a la calle con el propósito de frenar la intentona militar. A las pocas horas de producirse el intento militar, se luchaba tenazmente en los centros neurálgicos de la ciudad. Al frente de las fuerzas populares se encontraban Durruti, Ascaso, Jover, García Oliver, Aurelio Fernández y otros significados anarcosindicalistas de la región. De momento, parecía que la sublevación había sido controlada. El mismo general Goded, jefe de los sublevados en aquella zona, era detenido. Durruti parecía mostrarse satisfecho de los resultados conseguidos. Sin embargo, el lunes día 20, el anarquista leonés sufría un duro golpe: frente al cuartel de Atarazanas lugar donde los anarquistas encontraron la más dura resistencia moría de un balazo en plena frente Francisco Ascaso. El suceso encorajinó de tal modo a Durruti que él mismo se dirigió al lugar donde se libraba la batalla y se lanzó contra las puertas del cuartel. Sus compañeros, animados por el ejemplo, no tardaron en imitarle y poco después la bandera blanca ondeaba en el reducto de los militares. Los anarquistas habían acabado con el movimiento faccioso de Barcelona en cuestión de treinta y dos horas.



El 21 de julio se constituía un Comité Central de Milicias Antifascistas, que quedó estructurado del siguiente modo: tres representantes de la UGT, José del Barrio, Salvador González y Antonio López; tres de la Esquerra, Juan Pons, Jaime Miravitlles y Artemio Ayguadé; uno de Acción Catalana, Tomás Fábregas; uno de la Unión de Rabassaires, José Torrents Rosell; uno del POUM, José Rovira; uno del PSOE, José Miret; dos de la FAI, Aurelio Fernández y Diego Abad de Santillán; y tres de la CNT, Juan García Oliver, José Arens y Buenaventura Durruti. Una vez formado el Comité, publicó un bando cuya finalidad abarcaba un doble objetivo: reclutar hombres y crear las suficientes medidas de seguridad en la retaguardia. El texto del bando pecaba en cierto modo de dirigismo, por lo que no satisfizo en absoluto a Durruti. En algún momento se llegó a temer un enfrentamiento entre él y el Comité. Pero no llegó a producirse, ya que Durruti consiguió formar su columna de milicianos muy pronto con el fin de dirigirse a Zaragoza, cuya conquista era vital para el posterior desarrollo de la contienda, y así poder llevar a cabo su propia lucha revolucionaria, fuera de los cauces de la política al uso. El 24 de julio, la legendaria «Columna Durruti» salía de Barcelona con destino a Aragón. El comandante Pérez-Farrás formaba parte de la columna como delegado y técnico militar. Durruti y Pérez-Farrás no llegaron casi nunca a estar de acuerdo en las decisiones que había que tomar, concebían un ejército donde la autoridad y la disciplina férrea estuvieran ausentes. Parece ser que Farrás se volvió más tarde a Barcelona, sustituyéndole como técnico militar el sargento Manzana, quien se iba a convertir en un eficacísimo colaborador de Durruti. Manzana era un hombre allegado a la ideología cenetista, y, por tanto, totalmente antimilitarista. Momentos antes de partir hacia el frente, el periodista canadiense Von Passen mantuvo una entrevista con Durruti, que fue publicada en el «Toronto Star» y que por su interés creo oportuno transcribir:



DURRUTI. El pueblo español quiere la Revolución y está en trances de hacerla, a lo cual se oponen los fascistas. Este es el planteamiento general. En tales condiciones, no hay más que dos caminos: la victoria de los trabajadores, es decir, la libertad, o el triunfo de los facciosos, que significa la tiranía. Ambos contendientes saben muy bien lo que les espera si son vencidos. Por esta razón yo creo que la lucha será dura. Para nosotros se trata de destruir la reacción fascista de tal forma que no levante ya nunca más la cabeza en España. De hecho estamos dispuestos a acabar con el fascismo de una vez por todas, incluso a pesar del gobierno republicano.



VON PASSEN. ¿Por qué a pesar del gobierno republicano? ¿Es que acaso el gobierno republicano no lucha también contra la rebelión fascista?



Durruti. No hay gobierno en el mundo que luche contra el fascismo para destruirlo. Cuando la burguesía ve que el poder se les escapa de las manos, recurre al fascismo para mantener sus privilegios. Es lo que ha ocurrido en España. Si el gobierno republicano hubiera deseado de verdad poner fuera de combate a los fascistas, hace ya tiempo que lo habría podido hacer. En lugar de combatirlos a fondo, no ha hecho más que buscar compromisos y acuerdos. Incluso en este momento, hay miembros del gobierno que hablan de adoptar medidas más bien moderadas contra los fascistas.



Von Passen. P.Largo Caballero e Indalecio Prieto han afirmado que la misión del Frente Popular era la de salvar la República y restaurar el orden burgués, mientras que tú, Durruti, me dices que el pueblo quiere llevar la Revolución mucho más lejos. ¿Cómo interpretar esta contradicción?



Durruti. El antagonismo es evidente. Esos señores, como demócratas burgueses que son, no pueden tener otras ideas que las que profesan. Pero el pueblo, la clase obrera, no se engaña. Los trabajadores saben lo que quieren. Nosotros luchamos no por el pueblo, sino con el pueblo, es decir, por la Revolución. Somos conscientes de que en esta lucha estamos solos y que no podemos contar más que con nosotros mismos. Desde un principio sabemos ya cuál será la actitud de Rusia. Para la Unión Soviética, después de haber hecho su revolución pequeño burguesa, lo que cuenta es su tranquilidad. Por esta tranquilidad, Stalin ha sacrificado a luti trabajadores alemanes, cosa que ya hizo anteriormente con los chinos. Por eso nosotros queremos hacer nuestra propia razón por lo que creemos que hoy mejor que para mañana: si es posible antes de que estalle la próxima guerra europea. De este modo nuestra actitud servirá de ejemplo a los obreros italianos y alemanes, los cuales podrán apreciar cómo se lucha contra el fascismo. Es por esta razón por la que creemos que nadie nos ayudará. Hitler y Mussolini, lo mismo que los demócratas ingleses y franceses, temen el contagio revolucionario, que es lo que, en otro sentido, le ocurre también a Stalin.



Von Passen. ¿Entonces tú, Durruti, no crees que Francia e Inglaterra puedan ayudaros, una vez que se concrete el apoyo de Hitler y Mussolini a vuestros enemigos?



