domingo, 10 de octubre de 2010

BUENAVENTURA DURRUTI. UN MILITANTE CONFEDERAL.C.N.T.-F,A,I,

El 14 de julio de 1896 nacía en León Buenaventura Durruti, segundo de los ocho hijos de Santiago Durruti y Anastasia Domínguez. De los ocho hermanos —Santiago, Buenaventura, Vicente, Plateo, Benedicto, Pedro, Manuel y Rosa— sólo tres sobrevivieron al finalizar la guerra. En 1932, durante una huelga, moría en León uno de los hermanos de Durruti, junto a un anarquista llamado José María Pérez. Otro murió durante los sucesos de Asturias de 1934. En 1936, comenzada la guerra, Manuel Durruti se afiliaba a Falange Española, en León, y poco después moría fusilado por los mismos falangistas al haberse negado a probar su lealtad hacia la organización. Pedro, antiguo afiliado a Falange, fue fusilado en zona republicana.




BUENAVENTURA Durruti asistió, durante su infancia, a la escuela leonesa de Ricardo Fanjul. Parece ser que no pasó, como estudiante, de la mediocridad. Poco más tarde, y a pesar de cierta oposición por parte de su familia, abandonaba la escuela y aprendía el oficio de mecánico. Su maestro en esta tarea fue Melchor Martínez, que tenía en León una gran reputación como revolucionario. (Llamaba la atención por leer «El Socialista» en público). De hecho, fue el primer mentor ideológico que Durruti tuvo. «Voy a hacer de tu hijo un buen mecánico, pero también un buen socialista», decía Melchor Martínez al padre de Durruti.



En 1912 Durruti, influenciado por su padre de ideas socialistas y por M. Martínez, se afiliaba a la «Unión de Metalúrgicos»; sin embargo, pronto comprendió que el socialismo moderado de la UGT. Unión General de Trabajadores no era lo que más le atraía. Una vez abandonado el trabajo en el taller de Melchor Martínez, Durruti trabajó como montador de lavaderos de carbón. Iba a ser Mata-llana, a 30 Km. de León, el escenario de la primera dificultad que Durruti tendría con las autoridades. Se encontraba allí con motivo de la instalación de uno de estos lavaderos y no tardó en verse involucrado en un conflicto provocado por los mineros, que exigían la destitución de uno de los ingenieros cuya actitud era claramente contraria a sus intereses. Los mineros, con el apoyo de Durruti y los demás mecánicos, consiguieron que el ingeniero fuera despedido; sin embargo, al llegar Durruti a León se encontró con la noticia, nada agradable, de que la Guardia Civil se había interesado por él.



Poco después, 1914, su padre le consigue un nuevo trabajo en la Compañía de Ferrocarriles del Norte, como mecánico ajustador, empresa en la que el padre de Durruti trabajó hasta caer enfermo. Allí se encontraba Durruti cuando, en 1917, estalló la gran huelga revolucionaria, promovida por la UGT y secundada por la CNT Confederación Nacional del Trabajo—. Buenaventura desplegó durante la huelga una gran actividad, contribuyendo a la quema de locomotoras y al levantamiento del tendido de las vías, lo que significó su expulsión de la UGT y, obviamente, el despido de la compañía. Con su amigo «El Toto» se dirigió en primer lugar hacia Gijón, donde contactó con la CNT, y, posteriormente huyó a Francia, ya que además de ser buscado por saboteador, también lo era por desertor.



El 1 de enero de 1919 Durruti cruzó la frontera, clandestinamente, y se dirigió a Asturias, donde debería realizar una misión encomendada por la CNT. Una vez cumplida la misión, parece ser que estuvo en La Robla, a 25 Km. de León, implicado en un grave conflicto laboral, dirigiéndose poco después a Valladolid, donde permaneció unos tres meses. Más tarde, y cuando se encaminaba hacia Galicia, con el fin de participar en diversas acciones, fue detenido por la Guardia Civil y enviado a La Coruña. Allí le identificaron como desertor y le trasladaron a San Sebastián, siendo sometido a Consejo de Guerra y encarcelado. Sin embargo, permaneció muy poco tiempo en la cárcel, ya que, con la ayuda de varios compañeros, logró evadirse y huyó a Francia (julio de 1919) después de haber pasado algún tiempo escondido en los montes.



En 1920 regresó a España, por San Sebastián, y se dirigió a Barcelona. Antes de emprender la marcha hacia la ciudad catalana, rechazó un trabajo en una fábrica de Rentería, que Manuel Buenacasa y otros compañeros le habían buscado, así como un puesto en el Comité de Metalúrgicos de la CNT en el país vasco: «En mi opinión los cargos importan poco decía Durruti. Lo importante para mí es la base, a fin de poder obligar a los de arriba, desde ella, a que respeten sus compromisos, impidiéndoles así, en la medida de lo posible, que se burocraticen». A su paso por Euskadi, Durruti conoció a otros anarquistas significados: Suberviola, Del Campo, Albaldetrechu y Ruiz, con los que creó el grupo llamado «Los Justicieros», cuyo terreno de acción era, simultáneamente, Aragón y Guipúzcoa. Durruti y el resto de «Los Justicieros» decidieron actuar rápidamente, y su primer objetivo era Alfonso XIII. El monarca español debía de asistir a la inauguración del Gran Kursaal de San Sebastián. La pretensión de los anarquistas era acabar con la vida del rey valiéndose de explosivos, pero sus intenciones se vieron frustradas ante el masivo despliegue policial que se llevó a cabo en el País Vasco para lograr la captura de Durruti, Suberviola y Del Campo, que habían sido denunciados.



En febrero de 1921, Durruti se encontraba en Andalucía en cumplimiento de una nueva misión, cuyo fin era ampliar las bases del anarquismo en esta región. El 9 de marzo, en compañía de Juliana López que era el otro emisario en tierras andaluzas, regresó a Madrid y fue apresado por la Policía. Ese día todo individuó sospechoso era detenido en la capital. El día anterior, Eduardo Dato había sido muerto a balazos por tres desconocidos. No obstante, Durruti, haciendo uso de una falsa personalidad, logró engañar a la Policía y salió libre, continuando su viaje de vuelta a Barcelona.



El grupo de «Los Justicieros», que más tarde cambió su nombre por el de «Crisol», siguió en su línea de utilización de la violencia como respuesta a la violencia desatada por la patronal. A finales de 1922, se constituía el grupo «Los Solidarios», cuyo fin primordial era la lucha contra las bandas armadas que subvencionaban los empresarios. Los choques entre estos grupos llegaron a adquirir un carácter de verdadera guerra civil. «Los Solidarios» contaban con varios colaboradores y gente de confianza cuya ayuda era solicitada según la naturaleza del asunto que les ocupara. Los principales componentes del grupo eran: Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso, Juan García Oliver, Eusebio Brau, Aurelio Fernández, Miguel García Vivancos, Alfonso Miguel, Ricardo Sanz, Gregorio Suberviola, Rafael Torres Escartín, Juliana López, Ramona Berni y Antonio «El Toto».



Uno de los primeros condenados a muerte, por el grupo, fue el cardenal-arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevilla y Romero (n. 1843). Sobre la ejecución de Soldevilla, es muy interesante el fragmento de la novela de Pío Baroja «El Cabo de las Tormentas».



«El cardenal-arzobispo de Zaragoza era un reaccionario de influencia. La ejercía no sólo en su sede sino en Barcelona y recomendaba a las autoridades de allí medidas fuertes y duras contra los obreros y los agitadores. Los anarquistas sabían que el arzobispo conferenciaba en Reus con los jefes de la Patronal de Barcelona y daba consejos para atacar a la organización sindicalista obrera. La banda marchó a Zaragoza; se entendieron los directores con una vieja anarquista catalana que vivía allí hacía algún tiempo, la ciudadana Teresa, y entre todos prepararon una emboscada y mataron al arzobispo una tarde que iba a una posesión suya llamada «El Terminillo». El arzobispo fue muerto en el auto cuando entraba en su finca, donde había establecido una escuela dirigida por monjas. Los anarquistas le hicieron veinte disparos. El arzobispo cayó muerto y quedaron heridos sus familiares y el chofer.» (1).



El 1 de septiembre se llevaba a cabo una nueva y espectacular acción de «Los Solidarios»: el Banco de España de Gijón era objeto de un atraco a mano armada, llevándose los asaltantes un botín de unas 675.000 pesetas. La ejecución del asalto no fue fácil. Durruti, después de mantener un violento tiroteo con la Guardia Civil, logró huir subiendo al tejado de una casa y abandonando la ciudad al amparo de la noche. «La banda de Durruti» comenzaba a ocupar los titulares de la Prensa burguesa. Días más tarde el mismo Durruti, ayudado por varios compañeros, conseguía liberar a Francisco Ascaso, que se encontraba en prisión.



Amigos, Durruti y Ascaso, deciden emprender la marcha hacia Francia. Una vez en París, toman contacto con otros anarquistas allí establecidos, y juntos dan origen a la «Editorial Anarquista Internacional». La creación de esta editorial tenía como fin propagar por todo el mundo las obras ideológicas y de lucha del movimiento libertario. En París tuvieron conocimiento de la muerte de varios de sus compañeros — Del Campo abatido a balazos por la Policía en Barcelona y de la detención de otros Suberviola y Aurelio Fernández.



A finales del año 1924, Durruti y Ascaso embarcaban con rumbo a Latinoamérica. Fue Cuba el punto inicial de su periplo por estas tierras y allí encontraron trabajo como cortadores de caña. Pronto comenzaron su labor en favor de los trabajadores de aquel país, y el punto álgido de sus acciones fue la ejecución de un empresario que mantenía a sus obreros en un lastimoso estado de esclavitud medieval. La activa búsqueda de los dos anarquistas por la Policía les convenció de la necesidad de abandonar la isla, y se dirigieron a México. Allí se encontraron con Jover y Vivancos, y juntos continuaron su peregrinar por Uruguay, Chile, Perú y Argentina bajo la denominación de «Los Errantes».



Waldo Bayer, autor de un libro sobre el anarquista Severino Giovani fusilado en Argentina el 1 de febrero de 1932, narra alguna de las actividades de Durruti y sus compañeros a su paso por el continente americano:



«Si bien ya ha habido antecedentes en nuestro país, de esta clase de anarquismo expropiador, su verdadero auge se debe a la acción emprendida por los anarquistas españoles Francisco Ascaso y Buenaventura Durruti; dos figuras verdaderamente legendarias que, necesitados de seis millones de pesetas exigidas por un juez español para liberar a ciento veintiséis de sus compañeros, inician una serie de asaltos a casas bancarias que comienza en España, con el Banco de Cataluña, sigue en México y luego por los países del Pacífico, asientan sus bases en Chile, donde obtuvieron un buen botín, llegan a la Argentina, donde asaltan el Banco de San Martín, cruzan el Río de la Plata, llegan a Montevideo donde realizan otros asaltos con éxito y luego regresan a Europa en un increíble periplo de coraje a toda prueba y desenfado. Esa gente sabía resolver las situaciones más difíciles con absoluta tranquilidad y sangre fría» (2).



Durruti, Ascaso y Jover, buscados por casi todas las policías de Sudamérica, decidieron regresar a Europa. Para ello embarcaron en un trasatlántico que se dirigía a Inglaterra. Sin embargo, al tener que efectuar el barco una parada de emergencia en Canarias, los tres amigos se creyeron descubiertos y a punto de ser entregados a las autoridades españolas. Afortunadamente para ellos, no había motivo de alarma y, unas semanas después, el barco reemprendió su marcha hasta Inglaterra. Cruzaron el Canal de la Mancha y, poco antes del primero de mayo, se encontraban en París. Allí, Durruti trabajó durante algún tiempo en el sector metalúrgico y conoció a otros anarquistas de gran prestigio: Sebastián Faure, Louis Lecoin, Voline, Pedro Archinof y Néstor Mackno, su alma gemela.



El 14 de julio de 1924 era el día señalado para que Alfonso XIII, acompañado del dictador Primo de Rivera, llegara a París, invitado por el Gobierno francés con motivo de la Fiesta nacional. Enterados de la visita, «Los Solidarios» dedicaron mes y medio a preparar un plan para acabar con la vida del monarca español. Para ello se pertrecharon de gran cantidad de munición, tres fusiles y un automóvil. El atentado se llevaría a cabo en la estación anterior a París, donde el tren en el que viajaba la comitiva real efectuaría una breve parada. El vagón que ocupaban el rey y sus acompañantes sería ametrallado y huirían en el automóvil. Sin embargo, la Policía francesa fue puesta en antecedentes y el plan de los anarquistas quedó frustrado. El 25 de junio, en un modesto hotel parisiense de la calle Legéndre, Durruti, Ascaso y Jover eran detenidos y posteriormente encarcelados. El 2 de julio aparecía la noticia de su detención en la Prensa. Las demandas de extradición por parte de diversos Gobiernos, entre ellos, el de España, no se hicieron esperar. El porvenir de los libertarios españoles se enturbiaba.



Faure y Lecoin promovieron una gran campaña en favor de los detenidos para que no fuesen entregados a ninguno de los Gobiernos peticionarios de la extradición. Los anarquistas españoles fueron juzgados la defensa corrió a cargo de Lecoin y definitivamente indultados en julio de 1927. No obstante, no se les permitía la residencia en territorio francés. La misma Policía francesa les introdujo clandestinamente en Bélgica. Poco después, era la Policía belga quien utilizaba el mismo método con respecto a Francia. Nuevamente descubiertos en este país, Bélgica les admitió, si bien para permanecer allí tuvieron que adoptar una personalidad falsa previo acuerdo con la Policía belga! A propósito de está extraña situación, Ascaso comentaba: «Es lo más curioso que me ha ocurrido nunca. La legalidad sirviéndose de la ilegalidad». Durante este período -1927, exactamente era creada, en Valencia, la FAI —Federación Anarquista Ibérica—, cuyo primer secretario fue el portugués Germinal da Sousa. Su finalidad era activar el movimiento libertario y acercar la CNT hacia el ideal puramente anarquista, en oposición al colaboracionismo y moderación que pregonaban algunos de sus miembros, Pestaña, Peiró, Juan López, etc., lo que posteriormente originó una división entre ambas tendencias. Para pertenecer a la FAI era condición indispensable ser afiliado a la CNT. No nos vamos a ocupar aquí de la estructura y funcionamiento de la FAI, pero sí diremos que con su creación el anarquismo de acción iba a adquirir una nueva dimensión.



El 14 de abril de 1931 era proclamada la Segunda República Española. El 15 regresaba a España Buenaventura Durruti. Este hombre, junto con Ascaso, Oliver, Federica Montseny, Jover y demás partidarios del anarquismo práctico, iban a ser quienes dominarían la nueva organización anarquista.



El 1. ° de mayo la FAI lanzó su primer aviso serio a la República. En el Palacio de Bellas Artes de Barcelona se celebró un gran mitin, en el que se elaboró una lista de reivindicaciones obreras: disolución de la Guardia Civil, expropiación de las pertenencias a órdenes religiosas, desaparición de los monopolios, reparto de los cotos de caza... (3). Allí, Durruti se dirigió al auditorio: «Si fuéramos republicanos, afirmaríamos que el Gobierno provisional se va a mostrar incapaz de asegurarnos el triunfo de aquello que el pueblo le ha proporcionado. Pero como somos auténticos trabajadores, decimos que, siguiendo por ese camino, es muy posible que el país se encuentre cualquier día de estos al borde de la guerra civil. La República apenas sí nos interesa; la aceptamos como punto de partida de un proceso de democratización social...». Una vez finalizado el mitin, se organizó una gran manifestación en cuya cabeza marchaban los inevitables Durruti, Ascaso y Oliver. La Guardia Civil, puesta sobre aviso, hizo frente a la pacífica manifestación. Los resultados del enfrentamiento fueron: dos muertos y varios heridos por los guardias, y un muerto y quince heridos por parte de los cenetistas y un pelotón de soldados de infantería que, mandados por el capitán Miranda, se prestó a defender a los trabajadores del ataque de que habían sido objeto.