Durruti. No hay gobierno alguno que desee ayudar a una revolución proletaria. Sin embargo, es posible que las rivalidades que existen entre los distintos imperialismos puedan influir en nuestra lucha. Franco, por ejemplo, es indudable que hará lo que pueda para poner a Alemania contra nosotros. Pero esto, al fin de cuentas, no es lo más importante, como ya he dicho antes, no esperamos ayuda de nadie, ni siquiera de nuestro gobierno» (9).



La toma de Caspe fue el primer enfrentamiento serio que la «Columna Durruti» hubo de librar. Una vez conquistada la plaza, los milicianos abrieron su radio de acción y todos los pueblos inmediatos fueron conquistados: Peñalba, Osera, Monegrillo, Fortlete, Bujaraloz, Candasnos, Valfarta, Pina del Ebro, ...



Durruti estableció el puesto de mando cerca de Bujaraloz. Allí recibía a periodistas y amigos, Faure y Simone Weill entre estos últimos, y preparaba los planes de la guerra y de la revolución. Durruti, al igual que el ucraniano Mack no, pensaba que la guerra y la revolución social eran dos cosas poco menos que inseparables. Las colectividades agrícolas comenzaban a funcionar apenas la columna realizaba una conquista. La colectivización aragonesa llegó a abarcar más del 70 por 100 de la población de aquella región. El número de colectividades era de 450 y la adhesión a este tipo de explotación comunal de la tierra era totalmente voluntaria.



Fue así como, unidos los intereses de los campesinos, se formaba en una asamblea, y por decisión de la mayoría el Consejo de Aragón, que vio la luz en Bujaraloz y era el encargado de coordinar el proceso colectivizador. El Consejo, promovido por Durruti, se llegó a formar a pesar de la oposición de algunos compañeros del leonés, como Antonio Ortiz y Gregorio Jover, y de la tenaz resistencia opuesta por los comunistas. Durante el desarrollo de la lucha en Aragón, los grandes propietarios huían despavoridos ante el demoledor avance de la «Columna Durruti», que aplastaba todo foco de resistencia que encontrara a su paso. Respecto a las ruinas que ocasionaban los ataques de los milicianos anarquistas, decía Durruti al corresponsal del «Montreal Star»: «Hemos vivido siempre en míseros barrios, y si destruimos, también somos capaces de construir. Fuimos nosotros quienes construimos en España, en América y en todas partes, palacios y ciudades. Nosotros los trabajadores podemos construir ciudades mejores todavía; no nos asustan las ruinas. Vamos a convertirnos en los herederos de la tierra. La burguesía puede hacer saltar por los aires y arruinar su mundo antes de abandonar el escenario .de la Historia. Pero nosotros llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones» (10).



Por otra parte, la escasez de armas era la principal obsesión de Durruti. Esta escasez, según testimonio a Gerorge Orwell, era terrible. El mismo Orwell se extrañaba de que no se produjeran deserciones en masa: «No había nada que les stljetara en el frente, salvo la lealtad de clase (11).



Para tratar de solucionar este problema, Durruti se trasladó a Madrid, con el fin de entrevistarse con Largo Caballero, que ocupaba la Presidencia y el ministerio de la Guerra. Largo tampoco proporcionó armas a Durruti. Pidió a éste que regresara al frente de Aragón y prometió enviarle dinero para la adquisición de armamento. Durruti regresó a Aragón, pero el dinero no llegó nunca. El boicot incomprensible desde cualquier punto de vista propugnado por los estamentos gubernamentales contra Durruti y los anarquistas, era manifiesto. Pierre Besnard, secretario general de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores), realizó una visita a la España republicana en 1936. Su objetivo era internacionalizar el conflicto, de modo que Inglaterra y Francia intervinieran en favor de los republicanos. No se vio favorecido por el éxito. En su informe sobre su visita decía: «...La revolución española está retrocediendo, pero no tiene la culpa el pueblo, que lucha con entusiasmo incomparable, sino sus dirigentes, que van a remolque de los acontecimientos, demostrando que han perdido la iniciativa revolucionaria y que están dispuestos a aceptar las situaciones más humillantes, como la que tuve que soportar yo mismo frente a Largo Caballero Si el anarquismo comete la estupidez de colaborar con Largo Caballero, aunque sólo sea apoyándole, la Revolución estará irremediablemente perdida. El único medio que existe para salir de este círculo infernal es la prueba de la fuerza. Pero yo me pregunto si los dirigentes de la CNT son los mismos hombres que se lanzaron a la calle el 19 de julio...



Diríase que solamente hay uno que escape a esta regla: Durruti, un revolucionario nato y original, que en muchos aspectos recuerda a Néstor Mackno. Al igual que el guerrillero ucraniano, Durruti tampoco se separa del pueblo, contrariamente a lo que hacen otros dirigentes. Por lo demás, Durruti es superior a Mackno en algunos puntos, sobre todo en lo que se refiere al dominio que el español ejerce sobre sí mismo» (12).



El hecho claro es que Durruti se encontraba prácticamente solo. Incluso muchos de sus camaradas más antiguos, como García Oliver, se habían dejado arrastrar hacia la politización. Otros, como Abad de Santillán, se movían en una especie de ambivalencia, que resultaba totalmente desconcertante. En octubre del 36, Madrid se encontraba en peligro. Largo Caballero se dirigió a todas las organizaciones para tratar de aunar esfuerzos. Se formó, como primera medida, un nuevo Gobierno y cuatro representantes de la CNT entraron a formar parte de él: Juan López, Juan Peiró, Federica Montseny y Juan García Oliver. Inmediatamente después de formado el Gobierno, sus componentes se trasladaron a Valencia, y en Madrid quedaba constituida una Junta de Defensa presidida por el general Miaja. Se pidió la colaboración de los anarquistas para la defensa de Madrid. Horacio M. Prieto, secretario general de la CNT, se dirigió rápidamente a Aragón. El motivo del viaje no era otro sino entrevistarse con Durruti. Su colaboración en la defensa de Madrid era considerada vital. « ¡No hay nada que hablar! ¡Yo no pienso moverme de Aragón!», fue la respuesta de Durruti. Prieto arguyó razones de tipo disciplinario y de responsabilidad. Durruti le contestó: « ¡Yo no conozco otra disciplina que la Revolución. En cuanto a los demás, aprendeos esto de una vez: ¡Yo me cago en vuestras responsabilidades de burócratas!» (13).