La intranquilidad de la clase obrera se hace palpable en todas partes. Los conflictos y las huelgas se suceden por todo el país: Sabadell, Lérida, Gijón, etc. En Madrid, Sevilla y Málaga, los conventos comienzan a arder. Mientras todo esto sucedía, Emilianne Morin, la compañera de Durruti, daba a luz a la hija de ambos: Colette. Casi al mismo tiempo, moría en León el padre de Durruti. Con tal motivo, éste se dirigió a su ciudad natal para asistir al entierro que fue, a la vez que el adiós definitivo a un hombre honrado, un gran homenaje a la presencia de un gran revolucionario. Durruti fue invitado por los sindicatos de la CNT leonesa a un mitin que se celebraría unos días después. Aceptó la invitación el anarquista leonés y, como consecuencia, las autoridades intentaron detenerle. Sin embargo, la amenaza de Durruti les hizo desistir de su propósito: «Detenedme y quizá mañana León y toda y su provincia se vean envueltas en una gran huelga general».



El día señalado para la celebración del mitin, la plaza de toros se encontraba repleta de trabajadores. La reunión estaba presidida por Tejerina, secretario local de la CNT. Allí, Durruti se dirigió a sus paisanos y les habló durante largo tiempo sobre el momento prerrevolucionario que se estaba viviendo en España. Efectivamente, Durruti no se equivocaba. El 18 de enero de 1932 se iba a reducir un gran acontecimiento en la historia del movimiento libertario. El escenario fue la cuenca minera del Alto Llobregat. Ese día se proclamaba allí el comunismo libertario. Figols fue el primer pueblo en lanzarse a la aventura revolucionaria. Tras Figols, Manresa, Berga y varios pueblos más. Inmediatamente, el Gobierno hizo uso de la Ley de Defensa de la República. La rápida intervención del Ejército y la posterior represión fueron las medidas tomadas. Los responsables serían detenidos, pero la represión no sólo se localizó en esta comarca sino que se extendió por toda España. «Durruti dijo a los mineros que la democracia burguesa había fracasado; que era necesario realizar la revolución; que la emancipación total de la clase trabajadora solamente podía conseguirse mediante la expropiación de la riqueza que detentaba la burguesía y suprimiendo el Estado. Aconsejó a los mineros de Figols que se preparasen para la lucha final, y les enseñó la manera de fabricar bombas con botes de hojalata y dinamita» (4).



En la mañana del día 21, Durruti y los hermanos Ascaso eran detenidos. Al amanecer del 10 de febrero, un destartalado y viejo trasatlántico salía del puerto de Barcelona llevando a bordo 125 detenidos como consecuencia de los sucesos del Alto Llobregat. Su destino era Guinea. Sin embargo, el Gobernador de Villa-Cisneros se negó a admitir en su jurisdicción a Buenaventura Durruti, al que consideraba asesino de su padre, Fernando González Regueral, ex-gobernador de Bilbao, cuya ejecución había tenido lugar varios años antes en León. Durruti no había tenido nada que ver en la ejecución material del acto, ya que los autores de este atentado fueron Suberviola y «El Toto». El hecho, en definitiva, fue que Durruti y algunos compañeros detenidos fueron trasladados a Fuerteventura (5).



Una vez que Ascaso y Durruti recobraron la libertad —fueron los últimos en abandonar el destierro junto con Cano Ruiz—, sus esfuerzos se encaminaron hacia la preparación de la sublevación que tendría lugar en enero del 33. Durruti, Ascaso y García Oliver eran los encargados de coordinar el alzamiento en Barcelona. El fracaso de esta sublevación es conocido; sin embargo, los anarquistas lucharon a fondo en diversos puntos del país. En Andalucía, la represión llevada a cabo fue de dimensiones trágicas. Suficientemente conocido es el episodio protagonizado por el mismísimo Azaña: « ¡Ni heridos, ni prisioneros! ¡Tirar al vientre! ».



Poco después, Durruti hacía un análisis sobre el fracaso de la insurrección: «Es cierto que las condiciones no estaban maduras. Si hubiera sido así no estarían muchos de nosotros en prisión. Pero también es cierto que estamos atravesando un período prerrevolucionario y que no podemos permitir a la burguesía que domine la situación haciéndose fuerte en el poder del Estado. Es bajo esta perspectiva como debe interpretarse la tentativa revolucionaria del 8 de enero, puesto que jamás ha pasado por nuestra cabeza la idea de que el éxito de la Revolución consiste en la toma del poder por una minoría que después impondrá su dictadura al pueblo. Nuestra conciencia revolucionaria es opuesta a esta táctica. Nosotros queremos una revolución por y para el pueblo. Fuera de esta concepción no hay revolución posible. Por todo ello, lo que nadie podrá discutirnos es que nuestra intentona no haya cumplido con el objetivo de constituirse en un ataque pensado y dirigido contra el mismo corazón del sistema capitalista y estatal, herido de muerte tras el levantamiento de los mineros del Alto Llobregat».



En abril, Durruti y Ascaso eran detenidos, después de haber asistido a una reunión, cuando se dirigían a sus casas. El jefe de la Policía de Barcelona, Miguel Badía, y el consejero de Orden Público, el fascista José Dencás, hicieron declaraciones en el sentido de que, con la detención de Ascaso y Durruti, «la FAI había quedado completamente desarticulada». Los dos amigos estuvieron en la cárcel de Barcelona hasta julio, en que fueron trasladados al penal de Santa María (Cádiz). Ascaso permaneció allí hasta octubre y Durruti fue liberado unos días antes, después de haber sido juzgado como «vagabundo», una de tantas fórmulas jurídicas que los Gobiernos idean como justificación de sus arbitrarias detenciones. « ¡Aplicarme a mí la ley de vagabundos! ¡A mí, que me he pasado la vida trabajando! —decía Durruti encolerizado—. Acepto que se me acuse de disparar contra la fuerza pública, o de tratar de transformar esta sociedad que desapruebo y execro, pero... ¡acusarme de vagabundo!... ¡No hay ningún juez que tenga el derecho de juzgar al obrero Durruti como a un vagabundo! ¡Decídselo así a vuestros superiores!».



En noviembre del 33 las derechas ganan las elecciones, pasando a gobernar Lerroux y sus radicales que serían posteriormente apoyados por el reaccionario Gil-Robles y su organización de Derechas Autónomas. Una de las primeras medidas del nuevo Gobierno fue declarar el Estado de Emergencia por temor a que los trabajadores se levantaran contra el derechismo gubernamental. En efecto, el 8 de diciembre, varios puntos de la península se encontraban en huelga general: Barcelona, Valencia, Granada, Córdoba, Badajoz, Huesca... En las demás capitales reinaba una gran confusión. Aragón era el principal centro de la insurrección. En Barbastro, Calanda, Alcampiel, Valderrobles, Alcoriza y otros pueblos hubo numerosos enfrentamientos con las fuerzas gubernamentales. En casi todos ellos se llegó a proclamar el comunismo libertario. Como consecuencia de la represión llevada a cabo, hubo más de ochenta muertos y las cárceles se vieron de nuevo repletas. Allí fueron a parar Durruti, Cipriano Mera e Isaac Puente, componentes del Comité Nacional Revolucionario cuya misión era coordinar el alzamiento.



La mayoría de los detenidos fueron, sin embargo, liberados muy pronto merced a la imaginación de Durruti, que arguyó un audaz plan que sus compañeros no detenidos se encargaron de llevar a la práctica. «La Voz de Aragón» daba así la noticia: «Ayer tuvo lugar un suceso de una audacia increíble. Un grupo de siete individuos, armados con pistolas, penetraron en las dependencias del Tribunal de Urgencia de Zaragoza, donde se instruye la causa por los recientes acontecimientos revolucionarios: los asaltantes sorprendieron a los jueces y sus secretarios cuando se encontraban más atareados, obligándoles a permanecer inmóviles, tras lo cual se apoderaron de la totalidad del sumario concerniente al movimiento de diciembre último. Después de esto, los siete hombres desaparecieron a toda prisa» (6).



Los nuevos interrogatorios sólo pudieron probar la «culpabilidad» de los responsables más significados, entre ellos los tres componentes del Comité Revolucionario. Durruti, Mera y Puente fueron conducidos al penal de Burgos, donde permanecieron hasta recobrar la libertad en el mes de mayo.



Por lo que a la política del gobierno se refiere, parece que la crisis estaba cerca. Los reaccionarios se estaban aproximando de un modo alarmante a las esferas del poder. «La Solidaridad» así lo hacía notar: «Nuestra consigna suprema es: «Frente a todo intento fascista; frente a no importa qué tipo de dictadura; frente a toda revolución política, la revolución social de los trabajadores ibéricos. Frente a toda transmisión de poderes, la consigna revolucionaria de los trabajadores: destrucción del Estado, negándoles la obediencia que lo sostiene. Ocupación de las fábricas, de los talleres, de todos los lugares de trabajo. Socialización de las tierras, incautación de los municipios por las fuerzas populares. Proclamación de la comuna libre». ¡Obreros! ; Trabajadores todos de España, militéis donde sea, os adjetivéis comunistas, socialistas, sindicalistas o anarquistas!... ¡Por la Revolución, por la Libertad, por la Justicia, por la Anarquía!...» (7).



Mientras, en Barcelona continúa la huelga de tranvías. En Madrid, el ramo de la construcción acuerda el paro. En Tarragona, Valls, Manresa, etcétera, las huelgas se intensifican. En Zaragoza, abril comienza con el preludio de una gran huelga general que habría de durar treinta y seis días. Hubo despidos, detenciones...; sin embargo, los trabajadores no desanimaron. Fue en Zaragoza donde se iba a manifestar de un modo grandioso esa solidaridad que los militantes libertarios pregonaban. Una gran caravana de camiones fue organizada para recoger a los hijos de los huelguistas y llevarlos a las casas de las familias obreras que, por toda España —principalmente Cataluña—, se habían ofrecido para acoger a los niños zaragozanos mientras la huelga durase. Allí, en el centro vital de la operación, se encontraba una vez más Buenaventura Durruti, a cuyo esfuerzo se debió en gran parte que un puñado de hombres, los desheredados, dieran una de las más grandes e impresionantes demostraciones de solidaridad humana.



El «bienio negro», 1934-1936, siguió transcurriendo entre huelgas, detenciones arbitrarias, tiroteos, asesinatos de obreros... Triste balance provocado por la ascensión al poder de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), comandada por aquél al que la gran mayoría del país veía como el más fidedigno representante del advenimiento del fascismo: Gil-Robles. No andaban, en absoluto, desencaminados quienes así pensaban. La revolución asturiana del 34 y su posterior represión es un ejemplo fiel, a la vez que estremecedor, de lo que los Gobiernos pueden hacer con unos hombres indefensos y desesperados que se habían lanzado a la lucha, sin importarles lo más mínimo lo único que todavía les quedaba por perder: la vida. Eran el ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, y el general Franco quienes dirigían, desde Madrid, las operaciones militares que aplastaron el movimiento insurreccional asturiano. Por estas fechas, 5 de octubre, Durruti es encarcelado de nuevo. Mientras el proceso de desintegración del régimen del «bienio negro» se acelera hasta alcanzar su punto culminante el 9 de diciembre de 1935. Lerroux se ve obligado a abandonar el cargo y es sustituido por Portela Valladares, nombrado por el presidente Alcalá Zamora. De esta forma quedaron frustradas las esperanzas de Gil-Robles, que soñaba con el poder absoluto. Portela disolvió el Parlamento y se fijaron elecciones para el 16 de febrero. Durante los dos primeros meses de 1936, se suceden los mítines organizados por la CNT v la FAI en contra del fascismo y abogando por la unidad revolucionaria. Ante la proximidad de las elecciones, los libertarios más prestigiosos ya no pregonaban el absentismo dando total libertad a la afiliación, ya que de no ser así, se corría el riesgo de que las derechas volvieran a ganar en los comicios y eso era un riesgo demasiado peligroso. Fue por esta decisión y por el apoyo de los Anarquistas lo que permitió ganar las elecciones.



Triunfante en las elecciones el Frente Popular, las reformas se van haciendo necesarias. Así lo hace ver Durruti el 4 de marzo, en el transcurso de un mitin celebrado en el Price de Barcelona. Aludiendo a la restauración de la Generalidad y de Companys, Durruti decía: «No venimos aquí a celebrar festejos por la llegada de unos señores. Venimos a decir a los hombres de izquierda que fuimos nosotros los que determinarnos su triunfo, y que somos nosotros los que mantenemos los conflictos que deben ser solucionados inmediatamente. Nuestra generosidad determinará la reconquista del 14 de abril» (8).



En mayo, del 1 al 12, se celebraba en Zaragoza el IV Congreso de la CNT, que se auguraba como de gran importancia. El primer hecho que sorprendió fue el elevado número de asistentes: 649 delegados en representación de 982 sindicatos y 550.595 afiliados. (Por aquellas fechas, el contingente de trabajadores encuadrados en la CNT se aproximaba al millón y medio.) En este Congreso se convocó a los sindicatos disidentes los treintistas que se mostraron dispuestos a su reintegración en el seno de Confederación. El triunfo de la FAI era inapelable. Durante las sesiones del Congreso, se pasó revista a los problemas más acuciantes de la clase trabajadora y se teorizó sobre su solución inmediata: paro forzoso, disminución de horas en la jornada laboral sin que el sueldo disminuyera, reforma agraria, oposición al lock-out patronal, retiro, etc. También se trató la situación político-militar del país, se clarificaron los conceptos sobre el comunismo libertario y se planteó la cuestión de la alianza revolucionaria.



El día de la clausura se celebró en la plaza de toros de Zaragoza un espectacular mitin, al que acudieron varios miles de trabajadores procedentes de toda España. La ciudad estaba prácticamente «tomada» por los anarco-sindicalistas. El éxito del Congreso al que Durruti asistió como representante del Sindicato Único Fabril y Textil de Barcelona quizá fuera una de las causas primordiales que aceleró, si no contribuyó de manera decisiva, los sucesos venideros. El 18 de julio de 1936 se iniciaba la sublevación militar. Muchos de los más prestigiosos hombres de izquierda fueron casi sorprendidos. Las dudas y la falta de decisión de las primeras horas constituyeron una de las razones fundamentales de la derrota republicana. No era éste el caso de CNT-FAI. Los militantes barceloneses ya trataban, días antes, de conseguir armas con el fin de impedir que los militares de Barcelona se alzaran. La negativa de Companys a armar al pueblo exasperó los ánimos de los anarquistas. Ellos fueron los primeros en lanzarse a la calle con el propósito de frenar la intentona militar. A las pocas horas de producirse el intento militar, se luchaba tenazmente en los centros neurálgicos de la ciudad. Al frente de las fuerzas populares se encontraban Durruti, Ascaso, Jover, García Oliver, Aurelio Fernández y otros significados anarcosindicalistas de la región. De momento, parecía que la sublevación había sido controlada. El mismo general Goded, jefe de los sublevados en aquella zona, era detenido. Durruti parecía mostrarse satisfecho de los resultados conseguidos. Sin embargo, el lunes día 20, el anarquista leonés sufría un duro golpe: frente al cuartel de Atarazanas lugar donde los anarquistas encontraron la más dura resistencia moría de un balazo en plena frente Francisco Ascaso. El suceso encorajinó de tal modo a Durruti que él mismo se dirigió al lugar donde se libraba la batalla y se lanzó contra las puertas del cuartel. Sus compañeros, animados por el ejemplo, no tardaron en imitarle y poco después la bandera blanca ondeaba en el reducto de los militares. Los anarquistas habían acabado con el movimiento faccioso de Barcelona en cuestión de treinta y dos horas.



El 21 de julio se constituía un Comité Central de Milicias Antifascistas, que quedó estructurado del siguiente modo: tres representantes de la UGT, José del Barrio, Salvador González y Antonio López; tres de la Esquerra, Juan Pons, Jaime Miravitlles y Artemio Ayguadé; uno de Acción Catalana, Tomás Fábregas; uno de la Unión de Rabassaires, José Torrents Rosell; uno del POUM, José Rovira; uno del PSOE, José Miret; dos de la FAI, Aurelio Fernández y Diego Abad de Santillán; y tres de la CNT, Juan García Oliver, José Arens y Buenaventura Durruti. Una vez formado el Comité, publicó un bando cuya finalidad abarcaba un doble objetivo: reclutar hombres y crear las suficientes medidas de seguridad en la retaguardia. El texto del bando pecaba en cierto modo de dirigismo, por lo que no satisfizo en absoluto a Durruti. En algún momento se llegó a temer un enfrentamiento entre él y el Comité. Pero no llegó a producirse, ya que Durruti consiguió formar su columna de milicianos muy pronto con el fin de dirigirse a Zaragoza, cuya conquista era vital para el posterior desarrollo de la contienda, y así poder llevar a cabo su propia lucha revolucionaria, fuera de los cauces de la política al uso. El 24 de julio, la legendaria «Columna Durruti» salía de Barcelona con destino a Aragón. El comandante Pérez-Farrás formaba parte de la columna como delegado y técnico militar. Durruti y Pérez-Farrás no llegaron casi nunca a estar de acuerdo en las decisiones que había que tomar, concebían un ejército donde la autoridad y la disciplina férrea estuvieran ausentes. Parece ser que Farrás se volvió más tarde a Barcelona, sustituyéndole como técnico militar el sargento Manzana, quien se iba a convertir en un eficacísimo colaborador de Durruti. Manzana era un hombre allegado a la ideología cenetista, y, por tanto, totalmente antimilitarista. Momentos antes de partir hacia el frente, el periodista canadiense Von Passen mantuvo una entrevista con Durruti, que fue publicada en el «Toronto Star» y que por su interés creo oportuno transcribir:



DURRUTI. El pueblo español quiere la Revolución y está en trances de hacerla, a lo cual se oponen los fascistas. Este es el planteamiento general. En tales condiciones, no hay más que dos caminos: la victoria de los trabajadores, es decir, la libertad, o el triunfo de los facciosos, que significa la tiranía. Ambos contendientes saben muy bien lo que les espera si son vencidos. Por esta razón yo creo que la lucha será dura. Para nosotros se trata de destruir la reacción fascista de tal forma que no levante ya nunca más la cabeza en España. De hecho estamos dispuestos a acabar con el fascismo de una vez por todas, incluso a pesar del gobierno republicano.



VON PASSEN. ¿Por qué a pesar del gobierno republicano? ¿Es que acaso el gobierno republicano no lucha también contra la rebelión fascista?



Durruti. No hay gobierno en el mundo que luche contra el fascismo para destruirlo. Cuando la burguesía ve que el poder se les escapa de las manos, recurre al fascismo para mantener sus privilegios. Es lo que ha ocurrido en España. Si el gobierno republicano hubiera deseado de verdad poner fuera de combate a los fascistas, hace ya tiempo que lo habría podido hacer. En lugar de combatirlos a fondo, no ha hecho más que buscar compromisos y acuerdos. Incluso en este momento, hay miembros del gobierno que hablan de adoptar medidas más bien moderadas contra los fascistas.



Von Passen. P.Largo Caballero e Indalecio Prieto han afirmado que la misión del Frente Popular era la de salvar la República y restaurar el orden burgués, mientras que tú, Durruti, me dices que el pueblo quiere llevar la Revolución mucho más lejos. ¿Cómo interpretar esta contradicción?



Durruti. El antagonismo es evidente. Esos señores, como demócratas burgueses que son, no pueden tener otras ideas que las que profesan. Pero el pueblo, la clase obrera, no se engaña. Los trabajadores saben lo que quieren. Nosotros luchamos no por el pueblo, sino con el pueblo, es decir, por la Revolución. Somos conscientes de que en esta lucha estamos solos y que no podemos contar más que con nosotros mismos. Desde un principio sabemos ya cuál será la actitud de Rusia. Para la Unión Soviética, después de haber hecho su revolución pequeño burguesa, lo que cuenta es su tranquilidad. Por esta tranquilidad, Stalin ha sacrificado a luti trabajadores alemanes, cosa que ya hizo anteriormente con los chinos. Por eso nosotros queremos hacer nuestra propia razón por lo que creemos que hoy mejor que para mañana: si es posible antes de que estalle la próxima guerra europea. De este modo nuestra actitud servirá de ejemplo a los obreros italianos y alemanes, los cuales podrán apreciar cómo se lucha contra el fascismo. Es por esta razón por la que creemos que nadie nos ayudará. Hitler y Mussolini, lo mismo que los demócratas ingleses y franceses, temen el contagio revolucionario, que es lo que, en otro sentido, le ocurre también a Stalin.



Von Passen. ¿Entonces tú, Durruti, no crees que Francia e Inglaterra puedan ayudaros, una vez que se concrete el apoyo de Hitler y Mussolini a vuestros enemigos?



Durruti. No hay gobierno alguno que desee ayudar a una revolución proletaria. Sin embargo, es posible que las rivalidades que existen entre los distintos imperialismos puedan influir en nuestra lucha. Franco, por ejemplo, es indudable que hará lo que pueda para poner a Alemania contra nosotros. Pero esto, al fin de cuentas, no es lo más importante, como ya he dicho antes, no esperamos ayuda de nadie, ni siquiera de nuestro gobierno» (9).



La toma de Caspe fue el primer enfrentamiento serio que la «Columna Durruti» hubo de librar. Una vez conquistada la plaza, los milicianos abrieron su radio de acción y todos los pueblos inmediatos fueron conquistados: Peñalba, Osera, Monegrillo, Fortlete, Bujaraloz, Candasnos, Valfarta, Pina del Ebro, ...



Durruti estableció el puesto de mando cerca de Bujaraloz. Allí recibía a periodistas y amigos, Faure y Simone Weill entre estos últimos, y preparaba los planes de la guerra y de la revolución. Durruti, al igual que el ucraniano Mack no, pensaba que la guerra y la revolución social eran dos cosas poco menos que inseparables. Las colectividades agrícolas comenzaban a funcionar apenas la columna realizaba una conquista. La colectivización aragonesa llegó a abarcar más del 70 por 100 de la población de aquella región. El número de colectividades era de 450 y la adhesión a este tipo de explotación comunal de la tierra era totalmente voluntaria.



Fue así como, unidos los intereses de los campesinos, se formaba en una asamblea, y por decisión de la mayoría el Consejo de Aragón, que vio la luz en Bujaraloz y era el encargado de coordinar el proceso colectivizador. El Consejo, promovido por Durruti, se llegó a formar a pesar de la oposición de algunos compañeros del leonés, como Antonio Ortiz y Gregorio Jover, y de la tenaz resistencia opuesta por los comunistas. Durante el desarrollo de la lucha en Aragón, los grandes propietarios huían despavoridos ante el demoledor avance de la «Columna Durruti», que aplastaba todo foco de resistencia que encontrara a su paso. Respecto a las ruinas que ocasionaban los ataques de los milicianos anarquistas, decía Durruti al corresponsal del «Montreal Star»: «Hemos vivido siempre en míseros barrios, y si destruimos, también somos capaces de construir. Fuimos nosotros quienes construimos en España, en América y en todas partes, palacios y ciudades. Nosotros los trabajadores podemos construir ciudades mejores todavía; no nos asustan las ruinas. Vamos a convertirnos en los herederos de la tierra. La burguesía puede hacer saltar por los aires y arruinar su mundo antes de abandonar el escenario .de la Historia. Pero nosotros llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones» (10).



Por otra parte, la escasez de armas era la principal obsesión de Durruti. Esta escasez, según testimonio a Gerorge Orwell, era terrible. El mismo Orwell se extrañaba de que no se produjeran deserciones en masa: «No había nada que les stljetara en el frente, salvo la lealtad de clase (11).



Para tratar de solucionar este problema, Durruti se trasladó a Madrid, con el fin de entrevistarse con Largo Caballero, que ocupaba la Presidencia y el ministerio de la Guerra. Largo tampoco proporcionó armas a Durruti. Pidió a éste que regresara al frente de Aragón y prometió enviarle dinero para la adquisición de armamento. Durruti regresó a Aragón, pero el dinero no llegó nunca. El boicot incomprensible desde cualquier punto de vista propugnado por los estamentos gubernamentales contra Durruti y los anarquistas, era manifiesto. Pierre Besnard, secretario general de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores), realizó una visita a la España republicana en 1936. Su objetivo era internacionalizar el conflicto, de modo que Inglaterra y Francia intervinieran en favor de los republicanos. No se vio favorecido por el éxito. En su informe sobre su visita decía: «...La revolución española está retrocediendo, pero no tiene la culpa el pueblo, que lucha con entusiasmo incomparable, sino sus dirigentes, que van a remolque de los acontecimientos, demostrando que han perdido la iniciativa revolucionaria y que están dispuestos a aceptar las situaciones más humillantes, como la que tuve que soportar yo mismo frente a Largo Caballero Si el anarquismo comete la estupidez de colaborar con Largo Caballero, aunque sólo sea apoyándole, la Revolución estará irremediablemente perdida. El único medio que existe para salir de este círculo infernal es la prueba de la fuerza. Pero yo me pregunto si los dirigentes de la CNT son los mismos hombres que se lanzaron a la calle el 19 de julio...



Diríase que solamente hay uno que escape a esta regla: Durruti, un revolucionario nato y original, que en muchos aspectos recuerda a Néstor Mackno. Al igual que el guerrillero ucraniano, Durruti tampoco se separa del pueblo, contrariamente a lo que hacen otros dirigentes. Por lo demás, Durruti es superior a Mackno en algunos puntos, sobre todo en lo que se refiere al dominio que el español ejerce sobre sí mismo» (12).



El hecho claro es que Durruti se encontraba prácticamente solo. Incluso muchos de sus camaradas más antiguos, como García Oliver, se habían dejado arrastrar hacia la politización. Otros, como Abad de Santillán, se movían en una especie de ambivalencia, que resultaba totalmente desconcertante. En octubre del 36, Madrid se encontraba en peligro. Largo Caballero se dirigió a todas las organizaciones para tratar de aunar esfuerzos. Se formó, como primera medida, un nuevo Gobierno y cuatro representantes de la CNT entraron a formar parte de él: Juan López, Juan Peiró, Federica Montseny y Juan García Oliver. Inmediatamente después de formado el Gobierno, sus componentes se trasladaron a Valencia, y en Madrid quedaba constituida una Junta de Defensa presidida por el general Miaja. Se pidió la colaboración de los anarquistas para la defensa de Madrid. Horacio M. Prieto, secretario general de la CNT, se dirigió rápidamente a Aragón. El motivo del viaje no era otro sino entrevistarse con Durruti. Su colaboración en la defensa de Madrid era considerada vital. « ¡No hay nada que hablar! ¡Yo no pienso moverme de Aragón!», fue la respuesta de Durruti. Prieto arguyó razones de tipo disciplinario y de responsabilidad. Durruti le contestó: « ¡Yo no conozco otra disciplina que la Revolución. En cuanto a los demás, aprendeos esto de una vez: ¡Yo me cago en vuestras responsabilidades de burócratas!» (13).



Poco después, eran Abad de Santillán y Federica Montseny quienes trataban de convencer a Durruti. Por fin, ante la cantidad de presiones, Durruti, con un contingente de 1.800 milicianos, parte hacia Madrid. El sargento Manzana le acompañaba como técnico militar, y como secretario iba Mora. Al mando de las agrupaciones que formaban la columna, iban Bonilla, José Mira y Liberto Roig. Miguel Yoldi, Ricardo Rionda y el propio Durruti formaban el Comité de Guerra. El 15 de noviembre, los hombres de Durruti ya se encontraban en la Ciudad Universitaria de Madrid haciendo frente a las tropas fascistas. El lugar de destino de los anarquistas, el más comprometido y peligroso, hizo que las bajas alcanzaran en muy poco tiempo un elevado número. El día 18, la «Columna Durruti» solamente contaba con 700 hombres de los 1.800 que se habían desplazado a la capital. El día 19, los milicianos de Durruti se prepararon para asaltar el Hospital Clínico, defendido por tropas moras y Guardia Civil. Las indicaciones dé: Durruti no fueron seguidas con exactitud y, como consecuencia, sólo se pudieron tomar parte de las plantas del Clínico, quedando en la parte superior tropas nacionales. Poco después, le llegan noticias a Durruti de que sus hombres querían abandonar el Clínico. Durruti, acompañado por Julio Grave (chofer) y por Bonilla y Miguel Yoldi (parece ser que también iba Manzana), se dirigió hacia el Hospital. Durante el trayecto, poco antes de llegar al punto de destino, Durruti y sus acompañantes se encontraron con un pequeño grupo de milicianos, que daban la sensación de ser descontentos que abandonaban su puesto de combate. Durruti habló con ellos y les convenció para que volvieran a sus puestos. Una vez diluido el confusionismo creado por esta situación, Durruti se acercó al coche. En este momento sonó un fogonazo, y el anarquista leonés se desplomaba al suelo con una bala incrustada en su pecho. En el Ritz, convertido en hospital, los doctores Bastos, Monje, Fraile y Santamaría firmaban en la madrugada del día 20 de noviembre de 1936 el diagnóstico final de Buenaventura Durruti: «Muerte causada por una hemorragia pleural», El proyectil se encontraba alojado en la región del corazón (14).



La desmoralización hizo presa entre los combatientes anarquistas. La muerte de su compañero, acaecida en circunstancias extrañas, les afectó en gran manera. La mayoría de los milicianos libertarios abandonaron Madrid y regresaron a Aragón. Martínez Bande, historiador y militar, comenta acerca de Durruti:...«Buenaventura Durruti había aparecido desde los momentos iniciales de la guerra como el «líder» anarquista más interesante, el más arrojado en un mundo de arrojados, y el que seguramente también comprendió primero qué es lo que había pasado en España tras el 18 de julio. Esto es, el que mejor supo adaptarse a las circunstancias de la guerra. El potenció a sus hombres, a quienes muchos calibraron, seguramente, casi como pequeños dioses, a la sombra de un dios máximo. Por esto cuando éste cae en combate, el Olimpo anarquista de la Ciudad Universitaria se desploma» (15).