Poco después, eran Abad de Santillán y Federica Montseny quienes trataban de convencer a Durruti. Por fin, ante la cantidad de presiones, Durruti, con un contingente de 1.800 milicianos, parte hacia Madrid. El sargento Manzana le acompañaba como técnico militar, y como secretario iba Mora. Al mando de las agrupaciones que formaban la columna, iban Bonilla, José Mira y Liberto Roig. Miguel Yoldi, Ricardo Rionda y el propio Durruti formaban el Comité de Guerra. El 15 de noviembre, los hombres de Durruti ya se encontraban en la Ciudad Universitaria de Madrid haciendo frente a las tropas fascistas. El lugar de destino de los anarquistas, el más comprometido y peligroso, hizo que las bajas alcanzaran en muy poco tiempo un elevado número. El día 18, la «Columna Durruti» solamente contaba con 700 hombres de los 1.800 que se habían desplazado a la capital. El día 19, los milicianos de Durruti se prepararon para asaltar el Hospital Clínico, defendido por tropas moras y Guardia Civil. Las indicaciones dé: Durruti no fueron seguidas con exactitud y, como consecuencia, sólo se pudieron tomar parte de las plantas del Clínico, quedando en la parte superior tropas nacionales. Poco después, le llegan noticias a Durruti de que sus hombres querían abandonar el Clínico. Durruti, acompañado por Julio Grave (chofer) y por Bonilla y Miguel Yoldi (parece ser que también iba Manzana), se dirigió hacia el Hospital. Durante el trayecto, poco antes de llegar al punto de destino, Durruti y sus acompañantes se encontraron con un pequeño grupo de milicianos, que daban la sensación de ser descontentos que abandonaban su puesto de combate. Durruti habló con ellos y les convenció para que volvieran a sus puestos. Una vez diluido el confusionismo creado por esta situación, Durruti se acercó al coche. En este momento sonó un fogonazo, y el anarquista leonés se desplomaba al suelo con una bala incrustada en su pecho. En el Ritz, convertido en hospital, los doctores Bastos, Monje, Fraile y Santamaría firmaban en la madrugada del día 20 de noviembre de 1936 el diagnóstico final de Buenaventura Durruti: «Muerte causada por una hemorragia pleural», El proyectil se encontraba alojado en la región del corazón (14).



La desmoralización hizo presa entre los combatientes anarquistas. La muerte de su compañero, acaecida en circunstancias extrañas, les afectó en gran manera. La mayoría de los milicianos libertarios abandonaron Madrid y regresaron a Aragón. Martínez Bande, historiador y militar, comenta acerca de Durruti:...«Buenaventura Durruti había aparecido desde los momentos iniciales de la guerra como el «líder» anarquista más interesante, el más arrojado en un mundo de arrojados, y el que seguramente también comprendió primero qué es lo que había pasado en España tras el 18 de julio. Esto es, el que mejor supo adaptarse a las circunstancias de la guerra. El potenció a sus hombres, a quienes muchos calibraron, seguramente, casi como pequeños dioses, a la sombra de un dios máximo. Por esto cuando éste cae en combate, el Olimpo anarquista de la Ciudad Universitaria se desploma» (15).



Exactamente treinta y nueve años antes que su gran enemigo, el general Franco, moría en la madrugada del 20 de noviembre de 1936 la última gran esperanza del anarquismo: Buenaventura Durruti. En la tarde del domingo 22 de noviembre, una gran masa de trabajadores (alrededor de medio millón) daba su último adiós a Durruti en Barcelona. El cortejo fúnebre, que atravesó varias calles de la ciudad (entre ellas, la Vía Layetana: Avenida de Buenaventura Durruti hasta el final de la guerra) con destino al Cementerio Nuevo, fue un impresionante espectáculo, en el que millares de hombres acudieron a rendir el postrer homenaje a su compañero. Quizá haya sido ésta al igual que ocurrió en Rusia en el entierro de Kropotkin la última gran manifestación libertaria de un país donde el anarquismo tuvo una acogida y difusión

como en ningún otro del mundo.



* Sobre la muerte de Durruti, Antonio Bonilla, hoy día residente en Zaragoza, mantiene una tesis nunca argumentada hasta ahora. En el número 80 del semanario «Posible», el antiguo compañero de Durruti confiesa a Pedro Costa Muste: «No cabe duda de que la bala que mató a Durruti salió del naranjero que portaba Manzana. Pudo ser casual o intencionadamente. Hoy, a la vista de lo que ocurrió después, opto por creer que fue intencionado el disparo». Lo que ocurrió después, según Bonilla, es que Manzana desapareció sin dejar rastro. Manzana se ha mantenido ilocalizable, desde entonces, en algún lugar de México, ignorándose si aún vive.



Como con Zamora, el Che o Zapata, su muerte tiene estigmas de traición y el principal sospechoso, el PCE estalinista, desatará pocos meses mas tarde una brutal persecución contra anarquistas y demás radicales que no solo liquidó la Revolución amenazante, sino que fue el comienzo del fin de la propia República que decían salvaguardar.



40 años de existencia intensa tuvo este hombre que lucho por sus ideales sin treguas ni fanatismos; que nunca dejó de vivir de su trabajo; que actuaba tanto como leía y pensaba; que amó, soñó y tuvo amigos entrañables. En fin, Buenaventura Durruti fue lo que fue, y también lo que de mejor queda en nosotros cuando compartimos su trayectoria luminosa.







1) Pío Baroja: "El Cabo de las Tormentas". Espasa-Calpe. Madrid.



(2) Waldo Bayer: «Severino Giovani, Editorial Galerna. Buenos Aires.



(3) «El Luchador», 8 de mayo de 1931.



(4) G. Gilabert: «Un héroe del pueblo: Durruti,,. Buenos Aires.



(5) Sobre los acontecimientos de Figols, ver: Eduardo de Guzmán, TIEMPO DE HISTORIA, n.° 14: «Cuando Figols proclamó el comunismo libertario».



(6) «La Voz de Aragón», 25 de enero de 1934.



(7) «La Solidaridad», 3 de marzo de 1934.



(8) «Solidaridad Obrera», 6 de marzo de 1936. Citado por John Brademans: Anarco-sindicalismo y Revolución en España, 1930-1937». Ariel. Barcelona.



(9) «Toronto Star», 18 de agosto de 1936.



(10) «Montreal Star», 30 de octubre de 1936. Citado por Hugh Thomas: «La Guerra Civil Española». Ruedo Ibérico. París.



(11) George Orwell: «Homenaje a Cataluña». Ariel. Barcelona.



(12) julio C. Acerare: «Durruti». Bruguera. Barcelona.



(13) Idem.



(14) Idem.



(15) JoanLlarch: «La muerte de Durruti. Ediciones Aurea. Barcelona

CIPRIANO MERA MILITANTE DE LA C.N.T.