Exactamente treinta y nueve años antes que su gran enemigo, el general Franco, moría en la madrugada del 20 de noviembre de 1936 la última gran esperanza del anarquismo: Buenaventura Durruti. En la tarde del domingo 22 de noviembre, una gran masa de trabajadores (alrededor de medio millón) daba su último adiós a Durruti en Barcelona. El cortejo fúnebre, que atravesó varias calles de la ciudad (entre ellas, la Vía Layetana: Avenida de Buenaventura Durruti hasta el final de la guerra) con destino al Cementerio Nuevo, fue un impresionante espectáculo, en el que millares de hombres acudieron a rendir el postrer homenaje a su compañero. Quizá haya sido ésta al igual que ocurrió en Rusia en el entierro de Kropotkin la última gran manifestación libertaria de un país donde el anarquismo tuvo una acogida y difusión

como en ningún otro del mundo.



* Sobre la muerte de Durruti, Antonio Bonilla, hoy día residente en Zaragoza, mantiene una tesis nunca argumentada hasta ahora. En el número 80 del semanario «Posible», el antiguo compañero de Durruti confiesa a Pedro Costa Muste: «No cabe duda de que la bala que mató a Durruti salió del naranjero que portaba Manzana. Pudo ser casual o intencionadamente. Hoy, a la vista de lo que ocurrió después, opto por creer que fue intencionado el disparo». Lo que ocurrió después, según Bonilla, es que Manzana desapareció sin dejar rastro. Manzana se ha mantenido ilocalizable, desde entonces, en algún lugar de México, ignorándose si aún vive.



Como con Zamora, el Che o Zapata, su muerte tiene estigmas de traición y el principal sospechoso, el PCE estalinista, desatará pocos meses mas tarde una brutal persecución contra anarquistas y demás radicales que no solo liquidó la Revolución amenazante, sino que fue el comienzo del fin de la propia República que decían salvaguardar.



40 años de existencia intensa tuvo este hombre que lucho por sus ideales sin treguas ni fanatismos; que nunca dejó de vivir de su trabajo; que actuaba tanto como leía y pensaba; que amó, soñó y tuvo amigos entrañables. En fin, Buenaventura Durruti fue lo que fue, y también lo que de mejor queda en nosotros cuando compartimos su trayectoria luminosa.







1) Pío Baroja: "El Cabo de las Tormentas". Espasa-Calpe. Madrid.



(2) Waldo Bayer: «Severino Giovani, Editorial Galerna. Buenos Aires.



(3) «El Luchador», 8 de mayo de 1931.



(4) G. Gilabert: «Un héroe del pueblo: Durruti,,. Buenos Aires.



(5) Sobre los acontecimientos de Figols, ver: Eduardo de Guzmán, TIEMPO DE HISTORIA, n.° 14: «Cuando Figols proclamó el comunismo libertario».



(6) «La Voz de Aragón», 25 de enero de 1934.



(7) «La Solidaridad», 3 de marzo de 1934.



(8) «Solidaridad Obrera», 6 de marzo de 1936. Citado por John Brademans: Anarco-sindicalismo y Revolución en España, 1930-1937». Ariel. Barcelona.



(9) «Toronto Star», 18 de agosto de 1936.



(10) «Montreal Star», 30 de octubre de 1936. Citado por Hugh Thomas: «La Guerra Civil Española». Ruedo Ibérico. París.



(11) George Orwell: «Homenaje a Cataluña». Ariel. Barcelona.



(12) julio C. Acerare: «Durruti». Bruguera. Barcelona.



(13) Idem.



(14) Idem.



(15) JoanLlarch: «La muerte de Durruti. Ediciones Aurea. Barcelona

CIPRIANO MERA MILITANTE DE LA C.N.T.

El sábado 25 de octubre de 1975 fallece en un hospital de Saint Cloud un viejo obrero madrileño de la construcción llamado Cipriano Mera. El trabajador español, que ya ha cumplido los setenta y nueve años y lleva menos de cinco jubilado, reside hace


tiempo en un modesto piso de la cercana localidad de Billancourt, suburbio proletario e industrial de París, mundialmente conocido por alzarse allí las grandes fábricas de automóviles Renault.







De obrero de la construcción y dirigente sindicalista, Cipriano Mera pasó a ser general del Ejército Republicano durante la Guerra Civil española. Y, cerrando el ciclo de su vida, la muerte le sorprendió cuando —el 25 de octubre de este año, en un suburbio parisino— de nuevo era un proletario más.







De mediana estatura, enjuto, cetrino, con rostro de campesino castellano que parece tallado a hachazos, Cipriano es conocido en el hospital donde muere. No es la primera vez que ocupa una cama de este centro en que son asistidos enfermos y accidentados de la seguridad social. Muy recientemente, a comienzos de la primavera del año en curso, permanece internado durante un par de meses aquejado por una dolencia pulmonar. Luego, sensiblemente mejorado, retorna a su hogar de la calle Jean Jaurés de Billancourt hasta que una recaída a principios del otoño le fuerza a retornar a la clínica de la que no saldrá con vida. Durante el tiempo que en una y otra ocasión permanece internado son muchos los compañeros, amigos o simples conocidos que se interesan por su estado. Médicos, enfermeros, auxiliares y porteros se enteran de quién es y de quién ha sido. No porque él lo pregone en torpes anhelos de satisfacer una vanidad que jamás sintió; menos aún porque Teresa —compañera abnegada de toda su vida— quiera asombrar a quienes la escuchan o ganarse su conmiseración. Pero no son pocos los visitantes que compartieron sus antiguas y modernas luchas sindicales, le acompañaron en alguno de sus encierros o pelearon a sus órdenes en Somosierra, Gredos, Madrid, Jarama, Guadalajara o Brunete. «Fue un general del Ejército Popular —explican algunos con una leve nostalgia en la voz—, es decir del Ejército de la Segunda República durante toda la guerra de España».



Dicen la verdad pura y simple, aunque Cipriano no alcanzase oficialmente tan elevada graduación. Pese a que durante casi toda la contienda luciera en su uniforme las barras de comandante y teniente coronel, actuó como general en jefe, primero de una división v luego de todo un cuerpo de ejército, interviniendo personal y decisoriamente en mayor número de combates que muchos famosos estrategas. Hace ya diez o doce años, cuando Mera, que ya sobrepasa la edad de la jubilación y se niega a ser jubilado porque necesita el salario íntegro para atender a su familia, ha de ser internado en otro hospital, se produce un incidente tan curioso como significativo. Necesita una transfusión de sangre de determinado tipo de que carece el centro e indican a su mujer la conveniencia de que se presente a donarla alguno de sus familiares. La noticia circula con rapidez por París y al día siguiente más de un centenar de personas acuden a ofrecer generosamente su sangre. Los médicos se sorprenden ante la afluencia de donantes y preguntan intrigados quién es aquel modesto albañil cuya salud preocupa e inquieta a tantas gentes. Cuando se lo dicen quedan tan sorprendidos como desconcertados.



Nacido en Madrid en 1896, toda la infancia y la juventud de Cipriano Mera discurre en las proximidades de Estrecho, en la parte alta de Cuatro Caminos, cerca ya de Tetuán, en unas barriadas proletarias y humildes que se extienden por un lado hasta la Dehesa de la Villa y por otro sobrepasan Peña Grande para alcanzar las tapias del Pardo. Un buen novelista español, un tanto olvidado en los últimos tiempos —Vicente Blasco Ibáñez—, describe brillante y coloridamente en una de sus novelas —«La Horda»— lo que son estos barrios a comienzos de siglo. Callejuelas largas, estrechas, retorcidas, sin pavimentar, bordeadas por edificios de una o dos plantas, con incómodas y reducidas viviendas donde difícilmente caben numerosos moradores. Son en su casi totalidad familias proletarias más abundantes en bocas que en recursos. Abundan los traperos que por las madrugadas bajan al centro con carritos y serás para recoger las basuras y desperdicios de la gran ciudad. Y no faltan en los extensos descampados chabolas que dan cobijo a los campesinos que vienen a la capital en busca del trabajo y el pan que les falta en sus pueblos, grupitos de gitanos e incluso algunos golfos y maleantes de ínfima categoría. Personajes pintorescos son aun los cazadores furtivos que en los bosques de la cercana posesión real consiguen los conejos e incluso los venados que hacen las delicias de los frecuentadores de los merenderos de las afueras de la población.



Los chicos, que no caben en las casas, hacen su vida en la calle o los descampados vecinos. Tienen que empezar a trabajar apenas comienzan a saber andar. Para salir adelante las familias necesitan la aportación económica de todos sus miembros y los ocios y juegos de la infancia duran muy poco. Aunque la enseñanza es gratuita en general, frecuentar la escuela durante algún tiempo es un lujo que muy pocos pueden permitirse. El sueño de la mayoría es ingresar como aprendiz en un buen taller, pero son pocos los talleres y demasiados los aspirantes. Los muchachos han de apencar con lo que sea para ayudar a sus padres o a sí mismos. Laboran en la busca; escarban y clasifican las basuras; cuidan de las gallinas y los cerdos; se colocan como botones o recaderos; sirven las tabernas, tiendas, merenderos, etc. y ni aún así consiguen saciar de manera permanente su hambre. Cipriano Mera sigue las vicisitudes y la suerte de casi todos los chicos de su tiempo y barrio. Es un muchacho despierto, atrevido y habilidoso que apenas pisa la escuela y trabaja desde que tiene uso de razón en las más diversas ocupaciones. Al final, igual que muchos de ellos, entra como peón en una obra. Al cabo de unos años puede considerarse un magnífico albañil.



La construcción es prácticamente la única gran industria existente en Madrid, pero el trabajo en ella es duro y está mal pagado. Cuando llueve intensamente —y esto ocurre durante semanas enteras en los meses invernales— ni se trabaja ni se cobra. Algunos procuran resarcirse luego, laborando a destajo en jornadas interminables y agotadoras. Pero contratistas y capataces se aprovechan de las circunstancias e imponen salarios irrisorios. Mera es un trabajador serio, fiel cumplidor de su deber, pero intransigente por temperamento y decisión en la defensa de sus intereses como trabajador. Choca frecuentemente con los patronos, participa en todas las huelgas y encabeza algunas. Consecuencia lógica son sus primeros encierros. Como para tantos otros obreros, la cárcel le sirve de escuela para adquirir los conocimientos de que carece. Lee cuanto cae en sus manos, escucha con atención a otros compañeros más capacitados y va formando su conciencia revolucionaria. Enemigo por naturaleza de injusticias e imposiciones se siente atraído por el sindicalismo revolucionario. No tarda en ser conocido como militante de la Confederación Nacional del Trabajo CNT e intervenir en las asambleas de su organización.



No es un orador elocuente ni tiene mucha facilidad de palabra. Pero le sobra buen juicio, ve con claridad los problemas, llama a las cosas por su nombre y, como todos los hechos de su vida avalan y ratifican lo que dice, goza desde muy joven de cierto prestigio entre sus compañeros. Serio, circunspecto, poco hablador en su trabajo, con cierto aspecto de seca hosquedad, Cipriano es un mozo bien-humorado, alegre y comunicativo. Le gusta participar en bromas y juegos en sus horas de asueto y en las excursiones y giras que se organizan los días festivos. Incluso en una época se siente atraído por los grupos teatrales de aficionados que actúan en los ateneos y círculos obreros. Mera llega a ser un discreto actor y algunos de sus viejos compañeros recuerdan todavía haberle visto interpretar con plausible acierto los protagonistas de «El sol de la humanidad» de Fola Igúrbide y el «Juan José» de Joaquín Dicenta.



Pero los tiempos son difíciles y a los militantes confedérales queda poco espacio para la diversión y el asueto. Ni siquiera para atender como es debido a la propia familia ya formada. La C. N. T. es una organización combativa y revolucionaria. Sus sindicatos son clausurados con frecuencia y sus elementos más destacados perseguidos y encarcelados. Y si esto ocurre en los últimos tiempos de la monarquía constitucional, sucede con redoblada intensidad a lo largo de la Dictadura. Durante varios años las organizaciones cenetistas, colocadas al margen de la ley, han de funcionar en la clandestinidad. Forzados por las circunstancias, con sus locales cerrados, muchos de sus elementos han de ingresar en la U. G. T. para defender sus intereses como trabajadores. Cipriano Mera tiene que hacerlo en esta época, como tienen que hacerlo otros militantes cenetistas. Entre ellos, se encuentran, por lo que a Madrid respecta, figuras tan conocidas del movimiento libertario como Mauro Bajatierra, Feliciano Benito, Antonio Moreno, Melchor Rodríguez, Teodoro Mora, Paulet y los hermanos Inestal. Más adelante, cuando la Dictadura declina y la persecución se hace menos intensa, van agrupándose todos de nuevo en el Ateneo de Divulgación Social. Cae Primo de Rivera en enero de 1930 y a su Dictadura sucede la llamada «Dictablanda» de Berenguer. Comienza una etapa de extraordinaria actividad política que culminará, quince meses después, con la caída de la Monarquía. La C. N. T., con la que nadie cuenta, a la que nadie menciona y a la que una mayoría cree totalmente desaparecida, puede salir de su prolongada clandestinidad. Se produce entonces un fenómeno que ni comentaristas políticos ni historiadores se han tomado la molestia de estudiar y analizar a fondo: la rápida, la vertiginosa expansión del movimiento sindicalista revolucionario. Lo efectivo es que, aparentemente inexistente en enero, la Confederación Nacional del Trabajo tiene seis meses más tarde mayor número de afiliados que todos los partidos políticos de izquierda y derecha, monárquicos o republicanos, juntos.



Este sorprendente incremento no se produce sólo en Cataluña, Levante, Aragón y Andalucía donde los sindicatos confederales fueran mayoritarios con anterioridad, sino también en Galicia, Asturias, la Rioja y el Centro. En Madrid el sindicato más importante es, naturalmente, el de la construcción, cosa comprensible por las condiciones de trabajo imperantes en la industria y el temple de sus militantes. Como la C. N. T. no interviene en las contiendas electorales —que desdeña—, esos militantes son totalmente desconocidos en los círculos políticos y periodísticos de la capital. En cambio, son sobradamente conocidos por los trabajadores —que es lo que de verdad importa—, que los ven a diario en los mismos talleres, tajos o andamios en que todos laboran. En el sindicato de la construcción confederal no hay cargos retribuidos ni la esperanza de conseguir con facilidad sinecuras de ninguna clase. Todos son obreros auténticos y los militantes más destacados —Mera, Antona, Mora, Marcelo, Ciriaco, Inestal, etc.— no disfrutan de otro privilegio que servir de lección y ejemplo a sus compañeros trabajando tanto como el que más y arriesgándose y sacrificándose con absoluto desinterés por todos. Con esto basta y sobra para que los demás pongan en ellos mayor confianza que en cualquier arribista o escaladores políticos por muchos que sean sus títulos universitarios o arrebatadora su elocuencia.



En estos meses de acusada transformación política, igual que en tiempos de la Dictadura y conforme sucederá con la República en los años venideros, la vida no es fácil ni cómoda para los sindicalistas madrileños. Una mayoría sufren persecuciones y encierros. Lejos de ser una excepción, Cipriano es una norma en esto. Participa en todas las luchas proletarias en un régimen o en otro y en todos tiene que sufrir largas temporadas de prisión. En diciembre de 1933, por ejemplo, forma parte del Comité Nacional que, como protesta contra el triunfo electoral de las derechas que da paso al llamado bienio negro, desencadena un fuerte movimiento revolucionario en Aragón, la Rioja y Levante. Como consecuencia es detenido y pasa largos meses en la cárcel de Zaragoza en unión del doctor Puente, Ejarque y varios centenares de compañeros. Ni siquiera varía fundamentalmente la situación para ellos cuando, en febrero de 1936, triunfa el Frente Popular. En Madrid se inicia a finales de la primavera de dicho año una huelga general de la construcción que pronto reviste especial violencia dadas las circunstancias que vive España. Cipriano Mera es uno de los primeros detenidos y sigue en la Cárcel Modelo de Madrid —en unión de David Antona, Teodoro Mora, Villanueva, Cecilio, López, Ciriaco y varios cientos de compañeros más— cuando se produce el levantamiento del 18 de julio. A mediodía del domingo 19 de julio, Cipriano Mera y sus compañeros son puestos en libertad. Inmediatamente se lanza a la lucha. Al día siguiente, lunes 20 de julio, participa activamente en los combates de Campamento. Veinticuatro horas después figura entre los grupos que se adueñan de Alcalá de Henares. El miércoles toma parte en una de las batallas más sangrientas de los comienzos de la guerra civil: el asalto de Guadalajara en que los muertos y heridos por ambos bandos se cifran en varios centenares. Sin tomarse un momento de descanso, Cipriano sigue hacia adelante. Al frente de unos grupos de hombres decididos avanza hacia el este y el sudeste a través de la Alcarria y la provincia de Cuenca. En pocos días los futuros frentes están en Alcolea del Pinar por un lado y en Albarracín por otro. (Se producen en estos días centenares de sangrientas escaramuzas libradas en cualquier rincón de la geografía peninsular. En una de ellas perece, más allá de Sigüenza, un buen militante madrileño: Tomás Lallave).



Cipriano Mera está de regreso en Madrid a finales de julio. Inmediatamente parte para la Sierra en una columna integrada por dos mil trabajadores madrileños y mandada por el teniente coronel Del Rosal. Durante más de un mes estas milicias confederales pelean en las estribaciones de Somosierra, por encima de Paredes de Buitrago, defendiendo los embalses que aseguran el abastecimiento de aguas de Madrid. Más tarde, durante los meses de septiembre y octubre, luchan en Gredos —Casas Viejas, La Adrada, La Iglesuela—... En el puerto Mijares, cerca de Piedralaves muere defendiendo una posición un conocido militante de la construcción: Teodoro Mora.



En los primeros días de noviembre, Cipriano Mera está tratando de formar una nueva columna con los hombres que han luchado en Sigüenza y Toledo. Cuando en la noche del 6 al 7 de noviembre se produce la huida de muchos hacia lo que entonces denominan algunos el Levante Feliz, se pone en movimiento en dirección opuesta. En la mañana del domingo 8 de noviembre, cuando la primera batalla de Madrid alcanza su mayor virulencia, Mera penetra en la Casa de Campo corno responsable político de una columna integrada por tres mil hombres, cuyo mando militar ostenta el teniente coronel Palacios. La primera brigada internacional y las Milicias Confederales tienen la misión de defender Madrid frenando el avance enemigo por las frondas del antiguo parque real. Durante dos semanas luchan encarnizadamente en un extenso frente que va desde Casa Quemada al Puente de San Fernando, cubriendo la Cuesta de las Perdices y las carreteras de Castilla y La Coruña. Aguantan bien y mantienen con energía sus posiciones, aún a costa de perder en menos de quince días la mitad de sus efectivos. Las bajas son cubiertas inmediatamente por combatientes voluntarios procedentes de todos los sindicatos. El Sindicato de la Construcción publica el día 9 de noviembre una orden impresionante. Dice escuetamente: «Todos los trabajadores de la construcción que no estén en lista y controlados por el Consejo Mixto de Fortificaciones, se concentrarán en los sitios indicados por sus organizaciones, con sus respectivas meriendas, para marchar dónde sea preciso en defensa del pueblo de Madrid». Van a luchar, a batirse empuñando el fusil abandonado por alguno de los muertos, tal vez a morir a su vez, pero nadie les habla de premios ni recompensas. Se les exige, en cambio, que cada uno se lleve la comida. Y con orgullo podrá proclamar semanas más tarde el Sindicato de la Construcción, el sindicato de Mera, que ni uno solo de sus afiliados desoye el llamamiento de la organización. En torno a Madrid, en la dura lucha entablada en noviembre, caen muchos militantes confederales, algunos de los cuales pudieron llegar a ser buenos jefes una vez organizado el Ejército Popular. Perece así, oscuramente, lo mejor de la militancia madrileña. Tan anchos claros abre la muerte en sus filas que cuando el propio Mera recibe el encargo de comunicar a Federica Montseny la muerte de Durruti, la entonces ministro de Sanidad se duele de las elevadas pérdidas en compañeros destacados y pide a su interlocutor que sea prudente y no se arriesgue más de la cuenta. Sincero y rudo, Cipriano contesta moviendo la cabeza en gesto negativo: ¡Imposible! ¿No ves, mujer, que hay que ir siempre delante para que los demás nos sigan?»



Con un valor sereno y frío, sin alardes espectaculares ni gestos teatrales, pero con una decisión inquebrantable, Cipriano Mera va siempre delante mostrando a los demás el camino, desdeñando el peligro que le acecha. Ve caer en torno suyo a centenares de compañeros y espera seguir en cualquier momento la misma suerte. Las balas le respetan y continúa en pie después de participar durante la segunda quincena de noviembre y los meses de diciembre y enero en todas las batallas que se libran entre Aravaca, por un lado, y la Ciudad Universitaria, por otro. Durante ese tiempo comienza a aureolarle un prestigio casi mítico.



A finales de 1936 y comienzos de 1937, en los frentes cercanos a Madrid empiezan a constituirse las primeras unidades del Ejército Popular. En el medio año que lleva luchando ha llegado a la conclusión de que la guerra sólo puede ganarse con el arma adecuada que es un buen ejército. Sincero consigo mismo y con los demás, admite primero y defiende después enérgicamente la militarización de las unidades de voluntarios. No aspira a ostentar ningún mando y se resiste a aceptar el que le ofrecen; pero cuando las necesidades de la lucha y la insistencia de la organización le fuerzan a asumirlo, expone con serenidad su pensamiento y propósitos. Mientras la guerra dure y tenga el mando de una unidad militar, no tolerará en ella indisciplinas, debilidades ni caprichos de nadie. Exigirá de todos, empezando por él mismo, el cumplimiento del deber por encima de cualquier consideración, incluso sobre las propias fuerzas del individuo, y aplicará los más duros castigos a quien no lo haga, aunque sea su mejor amigo y compañero. Los procedimientos que empleará repugnan a sus ideas y sentimientos, pero es la única manera de ganar una guerra en la que tanto se juegan los trabajadores.



La XIV División, cuyo mando se le confía a comienzos de febrero, está integrada por dos brigadas: la 70 y la 77, surgidas de la transformación de otras tantas columnas milicianas —«Espartaco» y «España Libre»— que ya han luchado en distintos frentes. Pocos días después tienen que participar en lo más duro de la batalla del Jarama. Sus integrantes reciben su bautismo de fuego en las proximidades del Pingarrón. Se comportan con heroísmo, pese a sufrir un número considerable de bajas. Apenas terminada la batalla del Jarama comienza la de Guadalajara. Varias divisiones italianas, bien protegidas por artillería y aviación, avanzan rápidas por tierras de la Alcarria con ánimo de completar el cerco de Madrid, cortando sus salidas por el sur y el este. Ante la abundancia de material enemigo, las unidades republicanas han de batirse en retirada. El Cuerpo de Tropas Voluntarias llega en pocas jornadas cerca de Guadalajara, conquista Brihuega y pone en serio aprieto las comunicaciones de la capital. La XIV División se enfrenta con ellas el 16 de marzo, consiguiendo de momento paralizar su progresión. Dos días después se lanza a su vez al asalto de las posiciones enemigas y el día 19 de marzo entra en Brihuega, pone en fuga a las unidades de camisas y flechas negras, infringiéndoles la más sonada de las derrotas de toda la guerra de España, apoderándose de parte de su material y haciendo varios centenares de prisioneros.



Posteriormente la XIV División toma parte en diferentes operaciones y a mediados de julio interviene en las batallas libradas en torno a Brunete. Ha de hacerlo en el instante más crítico y en las condiciones más desfavorables cuando, contenido el avance inicial de las fuerzas republicanas, los nacionales (que han concentrado en el frente el grueso de sus unidades) se lanzan a la contraofensiva, bien protegidas sus tropas por la aplastante superioridad aérea de los aparatos alemanes e italianos. Durante más de una semana los catorce mil hombres que manda Cipriano Mera se clavan en el terreno y aguantan todos los ataques sin retroceder un sólo paso. Cuando la batalla concluye, la 70 y la 77 Brigadas ofrecen anchos claros en sus filas, pero han demostrado ser de las mejores unidades del recién creado Ejército Popular. Ascendido por méritos de guerra a teniente coronel, Cipriano Mera es nombrado comandante en jefe del 4.° Cuerpo de Ejército. Con escasas fuerzas —tres divisiones como máximo, entre ellas la ya famosa XIV—, tiene que cubrir un frente extenso que va desde Somosierra en la parte izquierda a los Montes Universales, cerca de Teruel, donde enlaza con el Ejército de Levante, en la derecha. Ejerce el mando del mismo sector durante el resto de la guerra, interviniendo en numerosas operaciones. Tiene a sus órdenes entre treinta y cinco y cincuenta mil hombres, encuadrados en unidades que muchas veces son puestas por sus superiores como modelo de organización y eficacia combativa. Como jefe de cuerpo de Ejército, Mera impone la más rígida disciplina unida a un concepto exigente de la propia responsabilidad. Continúa ocupando en los combates los puestos de máximo riesgo y desarrolla una actividad incesante durante la calma en los frentes. Aunque tiene poco más de cuarenta años, los combatientes le llaman cariñosamente «El Viejo» y a nadie sorprende verle aparecer de día o de noche en las posiciones más avanzadas porque constantemente recorre las líneas en misión de inspección y vigilancia. Merced a todo ello llega a ser uno de los jefes del Ejército Popular que inspiran mayor confianza a cuantos combaten a sus órdenes.



En el mes de marzo de 1939, cuando la pérdida de Cataluña ha sellado definitivamente la suerte de la contienda, secunda por mandato expreso de su organización el movimiento contra Negrín, en el que participan todos los partidos y organizaciones del Frente Popular con excepción de los comunistas. El día 5 tiene que leer ante los micrófonos de Unión Radio una breve alocución expresando su apoyo a Julián Besteiro y Segismundo Casado que rechazan un intento de Negrín, que ya ha provocado la víspera la marcha a Bizerta de la flota republicana surta en Cartagena. Aunque el doctor, sus ministros y el Buró Político del P. C. abandonan España en la mañana del 6 de marzo, la situación del recién formado Consejo Nacional de Defensa, que ya preside Miaja, llega a ser extremadamente crítica durante los días 7, 8 y 9 ante la rebelión de parte de los tres cuerpos de ejército que defienden Madrid. Mera tiene que venir en su auxilio desde Guadalajara al frente de la XIV División para salvar al Consejo luego de una serie de encarnizados combates.



Cipriano Mera continua en su puesto de mando de Guadalajara hasta los últimos días de marzo. El martes 28, una vez caído Madrid y desaparecidos prácticamente los frentes del Centro, recibe orden de trasladarse a Valencia. De allí parte en la mañana del 29 con rumbo a Orán. En Argelia no le reciben con los brazos abiertos ni le tratan con consideraciones de ningún género. Al igual que otros varios millares de refugiados va a parar a un campo de concentración, donde ha de pasar varios meses padeciendo hambres, incomodidades y malos tratos. Al salir de España no ha llevado consigo bienes ni riquezas y este primer exilio no tiene para él nada de dorado.



Cuando al fin sale del campo de concentración tiene que ganarse la vida trabajando. Como en Orán no encuentra dónde laborar ha de marchar al Marruecos francés donde empieza a trabajar como simple peón en las obras de construcción del ferrocarril que, partiendo de Tánger, los franceses esperan que llegue algún día hasta Dakar. El «general» curtido en cien batallas, que mandó con eficacia y acierto un cuerpo de ejército, es un trabajador igual que los demás que ni pide ni admite ningún trato de

favor. En la primavera de 1940 se produce el desastre francés y los alemanes llegan hasta la frontera de los Pirineos. En el otoño las autoridades españolas solicitan la extradición de algunas figuras destacadas de los exiliados republicanos Azaña, Companys, Peiró, Zugazagoitia, Teodomiro Menéndez, Cruz Salido, Rivas Cheriff, etc. y ven satisfecha sin tardanza su demanda, con la sola excepción de Azaña que fallece en Montauban. Algún tiempo después hacen la misma petición con respecto a una larga serie de exiliados refugiados en Argelia y el Marruecos francés. Pero las autoridades galas de las colonias —quizá porque los alemanes están más lejos— se muestran menos diligentes en atender la demanda. Nogués, el residente francés en Fez, procura dar largas al asunto y deja transcurrir unos meses sin hacer nada. Accede por último, no sin ciertas reservas mentales y, al parecer, tras haberle asegurado que ninguno de los refugiados que entregue será fusilado. Sea como fuere, entre los exiliados cuya extradición se concede figura Cipriano Mera que es conducido a Madrid y encerrado en la prisión de Porlier. Tras un periodo de espera es juzgado y condenado a la última pena. Le indultan a los pocos meses, demostrando tanto antes de ser juzgado como en el tiempo que tiene pendiente sobre su cabeza la más grave de las penas, absoluta serenidad y entereza. Luego de indultado, las autoridades disponen su traslado a la Prisión Central de Trabajadores de Santa Rita —que ocupa los edificios de un antiguo colegio reformatorio para señorítos calaveras— en el entonces pueblo de Carabanchel Bajo, actualmente simple barriada de Madrid. En Santa Rita se concentran en los años cuarenta y dos a cuarenta y cuatro los millares de presos destinados a trabajar en los destacamentos penitenciarios de la Sierra —aparte de los que construyen los túneles para el ferrocarril directo Madrid-Burgos, están los que horadan una montaña en Cuelgamuros— y en las obras de la nueva prisión que ha de sustituir en Carabanchel Alto a la que fue destruida durante la guerra en la plaza de la Moncloa.



Durante bastante tiempo Cipriano Mera sale todas las mañanas de Santa Rita en una columna formada por más de mil penados, bien custodiados por una veintena de funcionarios de prisiones y un pelotón de soldados, para ser trasladado a las obras que distan poco más de un kilómetro. Allí trabaja como albañil durante ocho o nueve horas, para volver a ser encerrado en Santa Rita al caer la tarde. Cada día de trabajo le permite redimir otro de condena, por lo que la pena de treinta años puede quedar reducida a quince. Aparte, recibe un salario de tres pesetas diarias: una que se destina a mejorar el rancho; otra que puede cobrar su familia y una tercera que ingresa en una cuenta de ahorros cuyo total se le entregará al recobrar la libertad. En cualquier caso abandona la prisión mucho antes de cumplir los quince años de reclusión, merced a uno de los varios indultos que se promulgan.