El sábado 25 de octubre de 1975 fallece en un hospital de Saint Cloud un viejo obrero madrileño de la construcción llamado Cipriano Mera. El trabajador español, que ya ha cumplido los setenta y nueve años y lleva menos de cinco jubilado, reside hace


tiempo en un modesto piso de la cercana localidad de Billancourt, suburbio proletario e industrial de París, mundialmente conocido por alzarse allí las grandes fábricas de automóviles Renault.







De obrero de la construcción y dirigente sindicalista, Cipriano Mera pasó a ser general del Ejército Republicano durante la Guerra Civil española. Y, cerrando el ciclo de su vida, la muerte le sorprendió cuando —el 25 de octubre de este año, en un suburbio parisino— de nuevo era un proletario más.







De mediana estatura, enjuto, cetrino, con rostro de campesino castellano que parece tallado a hachazos, Cipriano es conocido en el hospital donde muere. No es la primera vez que ocupa una cama de este centro en que son asistidos enfermos y accidentados de la seguridad social. Muy recientemente, a comienzos de la primavera del año en curso, permanece internado durante un par de meses aquejado por una dolencia pulmonar. Luego, sensiblemente mejorado, retorna a su hogar de la calle Jean Jaurés de Billancourt hasta que una recaída a principios del otoño le fuerza a retornar a la clínica de la que no saldrá con vida. Durante el tiempo que en una y otra ocasión permanece internado son muchos los compañeros, amigos o simples conocidos que se interesan por su estado. Médicos, enfermeros, auxiliares y porteros se enteran de quién es y de quién ha sido. No porque él lo pregone en torpes anhelos de satisfacer una vanidad que jamás sintió; menos aún porque Teresa —compañera abnegada de toda su vida— quiera asombrar a quienes la escuchan o ganarse su conmiseración. Pero no son pocos los visitantes que compartieron sus antiguas y modernas luchas sindicales, le acompañaron en alguno de sus encierros o pelearon a sus órdenes en Somosierra, Gredos, Madrid, Jarama, Guadalajara o Brunete. «Fue un general del Ejército Popular —explican algunos con una leve nostalgia en la voz—, es decir del Ejército de la Segunda República durante toda la guerra de España».



Dicen la verdad pura y simple, aunque Cipriano no alcanzase oficialmente tan elevada graduación. Pese a que durante casi toda la contienda luciera en su uniforme las barras de comandante y teniente coronel, actuó como general en jefe, primero de una división v luego de todo un cuerpo de ejército, interviniendo personal y decisoriamente en mayor número de combates que muchos famosos estrategas. Hace ya diez o doce años, cuando Mera, que ya sobrepasa la edad de la jubilación y se niega a ser jubilado porque necesita el salario íntegro para atender a su familia, ha de ser internado en otro hospital, se produce un incidente tan curioso como significativo. Necesita una transfusión de sangre de determinado tipo de que carece el centro e indican a su mujer la conveniencia de que se presente a donarla alguno de sus familiares. La noticia circula con rapidez por París y al día siguiente más de un centenar de personas acuden a ofrecer generosamente su sangre. Los médicos se sorprenden ante la afluencia de donantes y preguntan intrigados quién es aquel modesto albañil cuya salud preocupa e inquieta a tantas gentes. Cuando se lo dicen quedan tan sorprendidos como desconcertados.



Nacido en Madrid en 1896, toda la infancia y la juventud de Cipriano Mera discurre en las proximidades de Estrecho, en la parte alta de Cuatro Caminos, cerca ya de Tetuán, en unas barriadas proletarias y humildes que se extienden por un lado hasta la Dehesa de la Villa y por otro sobrepasan Peña Grande para alcanzar las tapias del Pardo. Un buen novelista español, un tanto olvidado en los últimos tiempos —Vicente Blasco Ibáñez—, describe brillante y coloridamente en una de sus novelas —«La Horda»— lo que son estos barrios a comienzos de siglo. Callejuelas largas, estrechas, retorcidas, sin pavimentar, bordeadas por edificios de una o dos plantas, con incómodas y reducidas viviendas donde difícilmente caben numerosos moradores. Son en su casi totalidad familias proletarias más abundantes en bocas que en recursos. Abundan los traperos que por las madrugadas bajan al centro con carritos y serás para recoger las basuras y desperdicios de la gran ciudad. Y no faltan en los extensos descampados chabolas que dan cobijo a los campesinos que vienen a la capital en busca del trabajo y el pan que les falta en sus pueblos, grupitos de gitanos e incluso algunos golfos y maleantes de ínfima categoría. Personajes pintorescos son aun los cazadores furtivos que en los bosques de la cercana posesión real consiguen los conejos e incluso los venados que hacen las delicias de los frecuentadores de los merenderos de las afueras de la población.



Los chicos, que no caben en las casas, hacen su vida en la calle o los descampados vecinos. Tienen que empezar a trabajar apenas comienzan a saber andar. Para salir adelante las familias necesitan la aportación económica de todos sus miembros y los ocios y juegos de la infancia duran muy poco. Aunque la enseñanza es gratuita en general, frecuentar la escuela durante algún tiempo es un lujo que muy pocos pueden permitirse. El sueño de la mayoría es ingresar como aprendiz en un buen taller, pero son pocos los talleres y demasiados los aspirantes. Los muchachos han de apencar con lo que sea para ayudar a sus padres o a sí mismos. Laboran en la busca; escarban y clasifican las basuras; cuidan de las gallinas y los cerdos; se colocan como botones o recaderos; sirven las tabernas, tiendas, merenderos, etc. y ni aún así consiguen saciar de manera permanente su hambre. Cipriano Mera sigue las vicisitudes y la suerte de casi todos los chicos de su tiempo y barrio. Es un muchacho despierto, atrevido y habilidoso que apenas pisa la escuela y trabaja desde que tiene uso de razón en las más diversas ocupaciones. Al final, igual que muchos de ellos, entra como peón en una obra. Al cabo de unos años puede considerarse un magnífico albañil.



La construcción es prácticamente la única gran industria existente en Madrid, pero el trabajo en ella es duro y está mal pagado. Cuando llueve intensamente —y esto ocurre durante semanas enteras en los meses invernales— ni se trabaja ni se cobra. Algunos procuran resarcirse luego, laborando a destajo en jornadas interminables y agotadoras. Pero contratistas y capataces se aprovechan de las circunstancias e imponen salarios irrisorios. Mera es un trabajador serio, fiel cumplidor de su deber, pero intransigente por temperamento y decisión en la defensa de sus intereses como trabajador. Choca frecuentemente con los patronos, participa en todas las huelgas y encabeza algunas. Consecuencia lógica son sus primeros encierros. Como para tantos otros obreros, la cárcel le sirve de escuela para adquirir los conocimientos de que carece. Lee cuanto cae en sus manos, escucha con atención a otros compañeros más capacitados y va formando su conciencia revolucionaria. Enemigo por naturaleza de injusticias e imposiciones se siente atraído por el sindicalismo revolucionario. No tarda en ser conocido como militante de la Confederación Nacional del Trabajo CNT e intervenir en las asambleas de su organización.