Pero sale —conviene precisarlo— en una llamada libertad condicional que difiere bastante de la libertad absoluta. El liberado condicional tiene que residir forzosamente en el lugar que se le designe, presentándose con periodicidad a las autoridades que se le indique para declarar dónde trabaja, el dinero que gana y la vida que hace, no pudiendo viajar ni cambiar de domicilio sin antes pedir y conseguir el correspondiente permiso. Caso de no cumplir al pie de la letra las instrucciones o incurrir en cualquier falta o delito puede ser encarcelado de nuevo, teniendo que cumplir entonces la totalidad de la condena que tiene pendiente. Al abandonar la prisión, Cipriano vuelve a vivir donde siempre ha vivido en compañía de su mujer. Torna también a buscar ocupación en su profesión y oficio. Lo encuentra en las obras de una constructora —Urbis, concretamente— que está levantando una extensa barriada entre las avenidas madrileñas de Menéndez Pelayo y Doctor Esquerdo. Allí vuelve a subir al andamio sin que se le caigan unos anillos que no lleva por seguir colocando ladrillos. Pero si ni en los años de mando militar ni en los que después pasa en prisión ha cambiado interiormente lo más mínimo, tampoco sus ideas han sufrido la menor variación. Sigue pensando exactamente igual que hace diez o quince años, lo que le ocasiona contrariedades y molestias. Sufre repetidas retenciones e interrogatorios y comprueba en múltiples ocasiones que está sometido a una discreta vigilancia.



Un día sabe que la Policía le anda buscando y resuelve abandonar Madrid para volver al exilio. Gana la frontera viajando como puede y consigue cruzar a pie los montes que le separan de Francia. En el país vecino procura rehacer su vida, no sin tener algunos tropiezos con la Policía francesa que en este momento —varios años después de finalizada la segunda guerra mundial— no ve con buenos ojos la presencia de determinados exiliados españoles en el sur de Francia. En Toulouse es detenido en alguna ocasión, acusado de participar en actividades políticas y amablemente se le invita a alejarse lo más posible de la frontera. Mera marcha a París donde trabaja como albañil, exactamente igual que ha hecho antes en Toulouse. Hay gentes que le ofrecen ayudas y colocaciones que rechaza sin vacilar. No quiere ni admite favores ni limosnas. Es un trabajador auténtico y prefiere seguir ganándose la vida con su propio esfuerzo. Algunos que no le conocen, insinúan que puede tratarse de una pose «pour épater les bourgeoises», pero todos tienen que reconocer al cabo que se trata de un hombre de una moral incorruptible. Aunque cuando pisa el suelo francés tiene más de cincuenta años, todavía trabaja como albañil durante veintitantos más.



Vive exclusivamente de su trabajo mientras le quedan fuerzas. Con él, compartiendo estrecheces y penurias, su compañera de toda la vida, que no sin grandes dificultades ha podido ir a reunírsele en Francia. Tras residir y trabajar durante bastante tiempo en diferentes puntos, Cipriano Mera pasa los últimos años de su vida en un piso pequeño y modesto de la calle Jean Jaurés de Billancourt-sur-Seine. En su casa no hay lujos de ninguna clase; carece incluso de los aparatos electrodomésticos que hoy se consideran indispensables en cualquier familia humilde, pero vive con una austera y altiva dignidad. Sin intentarlo ni proponérselo, se convierte en un símbolo y un ejemplo para cuantos le conocen. No sólo por su valor y temple durante la guerra, sino por su conducta posterior. Porque si son muchos los capaces de comportarse valerosamente en el transcurso de una lucha y morir con entereza, son contados los que con una historia como la suya, con una aureola tan bien ganada vuelven con aire sencillo, sin aires teatrales para asombrar a la galería, a su trabajo habitual para ganarse durante varios lustros —hasta que las dolencias y la falta de reservas físicas le fuerzan a jubilarse, bien entrado ya en la senectud— la vida con el sudor de su frente colocando ladrillos en lo alto de un andamio. Buena prueba de su comportamiento es que en repetidas ocasiones acuden en su busca reporteros de distintos países que quieren oír sus confesiones respecto a la trayectoria de su vida o sus puntos de vista y opiniones sobre determinados problemas. Cipriano Mera, en cuyo pecho no tiene cabida la menor vanidad, les recibe con mayor o menor amabilidad pero se niega en redondo a lo que pretenden sus visitantes y más aún a dejarse retratar por ninguno. No hace mucho unos periodistas —españoles concretamente— acuden a su domicilio de Billancourt- sur - Seine con esta pretensión. Cuando el interesado se niega en redondo a decir una sola palabra para el diario que representan, los jóvenes reporteros, con una total falta de delicadeza, creyendo quizá que todo puede lograrse con dinero, le ofrecen una cantidad que consideran más que suficiente. Aunque Cipriano está ya viejo y enfermo, una llamarada de indignación brilla en sus pupilas, se yergue colérico y los periodistas han de abandonar precipitadamente la vivienda. Este era Cipriano Mera. Este era el luchador obrero, comandante en jefe un día del 4. ° Cuerpo de Ejército, que supo vivir durante muchos años sostenido por una inquebrantable moral, el pasado 25 de octubre del año 1975 murió en un hospital del arrabal parisino de Saint Cloud.







Cipriano Mera, albañil y general circunstancial, Anarquista hasta el final nos dejó su ejemplo sin ninguna pretensión, sin reclamar ningún homenaje, sin pedir nada a cambio. el, nuestro compañero nos dejó su vida y también su obra, para los que sentimos que hay otra grandeza, para nosotros, para todos nosotros es suficiente.



Gracias compañero, gracias por dejarnos tu grandeza, gracias por dejarnos tú dignidad pero ante todo gracias por haber compartido tu vida con aquellos que siempre te han querido y respetado.



hasta siempre compañero

FRANCISCO ASCASO BUDRIA. MILITANTE DE LA C.N.T.-F.A.I.

Francisco Ascaso Budría




Almudévar, 1901 – Barcelona, 1936





Hermano de Domingo y Joaquín Ascaso, fue panadero y camarero. Militó en las Confedérales de Zaragoza entre 1917 y 1920. En 1922 se traslada a Barcelona donde funda el grupo anarquista Los Solidarios junto con Durruti, García Oliver, Aurelio Fernández, Gregorio Jover y Ricardo Sanz, entre otros.



Detenido en A Coruña tras un atentado frustrado contra Martínez Anido se traslada a Zaragoza al ser liberado y participa en 1923, en dicha ciudad, en el asesinato del arzobispo Soldevilla. Es detenido por el crimen pero logra huir a Francia. Entre 1924 y 1926 recorre, junto con Durruti, varios países latinoamericanos atracando bancos para recaudar fondos para el anarquismo. En 1926 es expulsado de Francia por participar en un atentado frustrado contra Alfonso XIII.



Al proclamarse la República regresa a España y reorganiza la FAI, sublevándose en la comarca catalana del Alto Llobregat en 1932, por lo que será deportado a Guinea Ecuatorial. De regreso a la península participa en la redacción de Solidaridad Obrera y en el Comité Regional de la CNT de Cataluña, como secretario general. Al estallar la insurrección dirige a los militantes confedérales que combaten a los sublevados en Barcelona y muere durante el sitio al cuartel de las Atarazanas el 20 de julio de 1936.

JUAN GARCIA OLIVER MILITANTE DE LA C.N.T. CAMARERO

Nacido en Reus en 1902, en una familia de obreros del textil, sólo le será posible frecuentar breve tiempo la escuela primaria. En El eco de los pasos recordará con cariño a uno de sus maestros, el republicano Grau. Una huelga perdida que significará la miseria para su familia y los encuentros armados en Reus entre obreros y sol- dados durante la "Semana Trágica" serán sus primeras impresiones de las luchas sociales. Niño todavía, empezará a trabajar en la hostelería en Reus, en Tarragona y, finalmente, en Barcelona. Le conquista rápidamente la magia de la gran ciudad. Allí asiste a los enfrentamientos originados por la huelga general de 1917, y participa en la fundación del Sindicato único de camareros (CNT).



Tras muchos años de silencio y de huir de todo tipo de protagonismo histórico, desde su exilio mexicano Juan García Oliver da a la publicidad sus Memorias. Anarcosindicalista de la primera hora, hombre bregado en huelgas y luchas revolucionarias, este antiguo camarero, huésped asiduo de los más duros penales de la dictadura de Primo de Rivera, había de convertirse en una de las figuras políticas claves del bando republicano. Su intervención resultó decisiva para la continuidad de la legalidad republicana en Cataluña tras la derrota de las fuerzas insurrectas y más tarde, siendo ya ministro de Justicia, había de convertirse en hombre puente a quien confiar el allanamiento y suavización de los antagonismos que enfrentaban a las fuerzas en el seno de la República.



De sí mismo, Juan García Oliver ha dicho: "Mi muerte será gris y posiblemente llegue con demasiado retraso." Más de medio siglo de actividad militante hacen imposible una biografía sucinta, a la manera clásica, que marque los hitos más importantes de su vida. Lo importante en García Oliver es el hilo conductor, la coherencia íntima de sus actos.







Es una época agitada en la que menudean los enfrentamientos entre sindicalistas y pistoleros a sueldo de los patronos. Busca la compañía de sus compañeros más radicales. La figura más sobresaliente del sindicalismo es entonces Salvador Seguí, "el Noi del Sucre", y García Oliver toma postura en contra de las tendencias reformistas que se atribuyen a este dirigente. La primera huelga de camareros dará lugar a sus primeras prisiones. Tiene 17 años. La cárcel será una experiencia rica para él y le permite conocer a anarquistas y sindicalistas ya notorios.



A su liberación será comisionado por el Comité regional de la CNT de Cataluña para organizar los sindicatos de su comarca natal, feudo entonces de la UGT y del lerrouxismo. En Reus existe industria textil, tenerías, serrerías, molinos de aceite, empresas de transporte y construcción. García Oliver trabaja como camarero. La oligarquía local, enriquecida por la primera guerra mundial, es dura y está influida por los jesuitas y el requeté. Hay pocos militantes anarquistas. Pero su labor de organizador tendrá inmediato éxito: ganará su primera huelga, la de transporte, aplicando la enseñanza del "Noi del Sucre": si se plantea una huelga, hay que ganarla, cueste lo que cueste.



La consolidación del anarco-sindicalismo en la década de los veinte



Hace sus primeras armas como orador, junto a Salvador Seguí, a Manuel Buenacasa, a Juan Peiró; a Andrés Nin. Reus, Borjas, Falset, el Vendrell, Flix, Constantí, Tarragona, constituyen el cuadro de su actividad como propagandista y organizador. El año 1920, será de éxitos Cenetistas en Tarragona. Estos éxitos suscitan la escalada represiva de los patronos y de las autoridades, y el año 1921 será de gran dureza para los sindicalistas revolucionarios. Aparecen en la provincia los pistoleros del Sindicato Libre, se multiplican las detenciones, las recogidas de periódicos anarquistas, los consejos de guerra contra sindicalistas acusados de antimilitarismo. A los intentos de organización de los sindicatos católicos propiciados por los patronos, responderán los anarquistas con una violencia que costará vidas.



A finales de 1921 forma parte de una comisión de Cenetistas que visita en Madrid al Gobierno para intentar resolver la crisis textil, pero cuyo objeto oculto era preparar el atentado contra Eduardo Dato, jefe del Gobierno, el hombre que refiriéndose a los sindicalistas de la CNT dijo: "Sus y a ellos". García Oliver obtendrá el dinero necesario para la empresa, pero en el momento del atentado estará de nuevo en la Cárcel Modelo de Barcelona. La muerte de Dato dará lugar a su liberación y podrá asistir en calidad de representante de los sindicatos de Reus a la Conferencia nacional de la CNT en Zaragoza, primera asamblea de carácter nacional a la que asiste.



En 1923, a petición de los "hombres de acción" que organizaron el atentado contra Dato, se instalará en Manresa, donde se opondrá violentamente a los pistoleros del Sindicato Libre. El asesinato del "Noi del Sucre" le sorprenderá en Barcelona. A petición de los órganos superiores de la CNT organizará el grupo "Los Solidarios" para responder al terrorismo del Sindicato Libre. "Los Solidarios" matarán al cardenal Soldevila en Zaragoza y a Reguera! en Toledo.



Condenado a raíz de un encuentro sangriento con los pistoleros del Libre es enviado al Penal de Burgos, donde permanecerá varios años.



En 1926 se exilia en Francia. Amante de las grandes ciudades, García Oliver recordará en sus Memorias un París insólito, en el que frecuenta a anarquistas franceses, rusos, italianos y españoles, algunos de ellos supervivientes del dispersado grupo "Los Solidarios", y también a nacionalistas catalanes. Tiene trato frecuente con Maciá, pero no secunda sus proyectos de invasión armada de Cataluña. Los esfuerzos de García Oliver para unificar la acción de los sindicalistas y anarquistas españoles exiliados en Francia fracasarán.



Un anarquista italiano -Schiavina- le transmite una carta de Errico Malatesta en la que éste expresa la necesidad de ajusticiar a Mussolini. El atentado, que debía ser llevado a cabo por el propio García Oliver, junto con Durruti, Ascaso, Aurelio Fernández y Jover, no tendrá lugar porque los anarquistas italianos no pudieron aportar los medios materiales necesarios. Este grupo se propondrá, por sugerencia de Durruti, atentar en el propio París contra Alfonso XIII. Delatados antes de pasar a la acción, el grupo se dispersará: Durruti, Ascaso y Jover serán encarcelados; Aurelio Fernández y García Oliver vuelven clandestinamente a España y son detenidos en Pamplona. García Oliver será condenado y enviado de nuevo al Penal de Burgos. Tiene entonces 25 años. El 13 de abril de 1931, sublevará la población reclusa y proclamará la República en el propio penal



El nacimiento de la Federación Anarquista Ibérica (F.A.I.)



En Barcelona encuentra una CNT en pleno proceso de reorganización tras los años de clandestinidad impuesta por la dictadura de Primo de Rivera y dominada por la tendencia reformista que inspira Ángel Pestaña. Prácticamente solo, García Oliver expone en el Congreso nacional de la CNT de 1931, el embrión de lo que pronto serán las posiciones "faístas": la táctica de la "gimnasia revolucionaria" encaminada a impedir que la Segunda República se estabilice y que la CNT caiga en el reformismo, el llamado "treintismo", posiciones que simbolizará la bandera rojinegra, creada por el propio García Oliver y que se enarbola por primera vez el 1.° de mayo de 1931 en una manifestación que acabará en tiroteo en la plaza de San Jaime de Barcelona. Ese mismo verano, se constituye de manera informal el grupo "Nosotros" integrado por Durruti, Ascaso, García Oliver, Ricardo Sanz, Aurelio Fernández, Gregorio Jover, Antonio Ortiz y Antonio Martínez. El Comité de Defensa Confederal, integrado por miembros de este grupo, organizará, en aplicación de la táctica de hostigamiento a la República, los hechos del 8 de enero de 1933, cuyo más notorio acontecimiento fue la matanza de Casas Viejas. García Oliver será detenido y apaleado cruelmente por los guardias de Asalto en la Jefatura de Policía de Barcelona.



Defensor de la independencia y de la hegemonía obrera de la CNT, García Oliver encabezará la oposición a la huelga general de octubre de 1934 y será duramente criticado en el propio seno de la CNT, especialmente por los sindicalistas asturianos. A fines de 1935, en unión de Durruti y Ascaso, negociará con delegados de Esquerra de Cataluña, que representan también al Frente Popular, la no abstención electoral de la CNT a cambio de la amnistía y de la entrega a los anarco-sindicalistas de armas, base material para su plan defensivo ante el previsible golpe de Estado derechista en caso de victoria electoral de las izquierdas. Esquerra y el Frente Popular no cumplirían la segunda parte de su compro- miso y ello será una de las causas de la debilidad de la respuesta de los anarco-sindicalistas andaluces y gallegos frente al golpe de Estado de julio de 1936.



En el Congreso de Zaragoza de mayo de 1936, su papel será determinante en la reunificación de los sindicatos "treintistas" y de la CNT. Pero es duramente atacado por su propuesta de creación de milicias sindicales y el texto de su ponencia sobre el comunismo libertario será sustancialmente alterado.



Los días 18, 19 y 20 de julio de 1936 dirigirá los cuadros de Defensa de la CNT en la batalla barcelonesa contra los militares sublevados, pero en el Pleno regional de la CNT del 23 del mismo mes su propuesta de proclamar el comunismo libertario, de "ir a por el todo", será combatida por Abad de Santillán y Federica Montseny y derrotada. Este acató la decisión del Pleno y pasó a dirigir de hecho el Comité Central de Milicias de Cataluña, organismo en el que Companys y los partidos del Frente Popular contaban canalizar las energías revolucionarias hacia meras tareas de orden público, pero que, compuesto por representantes de todas las fuerzas antifascistas organizadas, se convierte en verdadero gobierno catalán, responsable no sólo del mantenimiento del orden, sino también de la industria (cuya colectivización alienta) de la defensa del territorio, organizando milicias y Consejos de Obreros y Soldados y formando oficiales. Nunca había gozado Cataluña de instituciones propias tan completas desde su anexión a la corona española.



El Comité de Milicias tropezó con la enemiga del Gobierno de la Generalidad, con las maniobras de los partidos del Frente Popular y con la oposición del Gobierno central y halló escaso calor en las instancias dirigentes de la CNT y de la FAI, que hicieron suya la frase de Durruti ("Renunciamos a todo menos a la victoria") que coincidía con la consigna comunista de "primero ganar la guerra, después hacer la revolución". Las conversaciones que García Oliver inicia con el Comité de Acción marroquí no llegarán a resultados a causa del desinterés del Gobierno central, temeroso de crearse conflictos con Francia e Inglaterra si contribuía a modificar el equilibrio colonial en el Magreb.



La columna "Los Aguiluchos" organizada por García Oliver será un fracaso: los 15.000 hombres previstos serían reducidos por los organismos de la CNT a unos escasos 2.000. La correlación de fuerzas, materialmente a favor de la CNT, será modificada políticamente por la indecisión y la falta de perspectivas revolucionarias de sus propios dirigentes.



"Un ex-presidiario Ministro de Justicia"



El Comité de Milicias es disuelto y los Cenetistas entran en el Gobierno de la Generalidad, primero, y en el Gobierno de Largo Caballero poco después. Opuesto a la disolución del Comité de Milicias y a la participación gubernamental de la CNT, García Oliver será, sin embargo, ministro de Largo Caballero, junto con sus compañeros de organización, Federica Montseny, Juan Peiró y Juan López. Rasgo típico en él, una vez se ha plegado a la decisión de la CNT, García Oliver lleva a cabo su labor con la mayor eficacia posible: pone fin a los asesinatos que llevan a cabo en Madrid las Juventudes Socialistas Unificadas, disuelve el "Tribunal de la Sangre" en Valencia, ordena la destrucción de los archivos de antecedentes penales y dicta una serie de leyes de inspiración revolucionaria: creación de Tribunales Populares, reforma penitenciaria, igualdad de derechos para ambos sexos, redención de penas por el trabajo. Gobierna mediante una política de hechos consumados, frente al ala más reaccionaria del Gobierno y con el apoyo táctico de Largo Caballero, oponiéndose a la creciente influencia del Partido Comunista y de la URSS, a pesar de las amistosas relaciones que mantiene con los diplomáticos y consejeros militares soviéticos. Propone la constitución del Consejo de Defensa, supremo organismo para la dirección de la guerra, del que será miembro encargado particularmente de la organización de las Escuelas de Guerra.



Largo Caballero perderá el poder, víctima de la confluencia de diversos intereses contradictorios sostenidos por el Gobierno soviético, todos ellos opuestos al predominio del ala socialista izquierdista y del anarcosindicalismo.



La lectura de las Memorias de García Oliver, El eco de los pasos, hace plausible la hipótesis de que los agentes soviéticos en España estaban divididos y que durante algún tiempo se sopesó la conveniencia de apoyar la línea política que representaba García Oliver.



A partir de junio de 1937, contemplará en Barcelona la degradación de la situación republicana y tratará de oponerse al influjo creciente del Partido Comunista. A comienzos de 1939, se ofrecerá, sin ser escuchado, a defender la ciudad y tendrá que pasar a Francia. Desde allí, perdida Cataluña para la República, propone volver a la zona Centro-Sur para proseguir la guerra. Tampoco será esta vez seguido. Acepta y justifica la constitución de la Junta del coronel Casado, considerándola como la única solución para llegar a una paz pactada con Franco.



Empieza entonces para él un exilio que durará hasta nuestros días. Primero en Francia. Luego en Suecia. Al comienzo de la segunda guerra mundial, obtiene un visado de tránsito de la URSS y, a través de la Siberia, se embarcará para llegar a México, donde todavía reside. Allí, reorganizará a la CNT, de la que será secretario nacional en 1944, sosteniendo la postura de que los exiliados españoles deben reconstruir las instituciones gubernamentales, se declaren beligerantes en el conflicto mundial, para proseguir una guerra que él no considera terminada, y contribuir a la derrota del Eje, única manera de acabar en España con el régimen franquista. Esta postura no hallará el asentimiento general del exilio republicano español. Al final de sus Memorias, El eco de los pasos, García Oliver afirma: "Ni antes, ni durante mi gestión de ministro, ni durante el tiempo que vegeté en Barcelona, me arrepentí de lo que hice siendo ministro, ni de haber propuesto ir a por el todo. Jamás dejé de esperar la oportunidad de poder hacerlo."



Publicado en Nueva Historia, nº 24, enero 1979

Federica Montseny Ministra. Traformo la sanidad en España

Federica Montseny nació en Madrid el 12 de febrero de 1905. Era hija de dos anarquistas catalanes que fueron procesados en varias ocasiones por sus ideas libertarias. Unos padres peculiares, sin duda, que fundaron las publicaciones La revista blanca y Tierra y libertad, y que educaron a la niña en casa, ya que su madre era maestra.



De jovencita no se aburrió: estudiaba Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona, al tiempo que estaba afiliada a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y colaboraba en publicaciones anarquistas, donde escribía sobre filosofía, literatura y feminismo.



El 4 de julio de 1931, en la inauguración de un ateneo libertario, Federica Montseny se refirió al anarquismo con estas palabras: "Es un ideal que dice al hombre: eres libre. Por el solo hecho de ser hombre, nadie tiene derecho a extender su mano sobre ti. Eres tú el señor y el dios de ti mismo...". A luchar por ese ideal dedicó su vida, llegando incluso a ser ministra durante la Guerra Civil, por entender que la unidad de los antifascistas era necesaria para derrotar a las tropas franquistas. "Una mujer de voluntad de roca, que no se tuerce, y de carácter de hierro, que no se rompe". Así se definió a sí misma esta tenaz luchadora. Lo mismo que aquellos que tuvieron el honor de conocerla entre los que me encuentro yo (J.A.S.T).



Federica Montseny ha pasado a la historia como la primera mujer que formó parte de un Gobierno en España: de noviembre de 1936 a mayo de 1937 fue Ministra de Sanidad y Asistencia Social en el Gobierno del socialista Largo Caballero. Durante su mandato se enfrentó a Problemas que la guerra hizo acuciantes, como las cuestiones hospitalarias y la evacuación de refugiados. Cabe resaltar la creación de los liberatorios para prostitutas, donde se les ofrecía alojamiento y les enseñaba un oficio, y la promulgación de una ley del aborto. Tras la caída de Largo Caballero se opuso a una nueva participación de la CNT en el Gobierno. Terminada la guerra se exilió en Francia. Huyendo de los nazi se refugió en la Borgoña y, tras ser detenida, el Gobierno de Madrid solicitó su extradición, que fue denegada a causa de su embarazo. En 1945 se instaló en Toulouse, donde vivía desde entonces sus visitas a España fueron frecuentes dando charlas, Mítines y apoyando el Anarquismo en nuestro país lugar que ella siempre llevo en su corazón. Nunca, hasta su muerte, renunció a sus ideales anarquistas. En 1987 publicó el libro autobiográfico Mis primeros cuarenta años que narra el periodo de su vida comprendido desde su nacimiento hasta el final de la II Guerra Mundial.













Las batallas juveniles de Federica Montseny oscilaron entre el ámbito doméstico, donde perseguía en la vida cotidiana un trato igualitario con los hombres y romper con la tradicional postergación de la mujer, y el público, donde se volcó a través de la labor editorial de sus padres a publicitar a través de revistas y libros las ideas libertarias. "El grupo de anarquistas en el que creció constituía una suerte de gran familia, donde había fuertes afinidades entre padres y hermanos y amigos y correligionarios. Puede hablarse incluso de una especie de falansterio, al estilo de Fourier, pues, junto a la labor editorial, tenían también actividades agropecuarias para poder sobrevivir.



"Eran gente de principios y muy solidarios", cuenta Lozano del grupo que rodeaba a Federica Montseny. "No es que reivindicaran la infidelidad en las parejas cuando pretendían acabar con el modelo tradicional de familia. Luchaban porque cada cual pudiera elegir al compañero o compañera que quisiera, y poder cambiar si las cosas no habían funcionado". Federica Montseny estuvo siempre unida a su compañero Germinal Esgleas, con el que tuvo tres hijos.



Acabó la dictadura de Primo de Rivera, llegó la República. Todo aquello se vivió como una gran revolución, pero en el ámbito de la joven anarquista se quería ir más lejos. Es la época en la que Federica Montseny se vuelva en cuerpo y alma en su trabajo con la CNT (Confederación Nacional de Trabajadores), el sindicato anarquista. Los mítines, las publicaciones, las iniciativas solidarias siguieron su curso. Todo cambiaría drásticamente con el golpe de los militares y el estallido de la Guerra Civil. Fue entonces cuando llegó lo que Irene Lozano llama la "revolución inesperada". El alzamiento permitió que los grupos anarquistas convirtieran muchas de sus aspiraciones remotas en algo real. Las calles se llenaron de gente, el mundo se transformaba a marchas forzadas. Y hubo también mucha violencia.



"No creo que Federica Montseny supiera claramente al principio de la guerra lo que los anarquistas tenían qué hacer. Los acontecimientos iban demasiado rápido", dice Irene Lozano. "El Estado había sido siempre el gran enemigo, pero entonces había un enemigo mayor aún. En medio de la vorágine, considera finalmente que lo más importante es ganar la guerra, aunque para ello haya que formar parte de un Gobierno".



Teresa Claramúnt llego a tener una gran importancia para Federica Montseny, una obrera tejedora muy próxima a su familia y que había sido una activa luchadora en las filas sindicales y que murió al llegar la República. "No es que creyera en el sindicalismo, pero actuó en ese medio. Entendió que debía ocupar el lugar que había dejado su amiga y apoyó la insurrección y las conquistas de los anarquistas".







Los acontecimientos se fueron complicando cada vez más. La explosión revolucionaria inicial no fue suficiente para detener el avance del ejército franquista y las traiciones que por parte del Partido Comunista estaban realizando en retaguardia (recordemos mayo del 37) persiguiendo a todos aquellos que no eran comunistas de Moscú (C.N.T-F.A.I. y PSUC) Una fisura se abrió entonces en las filas anarquistas, donde convivían diferentes tendencias. Había muchos que consideraban prioritario llevar más lejos sus conquistas y profundizar en la revolución. Para otros era más importante ganar la guerra. Entre ellos estaba Federica Montseny, convertida ya entonces en uno de los líderes de la FAI (Federación Anarquista Ibérica). Y se convirtió en ministra.







(Extracto de la conferencia dada por nuestra compañera Federica Montseny, en el Coliseum MONTSENY, Federica: El anarquismo militante y la realidad española). Boletín de Información C.N.T.- F.A.I. (4 de Marzo 1937). Hoja 4-6.



Camaradas y amigos:



He aceptado el honor de iniciar ese ciclo de conferencias, con la complacencia del que ha de cumplir un deber impuesto por si mismo, con la complacencia del que ha de cumplir un deber impuesto por si mismo, pues quien ha situado la posición del anarquismo clásico, ha de situar hoy también al anarquismo en la posición exacta a que le han llevado los acontecimientos que estamos viviendo. Nosotros como anarquistas, no hemos rectificado nada de lo que era consubstancial con nosotros mismos. Era preciso hacer esta declaración. Somos anarquistas, continuamos siéndolo y perseguimos el logro de los mismos ideales de siempre. Los acontecimientos no tienen nada que ver con lo que es y seguirá siendo el movimiento anarquista español. En ningún país como en España se ha incubado el movimiento anarquista.

Nadie pudo prever los acontecimientos que siguieron al 19 de julio: sin embargo, nosotros no perdíamos la visión real del momento y continuábamos actuando como hasta entonces, pues desde el advenimiento de la República ninguna organización como la nuestra dió tantas pruebas de fervor revolucionario. Un socialismo reformista, un acontecimiento casi general había ido conteniendo el proceso revolucionario. Fué necesaria nuestra constancia, el acicate, lo que podríamos llamar nuestra locura, para el desgaste de las fuerzas que se oponían a los avances del proletariado, consiguiendo también que el propio socialismo reformista se situara en una posición revolucionaria. Y así llegamos a la militarada, a la que hizo frente el proletariado determinando con su resistencia heróica los acontecimientos y surgiendo una aurora nueva. Se produce en España un movimiento de masas y nuestro pueblo se lanza a una revolución que no tiene nada de común ni con la Revolución rusa ni con otros movimientos. No hubiera habido revolución si no hubiésemos nosotros preparado al pueblo. Es este nuestro triunfo y el galardón más preciado que tenemos los anarquistas. Sin que la filosofía anarquista haya sido rectificada, hemos sabido adaptarnos a las circunstancias. Si el día 19 de julio hubiésemos ido a la realización totalitaria de nuestros ideales libertarios, el hecho habría sido catastrófico, como si lo hubiesen intentado comunistas estatales o socialistas. Con ello habría quedado roto un frente de lucha. Por eso hemos sido nosotros los primeros en dar la nota de ponderación en las aspiraciones.



La lucha del pueblo español contra el fascismo internacional, era ya de por sí bastante audaz y grandiosa para un pueblo casi desarmado, un pueblo que necesita varios días para agitar la conciencia de los otros pueblos, pero ello no fué lo suficiente y nos encontramos solos con nuestro espíritu de querer ser libres a la tendencia autoritaria del fascismo internacional. Nosotros representamos un movimiento contra los imperialismos siempre agresivos de Italia y Alemania. Y es ya de por sí tan grande esta lucha, que el triunfo sobre el fascismo ya merecía el sacrificio de nuestras vidas. Nosotros, los anarquistas españoles, dándonos cuenta de las imperiosas necesidades que exigen las realidades del momento, hemos seguido una línea de conducta, cuya finalidad tendía a que no se repitiera lo que ocurrió en Rusia, donde el anarquismo, a pesar de su potencialidad, fué desplazado de la dirección de la revolución por una organización minoritaria. Éramos nosotros el 19 de julio, el movimiento obrero más importante de España, al menos en Cataluña, y podíamos habernos lanzado a la aventura de una conquista totalitaria de nuestros ideales. No lo hicimos por no malograrlo todo.