No es un orador elocuente ni tiene mucha facilidad de palabra. Pero le sobra buen juicio, ve con claridad los problemas, llama a las cosas por su nombre y, como todos los hechos de su vida avalan y ratifican lo que dice, goza desde muy joven de cierto prestigio entre sus compañeros. Serio, circunspecto, poco hablador en su trabajo, con cierto aspecto de seca hosquedad, Cipriano es un mozo bien-humorado, alegre y comunicativo. Le gusta participar en bromas y juegos en sus horas de asueto y en las excursiones y giras que se organizan los días festivos. Incluso en una época se siente atraído por los grupos teatrales de aficionados que actúan en los ateneos y círculos obreros. Mera llega a ser un discreto actor y algunos de sus viejos compañeros recuerdan todavía haberle visto interpretar con plausible acierto los protagonistas de «El sol de la humanidad» de Fola Igúrbide y el «Juan José» de Joaquín Dicenta.



Pero los tiempos son difíciles y a los militantes confedérales queda poco espacio para la diversión y el asueto. Ni siquiera para atender como es debido a la propia familia ya formada. La C. N. T. es una organización combativa y revolucionaria. Sus sindicatos son clausurados con frecuencia y sus elementos más destacados perseguidos y encarcelados. Y si esto ocurre en los últimos tiempos de la monarquía constitucional, sucede con redoblada intensidad a lo largo de la Dictadura. Durante varios años las organizaciones cenetistas, colocadas al margen de la ley, han de funcionar en la clandestinidad. Forzados por las circunstancias, con sus locales cerrados, muchos de sus elementos han de ingresar en la U. G. T. para defender sus intereses como trabajadores. Cipriano Mera tiene que hacerlo en esta época, como tienen que hacerlo otros militantes cenetistas. Entre ellos, se encuentran, por lo que a Madrid respecta, figuras tan conocidas del movimiento libertario como Mauro Bajatierra, Feliciano Benito, Antonio Moreno, Melchor Rodríguez, Teodoro Mora, Paulet y los hermanos Inestal. Más adelante, cuando la Dictadura declina y la persecución se hace menos intensa, van agrupándose todos de nuevo en el Ateneo de Divulgación Social. Cae Primo de Rivera en enero de 1930 y a su Dictadura sucede la llamada «Dictablanda» de Berenguer. Comienza una etapa de extraordinaria actividad política que culminará, quince meses después, con la caída de la Monarquía. La C. N. T., con la que nadie cuenta, a la que nadie menciona y a la que una mayoría cree totalmente desaparecida, puede salir de su prolongada clandestinidad. Se produce entonces un fenómeno que ni comentaristas políticos ni historiadores se han tomado la molestia de estudiar y analizar a fondo: la rápida, la vertiginosa expansión del movimiento sindicalista revolucionario. Lo efectivo es que, aparentemente inexistente en enero, la Confederación Nacional del Trabajo tiene seis meses más tarde mayor número de afiliados que todos los partidos políticos de izquierda y derecha, monárquicos o republicanos, juntos.



Este sorprendente incremento no se produce sólo en Cataluña, Levante, Aragón y Andalucía donde los sindicatos confederales fueran mayoritarios con anterioridad, sino también en Galicia, Asturias, la Rioja y el Centro. En Madrid el sindicato más importante es, naturalmente, el de la construcción, cosa comprensible por las condiciones de trabajo imperantes en la industria y el temple de sus militantes. Como la C. N. T. no interviene en las contiendas electorales —que desdeña—, esos militantes son totalmente desconocidos en los círculos políticos y periodísticos de la capital. En cambio, son sobradamente conocidos por los trabajadores —que es lo que de verdad importa—, que los ven a diario en los mismos talleres, tajos o andamios en que todos laboran. En el sindicato de la construcción confederal no hay cargos retribuidos ni la esperanza de conseguir con facilidad sinecuras de ninguna clase. Todos son obreros auténticos y los militantes más destacados —Mera, Antona, Mora, Marcelo, Ciriaco, Inestal, etc.— no disfrutan de otro privilegio que servir de lección y ejemplo a sus compañeros trabajando tanto como el que más y arriesgándose y sacrificándose con absoluto desinterés por todos. Con esto basta y sobra para que los demás pongan en ellos mayor confianza que en cualquier arribista o escaladores políticos por muchos que sean sus títulos universitarios o arrebatadora su elocuencia.



En estos meses de acusada transformación política, igual que en tiempos de la Dictadura y conforme sucederá con la República en los años venideros, la vida no es fácil ni cómoda para los sindicalistas madrileños. Una mayoría sufren persecuciones y encierros. Lejos de ser una excepción, Cipriano es una norma en esto. Participa en todas las luchas proletarias en un régimen o en otro y en todos tiene que sufrir largas temporadas de prisión. En diciembre de 1933, por ejemplo, forma parte del Comité Nacional que, como protesta contra el triunfo electoral de las derechas que da paso al llamado bienio negro, desencadena un fuerte movimiento revolucionario en Aragón, la Rioja y Levante. Como consecuencia es detenido y pasa largos meses en la cárcel de Zaragoza en unión del doctor Puente, Ejarque y varios centenares de compañeros. Ni siquiera varía fundamentalmente la situación para ellos cuando, en febrero de 1936, triunfa el Frente Popular. En Madrid se inicia a finales de la primavera de dicho año una huelga general de la construcción que pronto reviste especial violencia dadas las circunstancias que vive España. Cipriano Mera es uno de los primeros detenidos y sigue en la Cárcel Modelo de Madrid —en unión de David Antona, Teodoro Mora, Villanueva, Cecilio, López, Ciriaco y varios cientos de compañeros más— cuando se produce el levantamiento del 18 de julio. A mediodía del domingo 19 de julio, Cipriano Mera y sus compañeros son puestos en libertad. Inmediatamente se lanza a la lucha. Al día siguiente, lunes 20 de julio, participa activamente en los combates de Campamento. Veinticuatro horas después figura entre los grupos que se adueñan de Alcalá de Henares. El miércoles toma parte en una de las batallas más sangrientas de los comienzos de la guerra civil: el asalto de Guadalajara en que los muertos y heridos por ambos bandos se cifran en varios centenares. Sin tomarse un momento de descanso, Cipriano sigue hacia adelante. Al frente de unos grupos de hombres decididos avanza hacia el este y el sudeste a través de la Alcarria y la provincia de Cuenca. En pocos días los futuros frentes están en Alcolea del Pinar por un lado y en Albarracín por otro. (Se producen en estos días centenares de sangrientas escaramuzas libradas en cualquier rincón de la geografía peninsular. En una de ellas perece, más allá de Sigüenza, un buen militante madrileño: Tomás Lallave).



Cipriano Mera está de regreso en Madrid a finales de julio. Inmediatamente parte para la Sierra en una columna integrada por dos mil trabajadores madrileños y mandada por el teniente coronel Del Rosal. Durante más de un mes estas milicias confederales pelean en las estribaciones de Somosierra, por encima de Paredes de Buitrago, defendiendo los embalses que aseguran el abastecimiento de aguas de Madrid. Más tarde, durante los meses de septiembre y octubre, luchan en Gredos —Casas Viejas, La Adrada, La Iglesuela—... En el puerto Mijares, cerca de Piedralaves muere defendiendo una posición un conocido militante de la construcción: Teodoro Mora.



En los primeros días de noviembre, Cipriano Mera está tratando de formar una nueva columna con los hombres que han luchado en Sigüenza y Toledo. Cuando en la noche del 6 al 7 de noviembre se produce la huida de muchos hacia lo que entonces denominan algunos el Levante Feliz, se pone en movimiento en dirección opuesta. En la mañana del domingo 8 de noviembre, cuando la primera batalla de Madrid alcanza su mayor virulencia, Mera penetra en la Casa de Campo corno responsable político de una columna integrada por tres mil hombres, cuyo mando militar ostenta el teniente coronel Palacios. La primera brigada internacional y las Milicias Confederales tienen la misión de defender Madrid frenando el avance enemigo por las frondas del antiguo parque real. Durante dos semanas luchan encarnizadamente en un extenso frente que va desde Casa Quemada al Puente de San Fernando, cubriendo la Cuesta de las Perdices y las carreteras de Castilla y La Coruña. Aguantan bien y mantienen con energía sus posiciones, aún a costa de perder en menos de quince días la mitad de sus efectivos. Las bajas son cubiertas inmediatamente por combatientes voluntarios procedentes de todos los sindicatos. El Sindicato de la Construcción publica el día 9 de noviembre una orden impresionante. Dice escuetamente: «Todos los trabajadores de la construcción que no estén en lista y controlados por el Consejo Mixto de Fortificaciones, se concentrarán en los sitios indicados por sus organizaciones, con sus respectivas meriendas, para marchar dónde sea preciso en defensa del pueblo de Madrid». Van a luchar, a batirse empuñando el fusil abandonado por alguno de los muertos, tal vez a morir a su vez, pero nadie les habla de premios ni recompensas. Se les exige, en cambio, que cada uno se lleve la comida. Y con orgullo podrá proclamar semanas más tarde el Sindicato de la Construcción, el sindicato de Mera, que ni uno solo de sus afiliados desoye el llamamiento de la organización. En torno a Madrid, en la dura lucha entablada en noviembre, caen muchos militantes confederales, algunos de los cuales pudieron llegar a ser buenos jefes una vez organizado el Ejército Popular. Perece así, oscuramente, lo mejor de la militancia madrileña. Tan anchos claros abre la muerte en sus filas que cuando el propio Mera recibe el encargo de comunicar a Federica Montseny la muerte de Durruti, la entonces ministro de Sanidad se duele de las elevadas pérdidas en compañeros destacados y pide a su interlocutor que sea prudente y no se arriesgue más de la cuenta. Sincero y rudo, Cipriano contesta moviendo la cabeza en gesto negativo: ¡Imposible! ¿No ves, mujer, que hay que ir siempre delante para que los demás nos sigan?»



Con un valor sereno y frío, sin alardes espectaculares ni gestos teatrales, pero con una decisión inquebrantable, Cipriano Mera va siempre delante mostrando a los demás el camino, desdeñando el peligro que le acecha. Ve caer en torno suyo a centenares de compañeros y espera seguir en cualquier momento la misma suerte. Las balas le respetan y continúa en pie después de participar durante la segunda quincena de noviembre y los meses de diciembre y enero en todas las batallas que se libran entre Aravaca, por un lado, y la Ciudad Universitaria, por otro. Durante ese tiempo comienza a aureolarle un prestigio casi mítico.



A finales de 1936 y comienzos de 1937, en los frentes cercanos a Madrid empiezan a constituirse las primeras unidades del Ejército Popular. En el medio año que lleva luchando ha llegado a la conclusión de que la guerra sólo puede ganarse con el arma adecuada que es un buen ejército. Sincero consigo mismo y con los demás, admite primero y defiende después enérgicamente la militarización de las unidades de voluntarios. No aspira a ostentar ningún mando y se resiste a aceptar el que le ofrecen; pero cuando las necesidades de la lucha y la insistencia de la organización le fuerzan a asumirlo, expone con serenidad su pensamiento y propósitos. Mientras la guerra dure y tenga el mando de una unidad militar, no tolerará en ella indisciplinas, debilidades ni caprichos de nadie. Exigirá de todos, empezando por él mismo, el cumplimiento del deber por encima de cualquier consideración, incluso sobre las propias fuerzas del individuo, y aplicará los más duros castigos a quien no lo haga, aunque sea su mejor amigo y compañero. Los procedimientos que empleará repugnan a sus ideas y sentimientos, pero es la única manera de ganar una guerra en la que tanto se juegan los trabajadores.



La XIV División, cuyo mando se le confía a comienzos de febrero, está integrada por dos brigadas: la 70 y la 77, surgidas de la transformación de otras tantas columnas milicianas —«Espartaco» y «España Libre»— que ya han luchado en distintos frentes. Pocos días después tienen que participar en lo más duro de la batalla del Jarama. Sus integrantes reciben su bautismo de fuego en las proximidades del Pingarrón. Se comportan con heroísmo, pese a sufrir un número considerable de bajas. Apenas terminada la batalla del Jarama comienza la de Guadalajara. Varias divisiones italianas, bien protegidas por artillería y aviación, avanzan rápidas por tierras de la Alcarria con ánimo de completar el cerco de Madrid, cortando sus salidas por el sur y el este. Ante la abundancia de material enemigo, las unidades republicanas han de batirse en retirada. El Cuerpo de Tropas Voluntarias llega en pocas jornadas cerca de Guadalajara, conquista Brihuega y pone en serio aprieto las comunicaciones de la capital. La XIV División se enfrenta con ellas el 16 de marzo, consiguiendo de momento paralizar su progresión. Dos días después se lanza a su vez al asalto de las posiciones enemigas y el día 19 de marzo entra en Brihuega, pone en fuga a las unidades de camisas y flechas negras, infringiéndoles la más sonada de las derrotas de toda la guerra de España, apoderándose de parte de su material y haciendo varios centenares de prisioneros.