Con nuestra actitud hemos evitado que alguien pudiera terminar la fermentación popular por medio de una dictadura. La intervención de la C.N.T. en el Gobierno central y en el Consejo de la Generalidad de Cataluña, ha conseguido que el movimiento anarquista no se viera desplazado de la dirección de la revolución. Se necesitaba un verdadero frente único de todo el proletariado y de todos los elementos antifascistas para oponer un valladar infranqueable al fascismo internacional, que de la península había hecho campo de operaciones y ahora este pueblo que va venciendo a los fascistas, avanza socialmente creando un nuevo concepto de la vida, una nueva sociedad. ¿Decidme si no es grande lo que estamos haciendo? Cuando contemplemos las horas que estamos viviendo nos asombraremos de nosotros mismos. Y pensaremos cómo ha sido posible que hayamos podido vencer tan grandes obstáculos.





De todos los problemas que plantea la hora presente, el de la guerra es la más simplista porque para la misma se ha podido conseguir y mantener la unidad de todos los obreros republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas, los que saben que el fascismo representa a la estrangulación, algo más duro que la dictadura pasada, porque en el movimiento fascista español se ha injertado el fascismo alemán o italiano. El odio al fascismo, el deseo común de vencerlos nos une, pero ahora imaginad el panorama una vez terminada la guerra, con diferentes fuerzas ideológicas, que propugnarán para imponerse unas a otras. Una vez terminada la guerra se volverá a situar de nuevo en España el problema, con las mismas características que se situó en Francia y en Rusia. Nosotros, hoy ya debemos situarnos.



Hemos de precisar nuestros puntos de vista para que los otros partidos sepan a qué atenerse, y podamos todos de una manera franca, leal, encontrar esa unidad precisa para el día de mañana. Hemos de buscar la plataforma, el punto de contacto, que nos permita, con la mayor libertad y con un mínimo plan de realizaciones económicas, continuar el camino emprendido hasta llegar a la meta.



Ya hemos hablado nosotros de los que queremos una vez que haya terminado la guerra. Lo que decimos hoy lo veníamos diciendo antes de la guerra. Y decíamos que había algo consubstancial con la historia de España, con las aspiraciones del pueblo que se manifestaba en cada momento de eclosión de la conciencia, el movimiento de los Comuneros de Castilla, el de los segadores catalanes, que desde muy lejos afirma la posición de nuestro pueblo contra el Poder centralizador y absorbente, esta aspiración, admiración de los otros países que se sorprendían con los aires de libertad y de democracia que la informaban y que eran la afirmación de nuestra personalidad propia ante cuanto pudiera significar tiranía u opresión. Todos tenemos el mismo sentido racial de la libertad contra la opresión, contra la humillación, y por eso en España pudo imponerse la dictadura de Primo de Rivera, que era de opereta, como tampoco impondrán la suya Mola y Franco, pues nuestro pueblo prefiere la muerta antes que la esclavitud. Nuestro concepto de organización es simplemente federalista. De mí en particular se ha dicho que estoy más cerca de Pi y Margall que de Bakunin. Yo puedo afirmar que en la interpretación filosófica, económica y política de Pi y Margall, coincidimos todos los anarquistas españoles, porque éste supo dar con lo que era consubstancial con nuestro espíritu. El federalismo es la garantía de que el resultado de la lucha ha de ser fecundo en beneficios materiales para los obreros de las ciudades y de los campos, haciendo de España lo que no ha sido. Federalistas hemos de ser todos. Federalistas han de ser los socialistas, a pesar de su tendencia centralista, que ha tenido como consecuencia el espíritu autoritario de Marx, que ha de ser rectificado. Federalistas son todos los republicanos, y federalistas hemos de ser nosotros aceptando la constitución de la Federación Ibérica de repúblicas socialistas que dará a cada región el derecho a estructurarse a sí misma. Hasta hoy España es una cabeza monstruosa con un cuerpo raquítico. A Madrid afluye toda la riqueza del país.



No es posible la reconstrucción económica del país manteniendo el poder de al burguesía. i se quisiera restituir a la burguesía el poder, ello constituiría la mayor de las catástrofes. Los trabajadores aceptarán las jornadas de sacrificio para la revolución, intensificarán la producción en beneficio de la revolución, pero si ello se les exigiera para otra cosa que no fuera el triunfo de la Revolución, nada se conseguiría, y además, los obreros no lo permitirían. El pueblo español al luchar contra el fascismo, lucha al mismo tiempo contra las desigualdades sociales, contra toda una historia de siempre, en la que se le adjudica a él el papel de víctima, contra el señoritismo del pueblo español, aunque se le exijan mayores sacrificios para después de la guerra y para el triunfo de la Revolución, como tiene una moral de combate, sabrá estar en su puesto y trabajará para él y para sus hijos, pero nunca lo hará para que alguien redondee solamente su fortuna; trabajará, luchará solamente para sí y para el mañana. Que no lo olvide nadie esto. No se trata de una guerra civil. Es la guerra del pueblo, de los trabajadores contra el señorito, contra el militar, contra el parásito. Los partidos burgueses han fracasado por no haber sabido crear una conciencia moral ni oponerse a la militarada, dejando a los militares en libertad de acción, para que pudieran preparar el actual movimiento facciosos, que si no triunfó fué porque le faltó una base popular. De ahora en adelante, parA que pueda plasmarse, la nueva España, es necesario que todos los resortes de la dirección del país pasen a las manos de los trabajadores, y una vez establecido el federalismo se impone la unidad económica de los trabajadores por medio de la unión efectiva, constante y leal de las dos sindicales U.G.T y C.N.T.

En España, con la economía en manos de los trabajadores, es preciso que se acentúe la moral del sacrificio y el sentido de responsabilidad individual y colectiva. La moral ha de llevarnos a aceptar todas las penalidades, al reaccionamiento, las jornadas para la reconstrucción, la honradez y la austeridad, y todos nos hemos de sentir soldados de una gran causa, siendo desterrados todos los privilegios. Con el sentido de responsabilidad lograremos la desintegración de nuestros egoísmos, de nuestras ambiciones personales, para sumar en la obra que ha de garantizar la realización de todas nuestras ansias. Y esto que queremos, somos los primeros en alentarlo en nosotros y en los otros. Si en España no se ha podido destruir la autoridad en absoluto, se van mermando sus prerrogativas con federalismo primero, y después enseñando al hombre a vivir sin que nadie le mande para el cumplimiento de sus deberes, creando en él el sentimiento de la libertad dentro de los principios anarquistas que continúan siendo las esencias del liberalismo. Este proletariado español, educado en tales principios y afinada su personalidad en las realidades que impone la lucha que lleva a cabo, será el que señalará el camino por el que han de seguir todos los obreros del mundo para la conquista del derecho a la libertad y al bienestar.



Federica Montseny







SUBLEVACIÓN DEL EJÉRCITO







Como ya es sabido el, el 17 de Julio de 1936, un grupo de militares se subleva en Melilla contra el régimen legalmente establecido en el Estado Español. El movimiento se extendió de inmediato a Tetuán, Ceuta y Larache. El día 18, el alzamiento se producía en todas las divisiones militares de la península. Siendo aplastado en gran parte de la Península por los trabajadores organizados en gran parte en la CNT y en la FAI.







En este contexto el Presidente Azaña encarga formar gobierno a Francisco Largo Caballero que cuenta con todas las fuerzas políticas del momento, incluidos los anarquistas. Es entonces cuando Federica Montseny es nombrada ministra de Sanidad y Asistencia Social en noviembre de 1936, siendo la primera mujer ministra en un gobierno democrático español, cargo que ejerció hasta mayo de 1937 cuando cae el gobierno del socialista Largo Caballero.



La contribución de Federica Montseny a la salud pública y a la consecución de los derechos en salud de las mujeres en España, fue un hito histórico, frustrado por la rebelión militar que dio lugar a una guerra civil y la posterior dictadura militar, con el retroceso consiguiente en los derechos de salud de las mujeres conseguidos durante la II República.



Como ministra, elaboró la primera Ley que reguló el derecho al aborto. Tuvo numerosas iniciativas en el ámbito de la asistencia social, la ayuda a los refugiados y la sanidad publica. Impulso un cambio en la conceptualización tanto de la sanidad pública como del bienestar social que se reorganizó, en medio de la contienda de la guerra civil, para “satisfacer las necesidades de la salud de los proletarios”. Se basó esta nueva orientación en un concepto humanístico de la medicina que acentuaba la necesidad de reestructurar los servicios médicos, descentralizándolos y relacionados con el entorno social. La asistencia medica socializada y las medidas sanitarias preventivas fueron la clave para este nuevo enfoque revolucionario que intentaba ofrecer una higiene global y una respuesta social a las necesidades sanitarias de la población.



De acuerdo con los reformadores sexuales anarquistas, Montseny propulsó una reforma de la cultura sexual en la que tanto hombres como mujeres tenían que construir una nueva cultura sexual. Aunque su forma de ver la sexualidad no tenía en cuenta el genero, ella sostenía un concepto muy distinto al de la organización anarquista Mujeres Libres que culpaba a la inmoralidad sexual masculina de mantener la prostitución y dando prioridad en su programa a la supresión de la prostitución. Montseny apoyó esta iniciativa en pro de la abolición del “amor mercenario” pero admitió que su campaña en el Ministerio de Sanidad y Asistencial Social para erradicar la prostitución había fracasado.







Montseny escribió numerosos artículos sobre la emancipación de la mujer y denunció la discriminación sexual existente, incluso en el seno del propio movimiento obrero, no obstante no creía que existiera una cuestión femenina específica. El prototipo de la nueva mujer que defendía tenía plena confianza en ella y era consciente de que el destino de la humanidad dependía de ella.



Afirmaba que “la mujer es pacifista por temperamento, por la pasión que siente por sus hijos, por su amor a la vida” pero hizo llamamientos a las mujeres para que participaran en la guerra civil del 36 al 39 como único camino hacia la libertad en su propósito de eliminar al fascismo.



Entre sus obras destacan los escritos en la Revista Blanca entre 1923 y 1936 y Cien días en la vida de una Mujer, en 1949, en los que defendió la emancipación económica y sexual de las mujeres y denunció el sexismo.







En 1945 se instaló en Toulouse, y hasta su muerte ni abandonó Francia ni renegó de sus ideales anarquistas. Murió en enero de 1994, víctima de una enfermedad Terminal.



Montseny publicó varios libros. Entre ellos destacan La mujer, problema del hombre, Cien días en la vida de una mujer, Crónica de la CNT, El anarquismo y Mis primeros cuarenta años. De su vida personal podemos contar que lo que más le afectó fue la muerte de una de sus hijas. Eso fue lo que contó la otra, llamada Vida, quien recordó a la muerte de su madre que ésta renunció a la vida de madre y esposa para dedicarse por entero a su carrera política y a luchar por la liberación de la mujer.



Sin embargo, no dejó Francia porque allí estaban sus hijos y sus nietos. Y es que, como en muchas otras cosas, Federica Montseny fue pionera en tratar de combinar ambas facetas en unos tiempos en los que ésa era la excepción y no la norma entre las mujeres españolas. Por su personalidad, sus ideas y su intensa dedicación a la política, la llamaron "la pasionaria anarquista".







Así fue la ex ministra de la República Española Federica Montseny. Una mujer, una compañera que lo dio todo por sus ideales y por la necesidad de aquel momento pero, que jamás renuncio a ellos. Murió en Francia teniendo 88 años en enero de 1994. Fue la primera mujer ministro en Europa y tal vez, en el mundo.



Este es nuestro pequeño homenaje a nuestra gran compañera y puedo decir con franqueza que fue un gran honor el haberla conocido, el haber podido hablar con ella, dialogar con ella y abrazarla son grandes recuerdos que tengo de nuestra compañera por ello su recuerdo siempre estará en mi memoria y espero que en la de todos.

viernes, 1 de octubre de 2010

DESPUÉS DEL 29 DE SEPTIEMBRE......QUE PASA

Después del 29 de septiembre                                                                                                                                                               Los sindicatos han cumplido con el acuerdo secreto que tenían con el gobierno, los patronos se flotan las manos, el despido más  barato los contratos más frágiles, y la jubilación más  tardía ,quieren explotarnos hasta el último momento, No han planteado la jubilación a los 55 años y la jornada semanal de 35 horas. NO, eso, ni nombrarlo es mejor NO crear enemistades con sus amigos de negocio. Zapatero, no tiene intención de retirar la reforma laboral, ésta dispuesto a perder las elecciones, generales y autonómicas.                                  Zapatero, no te preocupes que lucharemos y explicaremos a todos los ciudadanos, como  has vendido a los empresarios nuestros hijos., son vendidos a los patronos con la convivencia de los sindicatos, sindicatos que tienen nombre y son UGT Y CCOO, ya lo sabía por eso no fui a vuestras manifestaciones, vuestras pancartas sindicales eran un claro ejemplo de que todo está pactado , NO pedían ninguna reivindicación, solo pedíais la retirada de la reforma laboral, un claro ejemplo de manipulación de la clase trabajadora, pero no preocuparos, yo en la medida que pueda denunciare esta manipulación, lo haré. Donde esta vuestra finalidad socialista para qué han muerto tantos compañeros luchando por nuestros derechos, es cierto que en la historia del movimiento obrero la manipulación de los políticos al servicio del Estado, y defendiendo sus intereses de clase a costa de  explotación de los trabajadores se ha produjo siempre ., Desde aquí pido que todos los trabajadores conscientes de la situación de manipulación la denuncien, la traición de los sindicatos a los trabajadores, no puedo consentir que después de tanto tiempo luchando por la socialización de los  medios de producción como medida para acabar  con esta crisis del capitalismo y del  estado burgués SIGAMOS EN LA MISMA SITUACION DE EXPLOTACION que ahora la quieren convertir e derecho ,,  MEDIDAS PARA ACABAR CON LA CRISIS.  Dejar de financiar a la iglesia católica y a cualquier otra religión,  socialización de los recursos naturales. Y expropiación de la banca y de las cajas de ahorros y de todas sus empresas para acabar con la usura,  expropiación de las centrales nucleares y de las empresas hidroeléctricas ya que si nosotros padecemos el peligro que suponen las centrales nucleares, tenemos que compartir los beneficios no podemos permitir que se enriquezcan jugando con nuestras vidas. Mientras desarrollamos más las henergias alternativas. Una sanidad auto gestionada y pública y de carácter universal. Con todo el dinero que hay se puede solucionar el problema del paro, un sueldo digno para los parados y paradas., exijo un sueldo mínimo para los jóvenes, como medida para que se puedan  estudiar y formarse   sin ser explotados que ya le tocara ser explotados, jubilación a los 55 años. Jornada laboral de 30 horas, ni horas estrás ni destajos, para repartir el trabajo entre todos esta es la forma para acabar con parte de las injusticias que llevan a los hombres y a las mujeres a luchar por su dignidad., Un  cabio radical en el planteamiento de la enseñanza, una pedagogía antiautoritaria y racional capaz de crear personas libres, y no maquinas  de competir, personas que amen la poca naturaleza que queda y los seres vivos una pedagogía de fraternidad., Y  por ultimo unos SINDICATOS que tenga como finalidad la  formación y la preparación de sus asociados para gestionar y colectivizar las empresas., Des centralización del poder municipal en las asociaciones de  de vecinos y al mismo tiempo descentralización de las  asociaciones de vecinos en las asambleas de escalera, esto se ría la democracia directa.