Posteriormente la XIV División toma parte en diferentes operaciones y a mediados de julio interviene en las batallas libradas en torno a Brunete. Ha de hacerlo en el instante más crítico y en las condiciones más desfavorables cuando, contenido el avance inicial de las fuerzas republicanas, los nacionales (que han concentrado en el frente el grueso de sus unidades) se lanzan a la contraofensiva, bien protegidas sus tropas por la aplastante superioridad aérea de los aparatos alemanes e italianos. Durante más de una semana los catorce mil hombres que manda Cipriano Mera se clavan en el terreno y aguantan todos los ataques sin retroceder un sólo paso. Cuando la batalla concluye, la 70 y la 77 Brigadas ofrecen anchos claros en sus filas, pero han demostrado ser de las mejores unidades del recién creado Ejército Popular. Ascendido por méritos de guerra a teniente coronel, Cipriano Mera es nombrado comandante en jefe del 4.° Cuerpo de Ejército. Con escasas fuerzas —tres divisiones como máximo, entre ellas la ya famosa XIV—, tiene que cubrir un frente extenso que va desde Somosierra en la parte izquierda a los Montes Universales, cerca de Teruel, donde enlaza con el Ejército de Levante, en la derecha. Ejerce el mando del mismo sector durante el resto de la guerra, interviniendo en numerosas operaciones. Tiene a sus órdenes entre treinta y cinco y cincuenta mil hombres, encuadrados en unidades que muchas veces son puestas por sus superiores como modelo de organización y eficacia combativa. Como jefe de cuerpo de Ejército, Mera impone la más rígida disciplina unida a un concepto exigente de la propia responsabilidad. Continúa ocupando en los combates los puestos de máximo riesgo y desarrolla una actividad incesante durante la calma en los frentes. Aunque tiene poco más de cuarenta años, los combatientes le llaman cariñosamente «El Viejo» y a nadie sorprende verle aparecer de día o de noche en las posiciones más avanzadas porque constantemente recorre las líneas en misión de inspección y vigilancia. Merced a todo ello llega a ser uno de los jefes del Ejército Popular que inspiran mayor confianza a cuantos combaten a sus órdenes.



En el mes de marzo de 1939, cuando la pérdida de Cataluña ha sellado definitivamente la suerte de la contienda, secunda por mandato expreso de su organización el movimiento contra Negrín, en el que participan todos los partidos y organizaciones del Frente Popular con excepción de los comunistas. El día 5 tiene que leer ante los micrófonos de Unión Radio una breve alocución expresando su apoyo a Julián Besteiro y Segismundo Casado que rechazan un intento de Negrín, que ya ha provocado la víspera la marcha a Bizerta de la flota republicana surta en Cartagena. Aunque el doctor, sus ministros y el Buró Político del P. C. abandonan España en la mañana del 6 de marzo, la situación del recién formado Consejo Nacional de Defensa, que ya preside Miaja, llega a ser extremadamente crítica durante los días 7, 8 y 9 ante la rebelión de parte de los tres cuerpos de ejército que defienden Madrid. Mera tiene que venir en su auxilio desde Guadalajara al frente de la XIV División para salvar al Consejo luego de una serie de encarnizados combates.



Cipriano Mera continua en su puesto de mando de Guadalajara hasta los últimos días de marzo. El martes 28, una vez caído Madrid y desaparecidos prácticamente los frentes del Centro, recibe orden de trasladarse a Valencia. De allí parte en la mañana del 29 con rumbo a Orán. En Argelia no le reciben con los brazos abiertos ni le tratan con consideraciones de ningún género. Al igual que otros varios millares de refugiados va a parar a un campo de concentración, donde ha de pasar varios meses padeciendo hambres, incomodidades y malos tratos. Al salir de España no ha llevado consigo bienes ni riquezas y este primer exilio no tiene para él nada de dorado.



Cuando al fin sale del campo de concentración tiene que ganarse la vida trabajando. Como en Orán no encuentra dónde laborar ha de marchar al Marruecos francés donde empieza a trabajar como simple peón en las obras de construcción del ferrocarril que, partiendo de Tánger, los franceses esperan que llegue algún día hasta Dakar. El «general» curtido en cien batallas, que mandó con eficacia y acierto un cuerpo de ejército, es un trabajador igual que los demás que ni pide ni admite ningún trato de

favor. En la primavera de 1940 se produce el desastre francés y los alemanes llegan hasta la frontera de los Pirineos. En el otoño las autoridades españolas solicitan la extradición de algunas figuras destacadas de los exiliados republicanos Azaña, Companys, Peiró, Zugazagoitia, Teodomiro Menéndez, Cruz Salido, Rivas Cheriff, etc. y ven satisfecha sin tardanza su demanda, con la sola excepción de Azaña que fallece en Montauban. Algún tiempo después hacen la misma petición con respecto a una larga serie de exiliados refugiados en Argelia y el Marruecos francés. Pero las autoridades galas de las colonias —quizá porque los alemanes están más lejos— se muestran menos diligentes en atender la demanda. Nogués, el residente francés en Fez, procura dar largas al asunto y deja transcurrir unos meses sin hacer nada. Accede por último, no sin ciertas reservas mentales y, al parecer, tras haberle asegurado que ninguno de los refugiados que entregue será fusilado. Sea como fuere, entre los exiliados cuya extradición se concede figura Cipriano Mera que es conducido a Madrid y encerrado en la prisión de Porlier. Tras un periodo de espera es juzgado y condenado a la última pena. Le indultan a los pocos meses, demostrando tanto antes de ser juzgado como en el tiempo que tiene pendiente sobre su cabeza la más grave de las penas, absoluta serenidad y entereza. Luego de indultado, las autoridades disponen su traslado a la Prisión Central de Trabajadores de Santa Rita —que ocupa los edificios de un antiguo colegio reformatorio para señorítos calaveras— en el entonces pueblo de Carabanchel Bajo, actualmente simple barriada de Madrid. En Santa Rita se concentran en los años cuarenta y dos a cuarenta y cuatro los millares de presos destinados a trabajar en los destacamentos penitenciarios de la Sierra —aparte de los que construyen los túneles para el ferrocarril directo Madrid-Burgos, están los que horadan una montaña en Cuelgamuros— y en las obras de la nueva prisión que ha de sustituir en Carabanchel Alto a la que fue destruida durante la guerra en la plaza de la Moncloa.



Durante bastante tiempo Cipriano Mera sale todas las mañanas de Santa Rita en una columna formada por más de mil penados, bien custodiados por una veintena de funcionarios de prisiones y un pelotón de soldados, para ser trasladado a las obras que distan poco más de un kilómetro. Allí trabaja como albañil durante ocho o nueve horas, para volver a ser encerrado en Santa Rita al caer la tarde. Cada día de trabajo le permite redimir otro de condena, por lo que la pena de treinta años puede quedar reducida a quince. Aparte, recibe un salario de tres pesetas diarias: una que se destina a mejorar el rancho; otra que puede cobrar su familia y una tercera que ingresa en una cuenta de ahorros cuyo total se le entregará al recobrar la libertad. En cualquier caso abandona la prisión mucho antes de cumplir los quince años de reclusión, merced a uno de los varios indultos que se promulgan.



Pero sale —conviene precisarlo— en una llamada libertad condicional que difiere bastante de la libertad absoluta. El liberado condicional tiene que residir forzosamente en el lugar que se le designe, presentándose con periodicidad a las autoridades que se le indique para declarar dónde trabaja, el dinero que gana y la vida que hace, no pudiendo viajar ni cambiar de domicilio sin antes pedir y conseguir el correspondiente permiso. Caso de no cumplir al pie de la letra las instrucciones o incurrir en cualquier falta o delito puede ser encarcelado de nuevo, teniendo que cumplir entonces la totalidad de la condena que tiene pendiente. Al abandonar la prisión, Cipriano vuelve a vivir donde siempre ha vivido en compañía de su mujer. Torna también a buscar ocupación en su profesión y oficio. Lo encuentra en las obras de una constructora —Urbis, concretamente— que está levantando una extensa barriada entre las avenidas madrileñas de Menéndez Pelayo y Doctor Esquerdo. Allí vuelve a subir al andamio sin que se le caigan unos anillos que no lleva por seguir colocando ladrillos. Pero si ni en los años de mando militar ni en los que después pasa en prisión ha cambiado interiormente lo más mínimo, tampoco sus ideas han sufrido la menor variación. Sigue pensando exactamente igual que hace diez o quince años, lo que le ocasiona contrariedades y molestias. Sufre repetidas retenciones e interrogatorios y comprueba en múltiples ocasiones que está sometido a una discreta vigilancia.



Un día sabe que la Policía le anda buscando y resuelve abandonar Madrid para volver al exilio. Gana la frontera viajando como puede y consigue cruzar a pie los montes que le separan de Francia. En el país vecino procura rehacer su vida, no sin tener algunos tropiezos con la Policía francesa que en este momento —varios años después de finalizada la segunda guerra mundial— no ve con buenos ojos la presencia de determinados exiliados españoles en el sur de Francia. En Toulouse es detenido en alguna ocasión, acusado de participar en actividades políticas y amablemente se le invita a alejarse lo más posible de la frontera. Mera marcha a París donde trabaja como albañil, exactamente igual que ha hecho antes en Toulouse. Hay gentes que le ofrecen ayudas y colocaciones que rechaza sin vacilar. No quiere ni admite favores ni limosnas. Es un trabajador auténtico y prefiere seguir ganándose la vida con su propio esfuerzo. Algunos que no le conocen, insinúan que puede tratarse de una pose «pour épater les bourgeoises», pero todos tienen que reconocer al cabo que se trata de un hombre de una moral incorruptible. Aunque cuando pisa el suelo francés tiene más de cincuenta años, todavía trabaja como albañil durante veintitantos más.



Vive exclusivamente de su trabajo mientras le quedan fuerzas. Con él, compartiendo estrecheces y penurias, su compañera de toda la vida, que no sin grandes dificultades ha podido ir a reunírsele en Francia. Tras residir y trabajar durante bastante tiempo en diferentes puntos, Cipriano Mera pasa los últimos años de su vida en un piso pequeño y modesto de la calle Jean Jaurés de Billancourt-sur-Seine. En su casa no hay lujos de ninguna clase; carece incluso de los aparatos electrodomésticos que hoy se consideran indispensables en cualquier familia humilde, pero vive con una austera y altiva dignidad. Sin intentarlo ni proponérselo, se convierte en un símbolo y un ejemplo para cuantos le conocen. No sólo por su valor y temple durante la guerra, sino por su conducta posterior. Porque si son muchos los capaces de comportarse valerosamente en el transcurso de una lucha y morir con entereza, son contados los que con una historia como la suya, con una aureola tan bien ganada vuelven con aire sencillo, sin aires teatrales para asombrar a la galería, a su trabajo habitual para ganarse durante varios lustros —hasta que las dolencias y la falta de reservas físicas le fuerzan a jubilarse, bien entrado ya en la senectud— la vida con el sudor de su frente colocando ladrillos en lo alto de un andamio. Buena prueba de su comportamiento es que en repetidas ocasiones acuden en su busca reporteros de distintos países que quieren oír sus confesiones respecto a la trayectoria de su vida o sus puntos de vista y opiniones sobre determinados problemas. Cipriano Mera, en cuyo pecho no tiene cabida la menor vanidad, les recibe con mayor o menor amabilidad pero se niega en redondo a lo que pretenden sus visitantes y más aún a dejarse retratar por ninguno. No hace mucho unos periodistas —españoles concretamente— acuden a su domicilio de Billancourt- sur - Seine con esta pretensión. Cuando el interesado se niega en redondo a decir una sola palabra para el diario que representan, los jóvenes reporteros, con una total falta de delicadeza, creyendo quizá que todo puede lograrse con dinero, le ofrecen una cantidad que consideran más que suficiente. Aunque Cipriano está ya viejo y enfermo, una llamarada de indignación brilla en sus pupilas, se yergue colérico y los periodistas han de abandonar precipitadamente la vivienda. Este era Cipriano Mera. Este era el luchador obrero, comandante en jefe un día del 4. ° Cuerpo de Ejército, que supo vivir durante muchos años sostenido por una inquebrantable moral, el pasado 25 de octubre del año 1975 murió en un hospital del arrabal parisino de Saint Cloud.







Cipriano Mera, albañil y general circunstancial, Anarquista hasta el final nos dejó su ejemplo sin ninguna pretensión, sin reclamar ningún homenaje, sin pedir nada a cambio. el, nuestro compañero nos dejó su vida y también su obra, para los que sentimos que hay otra grandeza, para nosotros, para todos nosotros es suficiente.



Gracias compañero, gracias por dejarnos tu grandeza, gracias por dejarnos tú dignidad pero ante todo gracias por haber compartido tu vida con aquellos que siempre te han querido y respetado.



hasta siempre compañero